JAVIER ZARZALEJOS-EL CORREO
- Cierto integrismo que ve en Putin a un portador de valores cristianos tradicionales no repara en que el líder ruso no se corresponde con su fe sino con sus miedos
Cirilo, patriarca de Moscú, está ejerciendo su papel de soporte y legitimador de la invasión, cubriendo de anatemas a la población ucraniana resistente, en plena coherencia con la misión mesiánica y restauradora que atribuye a Vladímir Putin. Lo lamentable es que no se trata solo del patriarca Cirilo. Un cierto integrismo, que como católico me produce vergüenza y un rechazo indecible, ha visto en Putin al hombre fuerte, combatiente de la decadencia occidental, portador de valores cristianos tradicionales que ejerce como baluarte frente a esa alucinación extremista que denuncia el ‘nuevo orden mundial’, conocida en el argot sectario por su acrónimo NOM. Semejante integrismo, radicalmente antiamericano -¡hay que ver hasta dónde llegan a tocarse los extremos!-, encuentra en Putin una referencia a la que encumbrar como respuesta a sus temores ante una sociedad, la occidental, que percibe como hostil e impía. No se dan cuenta de que Putin no se corresponde con su fe, sino con sus miedos.
Para ennoblecer su admiración por Putin, su cita favorita es la que extraen de la carta que el monje Filoteo dirige al zar Basilio III en 1510. En ella, el monje de marras le dice a Basilio que, tras la caída de Constantinopla a manos de los otomanos casi sesenta años antes (1453), «Moscú es la tercera Roma y no habrá una cuarta». La historia es un poco más compleja hasta llegar a la celebrada ocurrencia del fraile.
Unos meses antes de la caída de Constantinopla que marca el final de la Edad Media, en diciembre de 1452, la unión entre católicos y orientales alcanzada en el Concilio de Ferrara-Florencia era proclamada en la catedral de Santa Sofía en presencia del emperador Constantino XI, del legado papal y del patriarca bizantino. Aquel logro pronto quedó frustrado. El primero en sabotearlo fue -¿casualidad?- el príncipe Vasili de Rusia, quien ordenó arrestar al metropólita Isidoro de Kiev por haber proclamado éste la unión con Roma alcanzada en el marco del concilio católico. Y para que no hubiera duda prohibió cualquier aproximación a los «latinos». En Constantinopla, el clero inflamó las pasiones anticatólicas de la población al grito de «preferimos los turbantes otomanos a las mitras latinas». Dicho y hecho. Apenas seis meses después, el deseo se cumplía y el Imperio de Oriente se extinguía.
Pasaron casi seis décadas y el mencionado Filoteo regalaba los oídos del zar nombrando a Moscú «la tercera Roma». Lo que los improvisados exégetas del monje ignoran u ocultan es que Filoteo explicaba la caída de Constantinopla como castigo divino a la ciudad por haberse unido a la Iglesia romana meses antes de su final. Salvo que quieran cambiar de carril por el atractivo que puedan sentir hacia el patriarca Cirilo, los proclives a conmoverse por estas formulaciones clásicas del imperialismo ruso no deberían dejarse engañar. Ese Moscú ‘tercera Roma’ no sería la continuación de la tradición católica -algo así como el refugio de la cristiandad perseguida-, sino la ruptura agresiva de lo que significa la sucesión apostólica en el Papado, de la tradición católica y del sentido universal de la Iglesia. Ruptura, sí, y además agresiva, como lo es la actitud de exclusión de lo católico que practica la Iglesia ortodoxa rusa. Que a estas alturas se traiga a colación eso de Moscú como la tercera Roma con pretensiones de convertirlo en un argumento teológico, político e histórico que pueda legitimar la personalidad de un tipo como Putin y su imperialismo, también religioso, entra en el terreno del desvarío.
El lamentable papel que está desempeñando la Iglesia ortodoxa rusa es el de legitimar la agresión a una población también mayoritariamente ortodoxa, agrupada en una iglesia que Moscú quiere bajo su jurisdicción de la misma manera que Putin niega a Ucrania la condición de país y a los ucranianos la condición de pueblo para justificar su objetivo de anexión. Cuando se lee a piadosos cristianos eso de que Moscú es la tercera Roma a uno le queda la confianza en que la ‘ciudad eterna’, por serlo, no necesitará sucedáneos eslavos.