En 40 años de convivencia democrática los españoles hemos sido capaces de llevar a nuestro país a las más altas cotas de progreso y desarrollo, y eso ha sido así, sencillamente, porque lo hemos hecho juntos, fundamentalmente, en todo aquello que exigía de una comunión social y política para canalizar la más legítima de las aspiraciones de toda nación: su anhelo de prosperar en libertad. Juntos nos dotamos de una Constitución sobre la que construimos un país que quería compartir en democracia los nuevos horizontes de la globalización. Juntos decidimos formar parte del gran proyecto de construcción europea, y la UE nos ha hecho un país mejor: en apenas 30 años hemos doblado nuestro PIB, multiplicado por ocho nuestras exportaciones, recibido 150.000 millones de euros en fondos y situado nuestra esperanza de vida entre las más longevas del planeta. Juntos nos incorporamos al espacio común de seguridad, cooperación y defensa proporcionado por la Alianza Atlántica. Con la fuerza de la ley y del Estado de Derecho, juntos hemos sabido combatir hasta su derrota la atrocidad del terrorismo que tanto dolor nos han infligido; y juntos seguimos haciéndolo, porque la amenaza del terror ya no conoce fronteras, empeñado en someter al mundo libre bajo el yugo del miedo, el odio y la intolerancia.
«Juntos» tiene una belleza sin duda inspiradora, como seguramente nos transmitió a todos una profunda emoción la soberbia entrada y el paseo del equipo olímpico español en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Todos unidos, mezclados, abrazados, hombro con hombro, hombres y mujeres compartiendo sueños y cientos de días de esfuerzo a sus espaldas, conscientes de que caminaban tras una bandera y representando con orgullo y responsabilidad lo mucho que simboliza. Un bloque. Un equipo. Pura metáfora. Juntos. Una lección.
Y es aquí, precisamente, donde radica la clave para resolver la incógnita de nuestro presente incierto. Porque como versó César Vallejo «hay muchísimo que hacer», España no se puede parar ahora, aún nos quedan enormes desafíos que abordar, y para llevar a cabo esa tarea no hay peor enemigo que la miopía política, el cálculo partidista y los egoísmos personales. Estamos en la auténtica hora de la verdad, como lo estuvimos –y lo estuvo el PSOE– en los Pactos de la Moncloa del 77; como lo estuvimos –y lo estuvo el PSOE– cuando nos incorporamos al ilusionante reto de la Europa común; como lo estuvimos –y lo estuvo también el PSOE– cuando decidimos mantener nuestra presencia estratégica en la OTAN; como lo estuvimos y estamos –y el PSOE siempre en primera línea– en el combate al terrorismo; y como lo hemos estado siempre en las Cortes en tantas y tantas iniciativas donde, por encima de todo, lo que se protegía era el interés nacional y de los españoles, llámese lucha contra la violencia de género, protección a las víctimas del delito, asegurar nuestro Estado del Bienestar (Pacto de Toledo) o incluso la última reforma constitucional, impulsada por los socialistas en medio de la crisis más brutal sufrida en generaciones para, desde el principio de estabilidad financiera, recuperar la confianza internacional y evitar la quiebra de las políticas sociales.
Todo eso lo hemos conseguido juntos, desde el respeto y la concertación, pero juntos. «Este no es momento para la incertidumbre política», reflexionaba hace pocos días Federica Mogherini en relación a la situación que vive la UE, que bien podría servir para explicar en qué punto nos encontramos en España. Los representantes públicos no podemos desertar de nuestras responsabilidades políticas, y cada minuto que pasamos sin gobierno nos resta capacidad competitiva, nos frena y nos hace más frágiles y vulnerables, poniendo en peligro todo lo que hemos conseguido unidos. Y el PSOE sabe bien además, porque lo ha comprobado siempre que ha estado a la altura de las circunstancias históricas que ha protagonizado en democracia, que lo que es bueno para España lo es también para el propio Partido Socialista, y no al revés, y que su rosa nunca ha sido más hermosa que cuando ha actuado pensando solo en el interés de España y el bienestar de todos los españoles. «Eres responsable de tu rosa», escribió Saint-Exupéry en El Principito, y pocos, muy pocos, entenderían que un no-no-no a estas alturas inexplicable, llevado hasta sus últimas consecuencias, provoque por primera vez desde la Transición la deserción del PSOE de esa España unida, próspera y justa por la que siempre ha luchado.
PORDOS veces en seis meses la sociedad española ha hablado y decidido, y la obligación de la política es saber interpretar correctamente esa decisión y ese mandato. Errar en esa lectura es letal en democracia –máxime si es un error consciente– porque la debilita al alejar a los ciudadanos de unos representantes que hacen oídos sordos o no saben o no quieren leer lo que se les transmite en las urnas. Y en las dos ocasiones los españoles han sido claros. Claros en el quién, señalando a la persona y al partido en los que más confían para liderar un gobierno. Y claros en el cómo, diciéndole a todas las fuerzas políticas que se tienen que entender, que deben hablar y pactar, que tenemos la obligación de sacar este país adelante desde el consenso y –en palabras de Amos Oz– «tratar de encontrarse con el otro en algún punto a mitad de camino», porque eso es, ni más ni menos, llegar a acuerdos y lo que los españoles nos han pedido que hagamos.
En eso está Mariano Rajoy, en eso parece que está Ciudadanos y en eso debería estar –y espero que lo esté pronto– el PSOE, entre otras cosas porque ya, como escribía hace poco un comentarista político, «no hay margen para el drama», pero sí creo que lo hay para que los socialistas acudan, como siempre lo han hecho, puntuales a otra cita histórica a la que nuevamente se les convoca. Desde la responsabilidad y el sentido de Estado hemos sido capaces de lo mejor. Hagámoslo de nuevo. Juntos.
Rafael Catalá es Administrador Civil del Estado desde 1985 y ministro de Justicia en funciones.