Olatz Barriuso-El Correo

  • La fotografía PSE-Bildu-Sumar es una imagen buscada por todos sus protagonistas y trasciende, de lejos, la política municipal

En 1998, con el lehendakari Ardanza ingresado por una operación de hernia discal, la reforma del reglamento del Parlamento vasco para obligar a sus integrantes a acatar la Constitución fue la chispa que acabó detonando la ruptura del Gobierno de coalición PNV-PSE y precipitando la salida de los socialistas del Ejecutivo. De nada sirvió la carta que Ardanza remitió desde el hospital a Nicolás Redondo para pedirle que reconsiderara su postura y recordarle que el acuerdo entre ambos nada decía del acatamiento de la Carta Magna, al que el PNV se había opuesto de la mano de HB y EA. Aquella votación sirvió para visualizar, en realidad, una mayoría alternativa que acabaría cristalizando tres meses más tarde, cuando en septiembre partidos y sindicatos abertzales firmaron el pacto de Lizarra.

Las comparaciones, además de odiosas, son inoportunas porque nada tiene que ver aquella Euskadi sacudida por el terrorismo de ETA con la de hoy. Echar la vista atrás ayuda, no obstante, a recordar que los movimientos de fondo, en política, suelen llegar precedidos de un ‘clic’ aparentemente anecdótico o banal. Y, desde luego, se mire por donde se mire, la comparecencia conjunta de EHBildu, PSE-EE y Sumar en el Parlamento vasco para reivindicar una mayoría de izquierdas alternativa a la que opera con responsabilidades de gobierno repartidas entre el PNV y los socialistas no puede interpretarse como un hecho aislado, desnudo o descontextualizado. Es, sin duda, un síntoma de una corriente subterránea en ebullición bajo la superficie de la política vasca, ya no tan plácida como hasta hace unos meses, que está por ver si alumbra un cambio de rasante real en el juego de alianzas o responde a un mero tanteo preelectoral para no poner todos los huevos en la misma cesta.

Es evidente, en cualquier caso, que la fotografía de ayer es una imagen buscada por todas las partes que participaron en ella y que trasciende, de lejos, el futuro centro de refugiados de Arana y la política municipal vitoriana. Veamos las razones. Para empezar, el movimiento del PP al retirar la moción original para evitar desplazar el eje del debate a la lógica izquierda-derecha (que perjudica claramente a los de Javier de Andrés en su pugna con el PNV) podía haber puesto el punto final a un episodio que los socialistas explicaban por el legítimo derecho que les asiste a sacar adelante sus posiciones en la Cámara de Vitoria. Pero la enmienda suscrita por socialistas, soberanistas y los de Yolanda Díaz ya había saltado a los titulares este miércoles y la comparecencia conjunta no iba a producir ningún efecto práctico, más allá del impacto visual y emocional de poner cara y ojos a un imaginario tripartito vasco de izquierdas. «Ya no se cortan», se sorprendían en las filas jeltzales.

Además, la alcaldesa socialista de Vitoria, Maider Etxebarria, se había quedado sola en su defensa del macrocentro en la antigua residencia de Arana. En septiembre pasado, hace un suspiro, la portavoz de EHBildu en el Consistorio, Rocío Vitero, criticaba la «decisión unilateral» del PSOE de aplicar un «modelo ‘low cost’» de acogida. Ahora, la iniciativa consensuada en el Parlamento ni siquiera supone un apoyo cerrado al nuevo equipamiento, lo que supondría una incoherencia de libro, sino un llamamiento genérico al consenso interinstitucional y al respeto a los derechos humanos. Queda patente, por lo tanto, que lo importante, más allá del contenido, era el mensaje (¿advertencia?) que pretendía enviarse: ‘somos más’, al estilo de Sánchez tras el 23-J.

Y ahí es donde entra el argumento central de PSE, Bildu y Sumar para defender la inédita mayoría: el auge global del «autoritarismo», una retórica de resistencia antitrumpista o antivoxista que puede valer para la política migratoria o casi para cualquier asunto. Si a eso se le añade que, en un paralelismo temporal casi perfecto, Bildu salía en defensa de Sánchez en Madrid y achacaba el ‘caso Cerdán’ a una maniobra para acabar con el principal interlcutor de los soberanistas een el PSOE, la conclusión es diáfana: algo se cuece. Veremos si cuaja.