JUAN C. RODRÍGUEZ IBARRA-Vozpópuli

Pablo Casado, Inés Arrimadas y algunos más tendrían un lugar en la historia, que los recordaría como grandes políticos que supieron sacrificarse para destruir el peligro de la segregación

Eso de “morir por la patria” es un eslogan que ha quedado cutre y anticuado para muchísimos ciudadanos españoles. Ya solo algunas instituciones que velan por nuestra seguridad siguen manteniendo el lema y el espíritu en el frontal de sus sedes y en el corazón y cerebro de sus ocupantes. Hubo algunos tiempos pretéritos en los que muchos civiles decidieron dar su vida, si necesario fuera, para morir por la patria que soñaban y querían. A nadie, a estas alturas, se le puede pedir que haga ese sacrificio. A lo más que se llega es a vivir de la patria o a permitir que la patria muera por nuestra desidia.

En las elecciones catalanas de 2017, algunos apostamos por que los partidos constitucionalistas se presentaran a esas elecciones con una candidatura unitaria. No lo hicieron y el resultado fue el desastre: gobierno de independentistas, huidos de la Justicia y encarcelados por sedición. De nuevo unas elecciones, y de nuevo, cada partido constitucionalista se presenta con sus siglas y sus candidatos. No es difícil prever que el resultado será similar al de 2017, con variantes en el peso electoral de los constitucionalistas. Y el monotema de la independencia o del derecho a decidir volverá a protagonizar la vida política catalana y española.

Solo se podrá vencer al independentismo cuando los no nacionalistas ganen sobradamente las elecciones. Para ello sería necesario que algunos estuvieran dispuestos a morir (políticamente) por la patria. Es decir, a aconsejar a sus votantes que vayan a votar masivamente y que depositen su voto en la candidatura del partido constitucionalista que esté en mejores condiciones de ganar si se concentra el voto en ese partido. Es el PSC el que está mejor situado. Illa no parece que sea sospechoso de independentismo. Si se prestaran todos a esa operación, habría que exigirle un pronunciamiento público al candidato socialista por el que se comprometiera a no formar gobierno con opciones independentistas ni con opciones partidarias de un referéndum de autodeterminación.

La única manera de acabar con las aventuras totalitarias de los herederos del nacionalismo antifranquista y democrático será ganándole las elecciones autonómicas

Ya sé que se podrá sospechar de que hago esta propuesta porque el candidato Illa está militando en un partido socialista. Haría la misma si militara en cualquier otra opción no nacionalista, porque entiendo que la única manera de acabar con las aventuras totalitarias de los herederos del nacionalismo antifranquista y democrático será ganándole las elecciones autonómicas. El ejemplo de lo que ocurrió en el País Vasco es paradigmático. Bastó con que gobernara un socialista apoyado por el PP para que el porcentaje de partidarios de la independencia vasca bajara de algo más del 30% al 7% actual. Para ganar estas elecciones hace falta que los partidos constitucionalistas hagan un enorme sacrificio, que estén dispuestos a “morir políticamente por la patria”. Si así lo hicieran, Pablo Casado, Inés Arrimadas y algunos más tendrían un lugar en la historia que los recordaría como grandes políticos que supieron sacrificarse para destruir el peligro de la segregación que, si no, volverá a llamar a nuestras puertas. En este país nuestro, en el que la fiesta nacional son las corridas de toros, los matadores número uno son aquellos que están dispuestos a salir de la plaza o por la puerta grande con dos orejas y rabo o por la enfermería con una cornada con pronóstico grave. Los demás vegetan y deambulan por el escalafón. Ellos sabrán como quieren salir de su paso por el ruedo de la política. Por ahora se conforman con plazas de segunda sin arriesgar con la muleta. Y así, nunca podrán decir que ellos hicieron algo grande por su país.

Son los catalanes, hombres y mujeres, los que tienen en sus manos el resultado de estas elecciones. Si se dividen, vencerán los enemigos de la democracia y de la Constitución. Que después no venga nadie llorando.