Gregorio Morán-Vozpópuli

Estamos pues obligados a la contemplación estática de algo tan arcaico como una chimenea

El Día del Libro cayó en miércoles y vino precedido de excelentísimos cadáveres. Falleció el Papa y Barcelona enterró en un silencio atronador a quien ejerció de Cardenal Primado de la vida política en Cataluña durante dos largas décadas. Al Papa Bergoglio no hay ser humano que no le conociera, pero a Lluís Prenafeta, fuera de los círculos de iniciados, apenas nadie sabía de su omnipresencia. Los unió el destino en ese momento definitivo con apenas unas horas de diferencia. Si aceptamos la arrogancia con la que Napoleón cerró la boca de un soberbio letrado, como era Goethe, tenemos la obligación de hacernos a esa idea: “el destino es la política”. Una frase reversible: también la política puede ser el destino.

Ha llegado el momento de los vaticanólogos. Sucede varias veces cada siglo; muere un Papa y hay que echar mano de esa especie de anticuarios que nunca se aproximan a lo que necesitan los clientes, las profecías. La Iglesia es la organización política -administra Poder- más longeva de la humanidad pero basta con señalar dos características que la hacen imposible de ser analizada por los laicos, menos aún por los ateos. Una es el mantenimiento de una estructura jerárquica implacable y sutil a la que no puede sustraerse ningún creyente. Un par de ejemplos de sumisión del poder civil ante la figura del Papa. El emperador del Sacro Imperio Germánico, Enrique IV, fue hasta Canosa a pie, descalzo y encadenado para humillarse ante el papa Gregorio VII por un quítame allá una excomunión que limitaba sus prerrogativas. Nadie que tenga memoria visual olvidará la escena del monje trapense Ernesto Cardenal, poeta menor y líder de la Revolución Sandinista, arrodillado a pie de pista ante el Papa Woytila que le echaba una bronca por su participación política en el lado malo de sus enemigos.

A partir de ahí entra el otro elemento que hace aventurado cualquier pronóstico basado en la racionalidad del Poder -casi un oxímoron- y que nos excluye por principio a todos los que no penetramos en el arcano, el Espíritu Santo. Estamos pues obligados a la contemplación estática de algo tan arcaico como una chimenea de donde saldrá mucho humo negro hasta que se haga blanco. Afectará a la sociedad civil, sea creyente o no, pero sin reconocer lo evidente: espectadores ansiosos de atisbar algo de lo que apenas tienen idea.

Sucede varias veces cada siglo; muere un Papa y hay que echar mano de esa especie de anticuarios que nunca se aproximan a lo que necesitan los clientes, las profecías

¿Qué pinta aquí un tipo como Lluis Prenafeta? Como los macguffin de Hitchcock; hace posible la continuidad del relato de la Cataluña que vivimos ahora, y por si fuera poca la malhadada coincidencia sucedió en vísperas del Día de Sant Jordi, la fiesta de las rosas y los libros que primero fue de Barcelona y hoy pretende convertirse en una nueva seña de identidad de Cataluña, o del Territorio; nuevo modismo instalado en los medios de comunicación del independentismo frustrado.

Lluis Prenafeta ejerció de Cardenal Primado de una iglesia laica pero confesional y pletórica de fieles, cuyo Sumo Pontífice, Jordi Pujol, mantuvo el poder sin limitaciones gracias a esa fe, que es algo innecesario de demostrar para los creyentes. Prenafeta se ocupó de todo, desde hacerles una fortuna, sin olvidarse a sí mismo, hasta el control y orientación de los medios de comunicación y, cómo no podía ser menos, de la intelligentsia local.

Cuando se vino abajo la imagen de esa iglesia laica y se reveló que se trataba de una secta financiera del entramado político lo condenaron a 12 años de cárcel; aunque al final se quedó en los 43 días de prisión provisional. Pujol, familia y entorno se vinieron abajo, pero sólo un poco. No podían arrastrar con ellos las esencias de la identidad. Incluso el día que detuvieron a los presuntos corruptos, la consejera socialista de Justicia en la Generalitat exigió que no se volviera a repetir la imagen de los delincuentes Lluis Prenafeta y Maciá Alavedra entrando en el furgón policial. Ella era una Tura y Camafreita, Montserrat, con masía pairal en Mollet del Vallés, y no podía consentir lo que llamó “la pena de telediario”; contemplar a dos de los suyos como chorizos comunes. ¡Hasta ahí podíamos llegar!

Prenafeta fue más que un símbolo; alcanzó el paradigma. Construyó la Televisión Catalana ,“la nostra”; financió periódicos en castellano con fondos públicos –“El Observador” (1990-93)- hasta que descubrió que lo mejor manera de vencer a “La Vanguardia” en castellano era financiándola, como habían hecho todos siempre; le otorgó un regalo suculento, una edición en catalán que se repartía a granel. Su mayor éxito y el menos citado, porque afecta a demasiados vivos taciturnos, fue la creación de una Fundación, Catalunya Oberta, la más encostrada de las Fundaciones políticas.  Sin exagerar un palmo, ni Fraga Iribarne y su Ministerio de Información de los 60, comparativamente, repartió tantos fondos, becas, viajes…como el munificente Prenafeta. Además, decía embelesarse con Giacomo Leopardi, al que leía en italiano. ¡Qué más se le podía pedir a un mecenas de las artes y “las letras” con valor de cambio!

Sin estar en la programación, el día de Sant Jordi en Cataluña constituyó en cierta manera un homenaje póstumo a aquel Lluis Prenafeta, el hombre que aportó la intendencia de los que luego dilapidarían su fortuna en octubre de 2017. Ahora se trata de recuperar su legado. No se dejen engañar, lo que parece novedoso en el día de las Flores y los Libros no es que se agotaran las rosas azules -la última novedad-, ni que se vendieran cerca de dos millones de libros, ni que la ciudad disfrutara de una fiesta gozosa, que buena falta le hace. Lo que no se avinieron a contar es lo real. La lucha por la uniformidad lingüística. El lema oficial: “La lengua no se toca”; se refiere a los que viven de ella. Lo ratificaron con una manifestación auspiciada por “200 entidades” independentistas y confirmado con una foto de familia de los 46 galardonados con los diversos premios literarios, en catalán, concedidos en 2024. ¡46 premios, 200 entidades! Sería ridículo hacer de paleto distraído, a lo Josep Pla en la Quinta Avenida de N.Y.  “¿Esto quien lo paga?”

El discurso de la izquierda institucional -incluida la indescriptible de los chiringuitos- y el de la derecha xenófoba marchan paralelos. El bilingüismo real de la sociedad catalana amenaza sus intereses más primarios. Aquello que Juan Marsé denominó “esa distinguida dualidad entre sentiments i centimets”. Clarividente Álvaro Pombo en su Premio Cervantes: “Nos hemos convertido (en algo) entre influencers y mercachifles”. Como un pie de foto del Sant Jordi de 2025.