Ignacio Varela-El Confidencial
- Los andaluces parecen haber comprendido perfectamente los motivos de la convocatoria y se ve por los datos que tienen ganas de urnas, como sucedía en Madrid y no sucedía en Castilla y León
He repasado las encuestas fiables que se hicieron en Madrid inmediatamente después de que Ayuso disolviera el Parlamento regional y convocara elecciones anticipadas para el 4 de mayo de 2021. También las de Castilla y León. En el primer caso, el consenso demoscópico detectó desde el primer momento los síntomas de un triunfo arrollador de la presidenta madrileña. En el segundo, en seguida se encendieron las luces de alarma. En el coloquio que realizamos en El Confidencial el 5 de febrero, los responsables de cuatro de los más prestigiosos institutos de opinión (Gad3, IMOP, Metroscopia y Sigma Dos) coincidieron en el diagnóstico: ganaría Mañueco, pero con una mayoría insuficiente para gobernar en solitario. Muy lejos de las expectativas que alguien le insufló para firmar un decreto de convocatoria del que aún sigue arrepintiéndose.
Hay sorpresas electorales y resultados inesperados, claro está. En Andalucía, sin ir más lejos, en 2018 nadie esperaba, al abrirse los cajones de salida, que la derecha sumaría escaños suficientes para desalojar del poder a los socialistas, ni tampoco la cabalgada espectacular de Vox durante la campaña, que lo llevó a obtener un 11% del voto y 12 escaños. Eran los tiempos buenos de Ciudadanos: Juan Marín se quedó a 90.000 votos de dar la campanada y convertirse en presidente de la Junta de Andalucía. Hoy bracea desesperadamente por conservar su propio escaño. No fue responsable de aquel éxito ni será culpable de este descalabro.
Pero en la mayor parte de las ocasiones, los resultados de las elecciones se huelen desde el principio. Es difícil precisar los porcentajes y los escaños —que frecuentemente dependen de caprichos aritméticos—, pero cada votación desprende un aroma que suele ser inconfundible. La mancha grande se ve venir. Pues bien, salvo accidentes de recorrido o errores clamorosos, las elecciones del próximo 19 de junio en Andalucía ya tienen su aroma. Y salvando todas las distancias en cuanto al contexto y los personajes, este recuerda más al del 4 de mayo del año 21 en Madrid que al del 13 de febrero en Castilla y León.
Los andaluces parecen haber comprendido perfectamente los motivos de la convocatoria y se ve por los datos que tienen ganas de urnas, como sucedía en Madrid y no sucedía en Castilla y León. No es habitual que, recién convocadas las elecciones, el 68% de los electores afirme que la probabilidad de ir a votar es 10 sobre 10. Ello no anticipa la cifra exacta de participación, pero sí permite esperar que esta será notablemente más elevada que el raquítico 58% de hace cuatro años. Ello solo puede favorecer al favorito: en esta ocasión, veremos el conocido ‘efecto badwagon‘ (el arrastre del ganador) funcionando en todo su esplendor.
Tampoco es habitual que un Gobierno llegue a las elecciones con un 65% de aprobación de su gestión y que esta benevolencia se manifieste, en mayor o menor grado, en todo el territorio, en todos los sectores sociales e incluso en todo el espectro político. Si yo fuera el director de la campaña del PSOE, sufriría una depresión clínica al constatar que, en la España de la polarización buscada, el ‘noesnoísmo’ y la malquerencia sectaria, al menos la mitad de los votantes socialistas ven con buenos ojos la gestión de un Gobierno del PP con el apoyo externo de Vox. Tanto inyectar azufre en el ambiente para llegar a esto. Y esperen a que mañana El Confidencial publique los datos de valoración de los candidatos. Para completar el cuadro.
La receta de Moreno Bonilla es opuesta a la de Ayuso, pero, al parecer, puede resultar igualmente eficiente. Ella suministró a los madrileños un chute de anfetaminas y él ha proporcionado a los andaluces una dosis generosa de ansiolíticos. Donde los madrileños pedían marcha y tambores de guerra, los andaluces han requerido sosiego: una verónica de Curro, de esas que nunca acababan. Isabel y Juanma, tan distintos entre sí y cada uno a su manera, supieron interpretar el estado de ánimo del personal en el momento preciso. Una produce devociones exaltadas e inquinas indigestas; el otro, simplemente, infunde confianza y trata de estorbar lo menos posible. Son dos vías distintas de llegar al mismo punto, aunque sospecho que resultará más duradera la segunda que la primera.
Pero no todo es místico. Se atribuye a Gaspar Zarrías, socialista con trienios para regalar y conocedor supremo de las cañerías de la política andaluza, la siguiente frase: las elecciones en Andalucía no las gana el partido, las gana la Junta. Sea cierta o apócrifa la cita, es exacta; y más lo sería si añadiera que, en el caso andaluz, la Junta la modeló el partido a su imagen y semejanza, de ahí la simbiosis que funcionó como un reloj durante cuatro décadas. Rota la simbiosis, malogrado el producto. El drama de los socialistas andaluces es que, 40 años después, se ven sin Junta y sin partido, y así no hay manera.
Los del PP de Andalucía venían aprendidos y entrenados. Nunca gobernaron la Junta, pero se hartaron de hacer gimnasia en los ayuntamientos (hubo un momento en que tuvieron las alcaldías de las ocho capitales) y, además, se fijaron muy atentamente en el ‘modus operandi’ de sus rivales: así que les costó muy poco hacerse con el control del mastodóntico aparato clientelar que es esa Administración y reproducir fielmente el modelo. Si el 19 de junio obtienen un resultado siquiera aproximado al que apunta esta encuesta y evitan ciertas tentaciones, se quedarán ahí para una larga temporada. Lo que no prejuzga el resultado de las generales y las municipales: los andaluces aprendieron hace tiempo a practicar el doble y hasta el triple voto, dependiendo de las circunstancias. Moreno Bonilla y Feijóo harían una gran pareja de dobles en el tenis: ambos son conscientes de hasta qué punto pueden ayudarse mutuamente. De hecho, Juanma no dio el paso hasta comprobar que el sillón de Génova estaba en las manos adecuadas.
En todo caso, haría bien el PP andaluz en vigilar su flanco derecho. Lo descuidó hace cuatro años y estuvo a punto de costarle un disgusto fatal. Vox ha demostrado reiteradamente que, hoy por hoy, dispone de la maquinaria electoral más eficiente de España, con mucha diferencia sobre las demás. En todas las campañas ha mejorado su resultado respecto a la previsión inicial, y es verosímil que esta vez también lo haga. Es lo único que puede estropear la fiesta a Moreno Bonilla; por el otro flanco, no tiene nada que temer. Se trata de contener a los exaltados sin perder la serenidad, algo más difícil de decir que de hacer.