Jon Juaristi-ABC
- Una película de ficción, más veraz que verosímil, sobre los años del terrorismo etarra en el País Vasco
He visto, con algún retraso, ‘Érase una vez en Euskadi’, de Manu Gómez, producida para Netflix en 2021. Por fin, una película no estrictamente documental sobre el pasado todavía reciente del País Vasco me ha conseguido convencer y emocionar hasta el punto de obligarme a recomendarla sin reservas. En el título se advierte un evidente homenaje a ‘Once upon a Time in America’, de Sergio Leone (1984). A su primera parte, por lo menos, que trata de la violenta adolescencia de varios futuros gángsteres judíos en el East Side de Manhattan durante los años veinte del siglo ídem. Por lo que hace a posibles influencias españolas, no descartaría la de algunas novelas de Javier Pérez Andújar, de Rafael Reig o de Antonio Orejudo, y, desde luego, la de la serie televisiva ‘Cuéntame’, pero supongo que el director y guionista de ‘Érase una vez en Euskadi’ ha debido de tener más que suficiente motivo de inspiración en su propia experiencia de niñez y mocedad en la apasionante Mondragón de los años ochenta.
Allí, mientras todavía Madrid exultaba en plena movida, se rendía un culto local a personajes como Txomin Iturbe Abásolo, Juan José Etxabe o al aventajado discípulo de ambos, Josu Zabarte Arregi. El ‘gran Etxabe’ (Etxabe Aundixe, como se le conocía en el pueblo), fue, entre otras cosas, el inventor del ‘impuesto revolucionario’. De modo que ni él ni el Carnicero por antonomasia de la vecindad, Zabarte Arregui, habrían desmerecido profesionalmente junto a los Noodles Aaronson y a los Max Bercovitz de Sergio Leone.
La genialidad de Manu Gómez estriba en haber sabido evitar referencias demasiado explícitas a la historia de la Mondragón de su tiempo, no solamente al terrorismo y a la eusquerización escolar, sino ni siquiera al movimiento cooperativista, para centrarse en la intrahistoria de varias familias procedentes del sur de la Península (de maquetos, para qué vamos a andarnos con ambages) vista a través de cuatro chavales con distintos tipos de tragedia personal: las muertes del hermano yonqui de uno y del hermano etarra de otro, la de la madre de un tercero o la frustración deportiva de un cuarto, eterno aspirante a ciclista.
Bastarían esas cuatro perspectivas para darnos una visión impresionista más veraz que verosímil de lo que fue allí y entonces la vida. Pero, sobre todo, la película es un canto a las fuertes, heroicas, magníficas mujeres de la inmigración, madres y abuelas, que en el horror cotidiano de la estupidez y la humillación impuestas a los suyos por el nacionalismo, representaron la dignidad, el buen sentido y, sin duda alguna, la mitad del cielo.