EL CONFIDENCIAL 03/09/14
JOAN TAPIA
El llamado caso Pujol –que se inicia con la confesión por el expresident la tarde del viernes 25 de julio de que su familia había tenido, fruto de una herencia oculta al fisco, cuentas en el extranjero durante decenios– conmocionó a Cataluña y España y ha sido el gran asunto del agosto de 2014. Seguirá ocupando titulares durante mucho tiempo y tendrá serias consecuencias –algunas imprevisibles hoy–, pero el primer afectado es y será CDC, el partido que fundó todavía en clandestinidad en el monasterio de Montserrat y del que ha sido patrón y referente indiscutible hasta el pasado 25 de julio.
Artur Mas, su heredero, escogido hace años por Pujol y su familia, que antes habían descartado a otros candidatos demasiado “poco reverentes” como Miquel Roca o Duran i Lleida, dice ahora que ya hace más de diez años que Pujol no tomaba decisiones en Cataluña. Él lo sabrá –quizás la última que tomara fuera la de designarlo sucesor–, pero lo cierto es que Oriol Pujol, uno de sus hijos en una familia que parece que operaba con sólido espíritu de clan, era secretario general y principal candidato a suceder a Artur Mas hasta muy pocos días antes del pasado 25 de julio.
Tener que hacer renunciar al fundador y líder del partido al que había llevado a seis victorias consecutivas desde 1989 a 1999 (algunas con mayoría absoluta) de todos sus cargos, beneficios y tratamientos honoríficos tanto en CDC como en Cataluña en menos de una semana, sugerirle que lo mejor sería que pidiera la baja y presionarle –tras la petición de la oposición y de sus aliados de ERC– a comparecer en el Parlament no es algo que se pueda hacer sin dolor y sin consecuencias.
Un amigo literario y siempre crítico con Jordi Pujol me dice que CDC tenía algo de fenómeno grupal-religioso. La Cataluña catalanista de la amplia clase media que se conforta mirando TV3 era la Patria-Iglesia, Jordi Pujol el profeta y el Papa, los dirigentes y militantes componían la jerarquía y el clero, y el resto de la humanidad estaba formada por distintas clases de infieles –respetables todos, eso sí– porque Cataluña es un país moderno y civilizado.
Y para estos ‘creyentes’ (también muchos ‘tibios’ integraban por diversas causas el rebaño elegido), que algún sacerdote, obispo, o incluso cardenal, cometiera actos impuros con notoriedad era grave pero un palo que había que soportar (nadie es perfecto). Lo impensable, lo inadmisible, lo que podía hacer explotar era que el propio Papa viviera en pecado permanente.
El caso Pujol va a tener serias consecuencias para CDC y puede ser letal para Artur Mas, pero no implica la desaparición del fenómeno independentista porque ya se estaba produciendo –antes del escándalo– una fuerte emigración de voto desde CDC a ERC
Este amigo –al que le gusta el teatro de Valle-Inclán y que exagera– afirma que CDC ha podido superar muchas cosas, incluso la colusión con el estafador confeso Fèlix Millet en el asunto del Palau de la Música (la sede de CDC es la garantía prestada por el partido a la fianza exigida por el juez). Ya se sabe que encontrar benefactores es difícil y los partidos deben hacer cosas ‘extrañas’ para financiarse. Pero lo que no puede digerir es que se difunda (y muchos fieles e infieles crean que es cierto) que la familia Pujol se ha enriquecido con negocios y comisiones aprovechándose del liderazgo político del padre de familia. Si el Papa peca y lo confiesa a modo de expiación… apaga y vámonos.
Algo hay de interesante en esta aproximación. Al PSOE de Felipe González le sacudieron mucho los casos Rubio y Roldán, pero no le aniquilaron moralmente (al fin y al cabo gente así hay desgraciadamente en todas partes). Ni siquiera el famoso caso Filesa, ya que para muchos socialistas la financiación poco ortodoxa (quizás ilegal) podía ser imprescindible para vencer al partido de la derecha, siempre con las arcas llenas.
Al PSOE de Felipe González lo que le hundió moralmente porque repugnaba a muchos socialistas –incluso a los dirigentes que lo habían tolerado o habían mirado hacia otro lado– fue la evidencia de algún tipo de complicidad o respaldo con los GAL. El terrorismo de Estado a través de los cuerpos de seguridad era algo que el socialismo que había gritado a favor de los derechos humanos y contra los abusos policiales de la dictadura de Franco no podía asimilar.
El caso Pujol puede ser para CDC más grave que los GAL para el PSOE porque desarma moralmente el discurso convergente (ahora no es sólo España, sino también la familia del padre de la Patria la que puede haber esquilmado a los catalanes). El daño moral del caso Pujol puede tener, pues, consecuencias políticas y electorales graves, incluso letales, para CDC.
La “refundación” de la que habla el nuevo coordinador general, Josep Rull, que ha sido designado digitalmente por Artur Mas para relevar a Oriol Pujol en la secretaría general del partido, tiene muy escasa credibilidad. ¿Pueden los hijos políticos de Pujol refundar un partido que ha quedado muy tocado por la confesión de Pujol padre y las investigaciones en los juzgados sobre la conducta de sus hijos biológicos?
Pero de la misma forma que creo que CDC tiene un serio problema de supervivencia, aunque Mas haya demostrado carácter y determinación (quizás por encima de la recomendable), también me parece un error afirmar (como es tentación bastante generalizada en Madrid) que el escándalo Pujol conllevará de forma más o menos automática la derrota del independentismo.
Primero porque el independentismo se alimenta de la exacerbación del sentimiento catalanista –muy mayoritario en la sociedad catalana– ante una sentencia del Tribunal Constitucional que rectifica un Estatut que había sido aprobado en referendo, por el que el 80% de la clase política catalana había apostado (no sin cometer errores) y del que los más nacionalistas sin estar entusiasmados (ERC recomendó el voto en contra al igual que el PP) pensaban que más valía un mal arreglo que un buen pleito.
El caso Pujol va a tener serias consecuencias para CDC y puede ser letal para Artur Mas, pero no implica la desaparición del fenómenos independentista porque ya se estaba produciendo –antes del escándalo– una fuerte emigración de voto desde CDC a ERC
La tentación obvia para los más radicales era concluir que si el mal acuerdo (el Estatut, que como salió de las Cortes españolas tras el acuerdo Zapatero-Mas era distinto del que se aprobó en Cataluña) se tumbaba, mas valía sostener un buen pleito (la independencia). Y en este desapego o desafección –certeramente señalado por José Montilla antes de la sentencia– jugaron no sólo los asuntos de fondo (siempre discutibles), sino también las formas.
Por una parte el serial de recusaciones y juego sucio en el propio Constitucional. Por la otra, a una Cataluña que apostaba (no sin errores) por una España plural y que había decidido ser España (en el referendo del Estatut) no se la debía responder con los agravios y el recurso de los nacionalistas españoles contra artículos de ese Estatut que no se recurrieron en otros estatutos posteriores como el valenciano o el andaluz. Y la asimetría en el trato fiscal con la otra ‘nacionalidad’ –la vasca– era patente y se arrastraba desde la Constitución.
Sin solucionar estos problemas de fondo –no fáciles de resolver porque el federalismo es menos conflictivo en países de cultura homogénea como Alemania o Estados Unidos–, una gran parte del nacionalismo catalán e incluso del catalanismo de izquierdas (gente que militaba en el PSC-PSOE como Montserrat Tura, que ayer presentó un libro en Barcelona que aboga por la unión con España desde la libertad, es decir, desde la consulta) puede decidirse a apostar por el independentismo radical. Y este fenómeno ya se estaba produciendo con cierta intensidad –con anterioridad al caso Pujol– a través de la emigración del voto de CiU hacia ERC.
Cuando el partido reformista (en este caso CDC) se convierte sobre el 2012 a las tesis rupturistas o revolucionarias de ERC (el nacionalismo español de Aznar, Rajoy y los “cepillados” de Alfonso Guerra también tiene responsabilidad en esa conversión), es lógico que muchos electores de CDC concluyan que, si ERC tiene razón, lo mejor y más conveniente es votarles directamente. Ese es el descomunal error de Artur Mas, asesorado por un grupo de jóvenes sin experiencia que desprecian el pragmatismo de la CDC tradicional de Pujol y Roca.
Y el tránsito del nacionalismo catalán de CDC a ERC es muy anterior al caso Pujol. En las elecciones del 2010 (cuando Mas derrotó al tripartito), CDC obtuvo el 38,4% de los votos (Pujol había llegado al 45%) y ERC el 7%. En las del 2012 –cuando Mas se inclinaba a medias por la independencia– CDC sacó el 30,7% (diez puntos menos) y ERC el 13,7% (6,7 puntos más). En las europeas de mayo de este año –con Mas lanzado a la consulta independentista– CDC bajó otros nueve puntos, hasta 21,8%, y ERC logró el sorpasso con el 23,6%, diez puntos más. Ahora la encuesta publicada este lunes por El Mundo sobre Cataluña dice que ERC mantendría su 23% y que CiU (quizás el primer efecto Pujol) caería 2,7 puntos más, hasta el 19,1%.
En cuatro años de lo que Mas llama “la hora grande de Cataluña”, CDC puede haber perdido la mitad de su cuota electoral mientras que ERC ha multiplicado por casi cuatro la suya. Lo más curioso es que el tan criticado por poco catalanista PSC (en Barcelona, porque en Madrid se le recrimina lo contrario) sólo pierde 0,6 puntos entre las elecciones del 2012 y la encuesta de El Mundo, mientras que CDC –que decía con orgullo que encarnaba la nueva centralidad catalana– se deja 11,6 (8,9 en las europeas, antes del caso Pujol).
Es evidente que Mas se ha equivocado y ha llevado a una situación muy complicada tanto al nacionalismo de centro-derecha como a toda Cataluña. Pero no creo que para España (ni para Cataluña) lo mejor que pueda pasar es que ERC se convierta en el primer partido catalán. Aunque quizás en el PP haya alguien que apueste exactamente por lo contrario. O actúa con tanto desconocimiento que lo parezca.