La fotografía más relevante del verano se tomó el pasado lunes en el monasterio benedictino de San Miguel de Cuixá, al sudeste de Francia, en la región que se conoce entre los ideólogos del procés como Cataluña del Norte, en otra de las muestras de que el pancatalanismo no existe en absoluto ni representa un peligro. Ese día se abrió la cripta y de entre las sombras apareció el Don, Jordi Pujol, el padre de todo esto. El creador. El enésimo prócer de la patria al que la Justicia premia con el eterno retraso de su causa, lo que impide descolgarle la etiqueta de ‘presunto’. Presunto de muchas cosas, además. Por algunas, está imputado. Por otras, España zozobra en nuestros días.
Debería causar reticencia y sonrojo el fotografiarse a estas alturas con el patriarca del clan. Con el jefe. Con el creador de ese sistema pensado para amigar o para confrontar con el Estado en función de lo que interese. Siempre, con el fariseísmo de quien reniega de la concordia y acusa al otro de barbaridades pese a que le rodee la inmundicia. Siempre, con el apoyo de esa prensa que «vive de la pauta» y que tanta ceguera demuestra ante sus líderes.
Al lado de Pujol se encontraba el otro día Carles Puigdemont, el prófugo. «El presidente de la Generalitat en el exilio». El que se encargó de pulsar el botón rojo cuando el edificio ya había sido sembrado con dinamita y quien cruza fronteras con tanta ligereza que lleva a pensar que en Europa tampoco nos toman en serio. En la imagen, también aparecían Quim Torra, Pere Aragonés y José Montilla. Junto a ellos, un monje, porque no sólo de pan vive el hombre.
Una foto, un drama
Podrían los cronistas de la Corte devanarse los sesos para encontrar una imagen que definiera mejor la situación de la España actual y no lo conseguirían. En ella aparecía, como anciano venerable, un acusado de cohecho, tráfico de influencias, delito fiscal, blanqueo de capitales, prevaricación, malversación y falsedad documental. También un prófugo por organizar un referéndum ilegal; y un gañán que llegó a comparar a los españoles con “bestias”. A su lado, el president que escenifica como pocos la fractura y la mediocridad del independentismo de 2023. Para rematar, el cura y el socialista que escuchó sin inmutarse en el acto del lunes -un homenaje a Pau Casals, en el 50 aniversario de su muerte- que el objetivo es la secesión.
Montilla pertenece además a los charnegos que son sensibles con ‘la causa’, algo que ya se sabe que gusta en el PSC, donde tan buen tino suelen tener para buscar acomodo a los leales. El año pasado, este socialista percibió 175.000 euros como consejero de Enagás, una empresa a la que llegó gracias a su innegable experiencia en el sector energético, sin duda. Hay complicidades muy bien pagadas.
Pese a que los consejos de administración obligan a realizar un trabajo estajanovista y pese a que seguramente tuvo que aplazar alguna reunión para acudir a este acto protocolario en calidad de expresident, Montilla no faltó. Su asistencia era importante. Es un momento decisivo. Las fotografías con Pujol y Puigdemont podrían ayudar a la reelección de Pedro Sánchez. Sería imprudente que cualquier socialista de bien se negara a acariciar la nuca y besar la frente de los independentistas de alta alcurnia en estas condiciones.
La doble vara de medir
Habrá quien todavía considere que el juego democrático español se desarrolla con las mismas normas para todos. Nada más lejos de la realidad. No cuesta imaginar lo que ocurriría si Alberto Núñez Feijóo se retratara junto a Luis Bárcenas o Rodrigo Rato estos días. Ni que decir tiene lo que sucedería si la presidenta de la Comunidad de Madrid recibiera en su despacho al prior del Valle de los Caídos. No habría mesa de tertulia en este país que no cuestionara al gallego, al partido y los valores preconstitucionales de la derecha española.
La izquierda juega con otras normas. Sus representantes pueden retratarse con un prófugo o con un corrupto y aquí no pasa nada. Incluso pueden negar la existencia de homenajes a los gudaris que mataron, secuestraron y torturaron cuando vuelven a sus pueblos tras cumplir sus condenas. ¿Quién se va a quejar? Ellos son los dueños del sistema.
Cabía poca duda de que el PSOE iba a renunciar a la ética a la hora de negociar privilegios con Junts y ERC. Lo que ha sorprendido es que haya prescindido tan pronto de la estética al escenificar ese acercamiento a través de Montilla. Dirán que es espontáneo o que lo decidió por su cuenta, pero sus palabras compondrán una mentira. La enésima con la que tratarán de ocultar la evidencia de que están dispuestos a todo con tal de conservar el poder.
Me contaba el otro día una persona influyente que el conde de Godó y su plana mayor han decidido que el pacto entre el PSOE y los catalanistas sería beneficioso para los intereses de la región y que, por tanto, La Vanguardia lo tiene que defender. Poca duda cabe entonces que se dará. Los poderes en la Cataluña ‘moderna y cosmopolita’ siguen igual de concentrados que siempre y lo que se dicta en despacho sigue teniendo un peso fundamental en la región.
De momento, a los Julianas les tocará subrayar que Núñez Feijóo carece de apoyos, más allá de los de la ultraderecha, y que el rey, amparándose en la costumbre, no ha hecho más que dificultar la gobernabilidad de España. Que nadie se engañe: son dos de sus grandes piezas de caza. Mientras se deforma y caricarutiza al enemigo, se obviarán los detalles que conviene olvidar, como los pufos de don Jordi y su tropa, las algaradas del prófugo, los tics racistas y ultras de Junts; y la estampa de Montilla junto a todo eso.
Ahora toca seducir y consentir a los futuros socios, aunque eso implique taparse la nariz, cerrar los ojos o incluso terminar en situaciones que podrían derivar en una venérea inoportuna. A Montilla le abuchearon en el aquelarre del otro día. Era de prever. Pero claro, ¿qué importa eso cuando hay tanto en juego?