Libertad Digital 26/11/12
Aunque el mal resultado de una CiU desquiciada pueda ser motivo para la esperanza, un análisis más sosegado de lo ocurrido en las elecciones catalanas de este domingo resultará bastante menos tranquilizador.
En primer lugar porque, pese a que hayan estado muy por debajo de lo que las encuestas y ellos mismos esperaban, Mas y los convergentes son con mucho la fuerza más votada, y estamos hablando de un partido cuyos líderes más destacados se enfrentan a gravísimas acusaciones de corrupción, que tiene su sede embargada en un proceso judicial y, por si no fuese suficiente, que se ha embarcado en los últimos meses en un proceso demencial de insurrección… del que se ha beneficiado su gran rival por el voto nacionalista, ERC, que ha obtenido unos resultados tremendos.
La victoria de CiU no es, por tanto, sino un fracaso colectivo de una sociedad que debería revisar más pronto que tarde su sistema de valores. Especialmente si se tienen en cuenta los buenos resultados de ERC, segunda fuerza parlamentaria, y CUP, formaciones muy radicales, con discursos que no dudan en coquetear con la violencia y que se aprovechan de la más básica retórica del odio.
Resulta muy preocupante, sí, que incluso con el descalabro convergente el voto independentista siga siendo mayoritario: la suma de CiU, ERC, ICV y CUP llega al 57,5%; mayoría que es aun superior si lo que se analiza son los escaños: estas fuerzas acaparan 87 de los 135 con que cuenta el Parlamento autonómico catalán, es decir, con el 64%.
La mayoría de los partidos ha cosechado resultados decepcionantes o sonoros batacazos. Entre los primeros debería estar el PP, que pese a subir un poco y obtener unos resultados razonables no ha sido capaz de sacar provecho de la radicalización de CiU y ha visto, en cambio, cómo Ciutadans conseguido más de 270.000 votos, muchos de los cuales habrían sido populares si los de Alicia Sánchez Camacho hubiesen defendido de verdad aquello que dicen defender. Entre los segundos, los que han fracasado sin paliativos, está por supuesto CiU, que con una participación mucho más alta ha perdido casi 100.000 votos y prácticamente un 8%. Tras una apuesta tan clara, arriesgada y personalista como la que emprendió Mas, esos son los números de una derrota monumental, por mucho que siga siendo la formación más votada. Una derrota que, desde luego, debería llevar a Mas a asumir sus responsabilidades y dimitir.
También ha sufrido un rotundo fracaso el PSC, que no ha caído tanto como auguraban las encuestas más pesimistas pero que deja de ser la segunda fuerza en el Parlamento autonómico y desciende a unos niveles a los que jamás imaginaba descender. Así, los socialistas pierden cuatro puntos y 50.000 votos sobre los resultados de 2010; si la comparación se hace respecto de las elecciones de 2006, las cifras son escalofriantes: casi 300.000 votos y 12 puntos menos.
En este panorama, los grandes triunfadores son sin duda Albert Rivera y Ciutadans, que han multiplicado sus votos por 2,5 y pasan de tres a nueve escaños. Su resultado es el premio a una dirección brillante y una estrategia clara de confrontación radical, valiente y de fondo con el independentismo. Porque, por mucho que los populares llamasen al voto útil en la recta final de la campaña, un porcentaje muy importante de los votantes ha estimado que para defenderse del nacionalismo y del desafío de Mas el voto más útil era el entregado a Rivera y los suyos, no al partido que permitió a CiU aprobar dos presupuestos autonómicos. El PP debería pensar en ello.