IGNACIO CAMACHO-ABC
- Por su dimensión moral, el aborto es un asunto incómodo para un partido ‘atrapalotodo’. Le cuesta votos por un lado u otro
La polémica sobre el aborto en Castilla y León no tiene apenas que ver con el aborto ni con Castilla y León. El mismo dirigente que la ha abierto, un tal García Gallardo, admite en público que no sabe nada de embarazos, lo que da una idea de la seriedad del escándalo. El asunto va de marcos electorales, de ‘mcguffins’ políticos, y el PP ha picado por la asombrosa falta de reflejos del presidente castellano, incapaz de meter en vereda a su teórico subordinado. Vox, deseoso de recuperar o ampliar terreno, le ha puesto un reclamo a Mañueco y éste ha picado el señuelo como un pardillo sin control sobre su propio Gobierno. La reacción en tromba del sanchismo era previsible, tanto que formaba parte del movimiento ideado por la formación de Abascal para atrapar a Feijóo entre dos fuegos, uno por su flanco derecho y otro por el izquierdo. Los problemas que esperan al líder popular si no logra una mayoría suficiente se van a parecer mucho a los de Sánchez con Podemos. Los peores enredos surgen siempre de dentro.
Por sus dimensiones morales, el aborto es una cuestión muy antipática para un partido ‘atrapalotodo’: cualquier posición que adopte al respecto le puede costar votos por un lado o por otro. Sabiendo eso es fácil meterlo en un aprieto incómodo con algo tan simple como un protocolo sanitario bastante inocuo. Ésta es la hora en que, tres días después, la dirección de Génova aún no ha encontrado el tono ni la manera de zafarse de un debate que le resulta espinoso. Al final le va a venir bien que Pumpido, amparado en la nueva mayoría del Tribunal Constitucional, resuelva pronto el recurso, avale la ley y dé carpetazo al asunto. Antes, sin embargo, la coalición gubernamental y Vox tienen tiempo de sobra para exprimir el careo dialéctico en que se sienten a gusto y hacer la pinza contra un rival confuso, aturdido, bloqueado en su impericia para salir del apuro y cerrar la brecha que divide a los suyos.
De momento ha perdido la iniciativa. El presunto aliado le ha puesto la zancadilla y Sánchez respira ante la oportunidad de venirse arriba y correr una cortina, aunque sea de humo, sobre sus concesiones penales a agresores sexuales y sediciosos separatistas. La amenaza de aplicar el 155 es una hipérbole propagandística –no tiene co…raje para afrontar en plena campaña las evidentes comparaciones– pero funciona como quincalla narrativa, como argumento movilizador de la ira feminista. Al menos durante unos días, que es lo que duran los efectos de esta clase de pirotecnia política. A nadie parecen importar en el fondo las mujeres de Castilla, usadas como mero pretexto de confrontación banderiza. Ellas, su drama de zozobra íntima, sus hijos no deseados, incluso los médicos ignorados por la intrusión en su práctica clínica, parecen sólo figurantes borrosos de una escena cuyos protagonistas recitan una prefabricada letanía de consignas.