- Se enfrentan al mismo totalitarismo con el que Franco perseguía el uso del catalán, a idéntica agresión, ahora por hablar castellano
Quienes se manifiestan contra prácticas fascistas participan en una manifestación antifascista. Este domingo, en Barcelona, miles de familias han salido a la calle para decirle “basta ya” al fanatismo. Las imágenes que nos llegan del acto reflejan la serenidad y determinación de quienes defienden sus derechos de ciudadanos. Los lemas que se leen: ”¡Ni lengua ni doctrinas impuestas!”, “¡Puentes, no muros!”. Se enfrentan al mismo totalitarismo con el que Franco perseguía el uso del catalán, a idéntica agresión, ahora por hablar castellano. De eso va este artículo.
Para poder entender algo debes llamarlo por su nombre, como advertía Sócrates. La violencia utilizada para modificar la realidad sociolingüística de la sociedad catalana no podrá ser disimulada con la estratagema “no pueden ser fascistas los que apoyan antifascistas como Lluís Llach”. La gallineta, la que decía no, hoy canta en otro corral, el fascismo lo practica la familia política del cantautor y exdiputado independentista. Las víctimas las provocan ellos y, si la esencia del fanatismo reside en la aspiración a obligar a los demás a cambiar, las políticas de inmersión lingüística son una muestra de libro.
Los informes del gobierno autonómico lo demuestran. Se refieren a los alumnos castellanoparlantes como a extranjeros a los que se somete a procesos de socialización intensivos con el fin de modificar sus comportamientos lingüísticos. Cuando comprueban que los chicos vuelven al castellano en el patio de recreo, deciden aumentar la presión, como si de electrochoques se tratara. La xenofobia se expresa sin complejo: “el uso menos mediatizado por el sistema educativo, como es el del patio de recreo, se acerca mucho al del hogar o, posiblemente, al existente en la sociedad”. Solo les falta proponer la separación de los niños de su entorno familiar.
- Se refieren a los alumnos castellanoparlantes como a extranjeros a los que se somete a procesos de socialización intensivos con el fin de modificar sus comportamientos lingüísticos.
Los alumnos, fuera de la presión policial dentro del aula, utilizan masivamente el castellano. Y lo hacen todos, también los catalanoparlantes, por ser la lengua común en la que se sienten más cómodos, a pesar de la vigilancia. Este comportamiento de rebeldía ha llevado al independentismo a hablar de la necesidad de reflexionar sobre “qué complementos, refuerzos o nuevos medios se necesitan para compensar tales dificultades”. ¿Más dinero para lograr que las prácticas sociales libres sean violentamente modificadas? Sí, es fascismo.
En los seguimientos de los grupos de edad están comprobando que alumnos de primaria, al pasar a secundaria, reducen espectacularmente el uso del catalán. Y, como se refleja en los informes Arrue vascos, los alumnos terminan mostrando rechazo hacia la lengua que se les quiere imponer. El Consejo Superior de Evaluación catalán y el propio informe del Sindic, el inefable centurión comunista Rafael Ribó, certifican el fracaso estrepitoso de las estrategias para cambiar los usos lingüísticos en ausencia del control del profesor. Su problema es que pueden seleccionar docentes, pero no alumnos y familias.
Producen daño, y mucho. Fernández Enguita y Julio Carabaña, en un ensayo titulado Enseñanza en lenguas regionales y sentimiento de pertenencia a la escuela (2019), analizan cómo estas políticas de inmersión-sumersión producen, más que diglosia escuela-familia, de escuela-sociedad. Afectan al nivel de identificación de los alumnos con el centro, “independientemente de cuál sea la lengua de su hogar”. Estos cirujanos de hierro del secesionismo han organizado una intervención “militar” en las escuelas para rectificar una pauta pedagógica universal: “los alumnos se encuentran mejor cuando en la escuela se usa la lengua principal en el conjunto de la sociedad, no justamente en su familia”. Los rendimientos escolares lo reflejan.
Enguita y Carabaña demuestran que es falso que este modelo se utilice en otros lugares como Quebec, que sea aceptado por la sociedad catalana -el apoyo a mantener el castellano como vehicular es de más del 70%- o que el objetivo sea una mayor cohesión social. “Evacuar el castellano de la escuela no es una operación lingüística, es política”, concluyen. Lo que se pretende es utilizar la lengua como artillería al servicio del proyecto de construcción de un Estado propio. Las familias lo saben. Y no se trata de unos meses de erasmus, sino de dieciséis años de la vida escolar de cada alumno.
Para ese fin, éstos fanáticos se dedican a controlar qué lengua hablan los alumnos en los patios de recreo, en las actividades extraescolares o cuando chatean – han detectado que más del 80% en castellano-. Actos que definen un marco de acción fascista. Decirle desde el poder político a millones de familias que su lengua materna, común y ampliamente mayoritaria, no es su lengua, eso es fascismo. De poco sirve banalizarlo en el sentido de Hannah Arendt, es decir, hacerse los tontos ante el crimen que se comete diariamente ante nuestras narices. Urge evitar el mal que describe Tolstoi en Ana Karenina: “no hay condiciones de vida a las que un hombre no pueda acostumbrarse, especialmente si ve que las aceptan todos los que le rodean”.
“Evacuar el castellano de la escuela no es una operación lingüística, es política”, concluyen. Lo que se pretende es utilizar la lengua como artillería al servicio del proyecto de construcción de un Estado propio
Contra esto se ha movilizado la plataforma cívica Escuela de Todos. Ningún esfuerzo sobra. Estos días el gobierno vasco de PNV y PSOE anuncia una ley para imponer en todos los centros el modelo D, el que expulsa al castellano como lengua vehicular. Quieren asegurarse que -digan lo que digan los tribunales- sea irreversible antes de que el doblado Pedro Sánchez, arrodillado ante el independentismo, pierda el gobierno. Lo que están haciendo los socialistas es blanquear la instrumentalización fascista de la lengua, en una operación similar a la del lavado de dinero negro. Desenmascarar a los Iceta e Illa es prioritario a la hora de levantar una alternativa política viable a este régimen totalitario, más allá del lamento.
Ahora, que se preparen los convocantes de la manifestación para la ofensiva habitual de las “cámaras de eco” sanchistas. Utilizarán el comodín de las fotos de Vox en la manifestación para descalificarles. Pero va siendo hora de neutralizar manipulaciones informativas tan obvias. Lo mismo les decían a los que denunciaban los crímenes del estalinismo, que coincidían con “las derechas”. Uno de los más acosados, Arthur Koestler -le llamaban “perro rabioso del anticomunismo”- les replicó con su famoso “uno no puede evitar que la gente tenga razón por motivos equivocados”. En fin, no despistarse.