Rebeca Argudo-ABC

  • Supongo que Óscar Puente, ese ministro al que le da el síndrome de Tourette en cuanto pilla wifi, recibirá amonestación instantánea

A Pedro Sánchez le han entrado las prisas por proteger a la ciudadanía y sus derechos digitales. Ahora le preocupamos mucho. Urge cuidarnos. Coincidiendo, casualmente, con el éxodo de sus voceros a otras zonas de confort, ahora que el algoritmo no baila la conga al son de sus lamentos, quiere que todos (¿todos?) nos sintamos más seguros en nuestras experiencias dos punto cero. El ‘ahora’ es determinante. Poco le importaba el anonimato y sus abusos cuando las Barbijaputas, las Mr. Handsome o las Protestonas, entre otras muchas cuentas que operan bajo pseudónimo a la izquierda del padre, regaban las redes con su antisemitismo, su amor incondicional (y remunerado) al líder o sus insultos a cualquiera que discrepase. Ahora, digo, le preocupa mucho la impunidad en las redes. Y los insultos. Sobre todo los insultos. Supongo que Óscar Puente, ese ministro al que le da el síndrome de Tourette en cuanto pilla wifi, recibirá amonestación instantánea. O no, que a lo mejor Su Sanchidad le otorga patente de corso y anchas son las redes sociales para que navegue, viento en popa, a toda vela. Como no podía ser de otra manera, se ha creado un observatorio donde abreva ya una buena cáfila de expertos. Con su web, su perfil en redes y su sueldo (y su camisita y su canesú). A Sánchez también le preocupa mucho (en calidad de especialista en la materia, supongo) la mentira. Que con mucha frecuencia, dice, lo que se viraliza en las redes no es la verdad, sino la mentira (pausa dramática). Reconozco que comparto con Sánchez la preocupación por la verdad, por la facilidad con la que las mentiras son capaces de enraizar a fuerza de ser repetidas una y otra vez. Pero disiento con él en la fórmula para reforzar la primera y acabar con las segundas: mientras él apuesta por la censura, yo abogo por menos. Y, de tener que elegir árbitro para dirimir qué se puede decir y qué no, creo que el menos indicado de todos es aquel que ostenta el poder. Por la sencilla razón de que siempre ha sido, a lo largo de la historia, el más interesado en silenciar al que disiente. Y todos lo han hecho por nuestro propio bien, para protegernos. ¿En serio necesitamos que nos protejan? ¿No elegimos nosotros solitos entrar o no hacerlo en una red social e interactuar con unos y con otros (y con aquellos, no)? ¿Es el Estado responsable de nuestro bienestar siempre, de que toda experiencia social que encaremos resulte satisfactoria? Podría parecer que Sánchez está convirtiendo a nuestro Estado de derecho en una madre hiperprotectora que vigila cada uno de nuestros pasos, angustiada en exceso por lo que nos pueda levemente incomodar, no vaya a traumatizarnos. En realidad lo está convirtiendo en una con un severo Münchhausen por poder, infligiendo padecimientos, convenciéndonos de que los sufrimos en realidad, y de que son graves, a fin de ser la imprescindible cuidadora, la única capaz de mantenernos a salvo. Y todo por conservar el poder: un Münchhausen por poder por el poder.