JON JUARISTI, ABC 30/06/13
· La utilización de las becas como instrumento de nivelación social acelerará el deterioro de la universidad pública.
EL significado original de la palabra latina studium era «esfuerzo», una forma fina de decir lo mismo que los antiguos romanos, en sentido figurado, llamaban tripalium, literalmente «suplicio», término del que deriva la voz castellana trabajo.
Por supuesto, las palabras cambian de sentido con el tiempo, a medida que las sociedades se transforman y los viejos valores desaparecen para ser sustituidos por otros nuevos o no ser reemplazados por ninguno. A lo largo de la Alta Edad Media, la actividad de los escritorios monacales, ámbito en el que se refugió el latín clásico, fue relegando el uso de la palabra studium a los esfuerzos propios del trabajo intelectual de los clérigos, es decir, a la lectura de los manuscritos antiguos y al aprendizaje de las técnicas y de los saberes necesarios para la transmisión de la cultura clásica y cristiana. En otras palabras, a los menesteres propios de copistas e intérpretes. Contra lo que la visión progre de la Historia sostiene, aquellos monjes de los siglos oscuros no eran unos artistas del escaqueo. Se deslomaban tanto en el escritorio como en el huerto y terminaban sus días consumidos y contrahechos de tanto darle al azadón y rascar vitelas, despistojados de escudriñar renglones de caligrafía uncial sin más luz que la de la ventana, y, como mínimo, con unas escoliosis de caballo. Gracias a ellos conocemos hoy las obras de Virgilio y de Agustín, obispo de Cartago. O podemos conocerlas, aunque no saquemos otra cosa de la experiencia que la satisfacción de conversar con difuntos más interesantes que nuestros contemporáneos.
En la parla actual, estudio quiere decir título adquirido por cualquier medio en una universidad o institución de enseñanza superior. O también, patente de corso. Su relación con el esfuerzo personal no es en absoluto evidente. Alguien «sin estudios» es un sujeto que no merece ser contratado ni de asistente de peluquero. Una variedad del «sin papeles», cuyas únicas opciones legítimas se reducen, por ahora, al descortezo del alcornoque o a la titularidad del Ministerio de Fomento en un gobierno de izquierda.
Por eso ha sorprendido e indignado tanto el ministro Wert al afirmar que la función de las becas no debe ser sufragar los estudios sino el hecho de estudiar. Una distinción precisa y necesaria que significa, ni más ni menos, que las becas no deben servir para regalar títulos, sino para premiar el trabajo sostenido. Ha sido una declaración de principios muy oportuna, que ha esgrimido el sentido original del concepto frente a su corrupción demagógica. Levantando una escandalera hipócrita, como era de temer.
La finalidad de las becas consiste en incrementar la movilidad social, no en favorecer la nivelación. El efecto previsible de utilizar los recursos públicos para generalizar el acceso de la población a la enseñanza superior es la destrucción de la universidad pública, proceso en el que llevamos metidos una porrada de años. La izquierda ataca las propuestas de Wert con el argumento de que el bajo rendimiento escolar sólo excluye a los pobres, mientras que los hijos vagos de los ricos siempre podrán pagarse una universidad privada.
Pero el riesgo real de convertir la universidad pública en un instrumento de nivelación es que ésta seguirá perdiendo calidad y los hijos de los ricos, tanto los vagos como los estudiosos (que también los hay), huirán en masa hacia las universidades privadas y hacia las públicas extranjeras de prestigio consolidado. Con lo que la movilidad social decrecerá rápidamente hacia un horizonte de minorías privilegiadas estancas y un nuevo proletariado con titulaciones inservibles en el bolsillo.
JON JUARISTI, ABC 30/06/13