IGNACIO CAMACHO – ABC

Hay corrimiento de tierras. El centro-derecha afronta el desafío soberanista con la mayoría perdida en las encuestas

HA pasado semiinadvertido como tantas cosas que suceden en agosto. Pero mientras tantos españoles estaban de viaje o en la playa, el sismógrafo del CIS registró en las placas profundas de la sociología electoral un importante movimiento tectónico. Por primera vez desde 2011, la suma de las fuerzas de izquierda superaba a las de centro-derecha; y aunque una golondrina no hace verano, la eventual repetición de ese indicio en una o dos oleadas trimestrales más sería el síntoma nítido de un estado de ánimo consolidado.

Tres causas explican el retroceso provisional de un PP incapaz de rentabilizar el crecimiento económico y el auge del consumo y los servicios. La primera es la corrupción, el martillo que la oposición usa para golpear al marianismo con fuerza amplificada por el duopolio televisivo. La segunda, la falta de energía que el electorado liberal-conservador aprecia en el Gobierno respecto al conflicto catalán y a los desplantes del soberanismo. Y la tercera el aburrimiento, el cansancio que provoca Rajoy con su desapasionado estilo político, y que los votantes no identifican como prudencia de estadista, sino como una galbana fronteriza con el fastidio. Esa tríada de factores ha comenzado a pesar más que el voto del miedo, deflactado ante la sensación general del estancamiento de Podemos. Paradójicamente, el asentamiento de la recuperación produce un efecto de irreversibilidad que tranquiliza a la gente sobre las consecuencias de un vuelco.

Así las cosas, el presidente se la juega en un mes ante el desafío secesionista. El Estado, y en su nombre el Gobierno, no pueden perder el pulso: necesitan un triunfo claro, indubitado, inconcuso. Septiembre va a resultar decisivo en la configuración de un marco mental en el que los electores de la derecha se sientan o no representados; el proyecto de integridad nacional es la única seña de identidad ideológica sobre la que al PP no se le admiten dudas, matices contingentes ni claroscuros. Y es además el espacio en que el discurso político de la izquierda se muestra más vacilante y confuso.

Si Rajoy no sale reforzado de este envite le espera un final amargo de la legislatura. Pedro Sánchez ha optado por el perfil bajo, casi invisible, para no abrasarse en la hoguera de Cataluña; cuando pase el día uno intentará emerger, libre de desgaste, con soluciones terceristas que justifiquen, llegado el caso, la presentación de una nueva moción de censura que un Gobierno herido o debilitado no tendría modo de defender ante la opinión pública. Y aun saliendo con éxito de la emboscada soberanista, tendrá que pasar el resto del mandato bajo una intangible amenaza: la de que el PNV, coaligado con los socialistas en el País Vasco, cambie de bando para desequilibrar la balanza. En el momento más delicado posible, la estabilidad española está en manos de un partido muy poco leal con la idea de España.