ABC 11/08/16
LUIS VENTOSO
· ¿Por qué tiene que dedicarse a hacer encuestas, o a sufragar exposiciones frikis?
MIS dos amigos más viejos son unos ingleses a los que conocí de chiripa, Barbara y Lawson, una viuda de 88 años y un soltero de 80. Están unidos por una amistad antigua y entrañable, ajena a cualquier consideración romántica. Cada año se patean media Europa, estudian informática en la Universidad para gente mayor de su ciudad, la bonita Guildford, y son voluntarios en el teatro local. Tal profusión de actividad siempre me lleva a sospechar que en Inglaterra falta afecto familiar, una de las grandezas de España, pero aun así admiro su ánimo para ponerse el mundo por montera.
Guildford está a 40 minutos de tren al sur de Londres. Ciudad universitaria de 140.000 habitantes, a ratos parece una caricatura de lo inglés (hasta dicen que a Lewis Carroll se le ocurrió allí su Alicia). Una de sus atracciones es Clandon Park, con su gran mansión levantada en 1720. En una de mis visitas, el fuego acababa de arrasarla, con gran penar de los medios ingleses. Hablando del tema, les dije a mis amigos a modo de consuelo: «De todas formas, supongo que el Estado la restaurará pronto, ¿no?». Me miraron perplejos: «¿El Estado?». Y me explicaron que el palacio forma parte del National Trust, una fundación creada en el lejano 1895 por la sociedad civil, que se hace cargo de mansiones y fincas de familias aristocráticas venidas a menos. ¿Cómo se financia el National Trust? Pues con los donativos de sus 4,2 millones de socios y con la ayuda de mecenas. A día de hoy, las obras para devolver su esplendor a Clandon Park ya están en marcha, impulsadas por la iniciativa privada. ¿Qué genera este modelo? Pues un interés del público por el bien común y un orgullo cultural y sentimental por sostener el legado de la historia.
El Estado nos libra de la ley de la selva y es garante de la seguridad jurídica, el orden público y el colchón social. Es imprescindible. Pero en España hace demasiadas cosas. Es lógico que el país disponga de una gran televisión pública, que defienda la cultura española y su poderoso idioma y proyecte la imagen de España en el mundo, creando poder blanco (como tan bien hace la BBC). Pero resulta nocivo y esperpéntico que la incompetente señora que ostenta la alcaldía de Madrid sin ganarla –un obsequio de Sánchez– monte una radio pública para hacerse propaganda con los impuestos de todos. Tampoco creo que el Estado tenga que dedicarse a hacer encuestas electorales, ocupando el terreno de los medios privados que las ofrecen y compitiendo con pólvora del rey con las empresas demoscópicas. Y resulta aberrante que se pague con dinero público al primer majadero que pilla una monda de plátano, la guarda en una urna de cristal y proclama que ha hecho arte.
Sobra Estado en España (y no hablemos ya de las comunidades que padecen la obsesión nacionalista). Recursos que deberían dedicarse a lo imprescindible –sanidad, educación y seguridad– se detraen para pagar verbenas, ayudar a clubes de fútbol, hacer encuestas, mantener las televisiones de las taifas, sostener a los intelectuales orgánicos de los mini estados autonómicos, abrir museos epatantes… Una espuma accesoria que ya no concuerda con el calamitoso estado de las cuentas.