Luis Ventoso-ABC

  • Nos hicieron felices, pero los tiempos cambian, y a mejor

Uy las predicciones… En 1995, la pujante revista «Newsweek» publicaba un sagaz artículo donde relativizaba internet. Jamás influiría en los gobiernos y nunca habría negocio. Diecisiete años después la revista ya no existía en papel, solo online, y los titanes digitales descollaban. En sentido contrario es épico el resbalón de Negroponte, el supergurú del MIT, que auguró que el último periódico en papel se publicaría en 2015.

Desde mi insignificancia, hace siete años escribí aquí un artículo jugando a augurar la evolución de nuestro ocio: «Es ya evidente -especulaba- que la televisión fusionada con el ordenador será el altar de nuestra vida doméstica. Hoy en día existen televisiones de imagen perfecta. Esas pantallas enormes, hoy capricho de plutócrata, estarán al

alcance de la clase media en un lustro. El consumo televisivo cambiará radicalmente. Internet estará integrada de manera natural en la pantalla y podremos comprar aquello que nos atraiga. Esta revolución nos alejará de la calle y convertirá nuestro salón en una ventana al mundo. ¿Quién querrá ir al cine a escuchar crujido de palomitas pudiendo ver la película con más calidad y en su confort privado?». Espero que Negroponte me fiche para el MIT con una pasta, porque -y disculpen el autobombo- así ha sido. El grueso de nuestro ocio se ha trasladado a las plataformas en streaming, que es donde vemos realmente el cine (y las series, con frecuencia mejores que las películas, pues priman el trabajo en equipo y el brío del guión sobre ínfulas de autor a veces sobrevaloradas). El cambio ha quedado rubricado esta semana con el anuncio de que la Warner, el centenario estudio de «Casablanca», estrenará sus películas a la par en las salas y en la plataforma HBO. Las acciones de las cadenas de cines anglosajonas se han desplomado. Cae su telón, que no el del cine.

Como para toda mi generación, los cines fueron los palacios de mi infancia, en aquella Coruña de borrascas y pasado ilustrado (la primera ciudad española donde se representó el Don Giovanni de Mozart, en 1798). Teatros venerables con brillos barrocos, como el Colón y el Rosalía. Pelis de catástrofes en modernísimos cines setenteros, como el Riazor. Gamberros cines de barrio donde montar bulla, como el Rex, el Equitativa o el Gaiteira. Cruzar su umbral era el único acceso a un universo fascinante, alejadísimo de nuestra cotidianidad chata. Jamás sentiré una magia como la de la hipnosis absoluta en aquellas butacas incómodas. Pero no lo añoro. Vivimos en una era extraordinaria. Los periódicos en la palma de la mano en un teléfono. Los accesibles libros de bolsillo. La música en streaming, donde pasas de Bach a Los Ramones y de Arvo Pärt a Dylan con el roce de un dedo. Las películas en el sofá, en pantallas de nitidez extraordinaria, sin toneladas de anuncios, ni plomos en la butaca de al lado. Los periódicos al desayuno servidos en tableta… Un mundo feliz, donde solo falta el aburrimiento, el manantial de las ideas.