El carajal de Murcia ha venido a constituirse en una metáfora acabada de todas las Españas. Quienes nos hemos educado en la ética y la estética fordiana concebíamos el mundo y la política como una pelea entre el bien y el mal que se repartían entre los ciudadanos en proporciones variables. Ha tenido que suceder lo de Murcia para darnos cuenta de que aquí todos eran malos.
Desde aquella moción de censura originaria que presentó en mayo de 2018 un doctor con tesis ful y basada en una sentencia también espuria del juez aliado José Ricardo de Prada, hemos tenido otras seis sobre el tapete: una de Vox en el Congreso en octubre, y otras seis esta semana: una del PSOE y Ciudadanos en Murcia, fracasada el jueves, tres en Madrid (del PSOE, Más Madrid y C’s en grado de tentativa), fallidas por la disolución previa de la Asamblea por la presidenta Díaz Ayuso y otra en Castilla y León del PSOE, que probablemente fracasará el martes. Luego, ya por lo municipal está la de esa extraña pareja de baile que forman PSOE y C’s para el Ayuntamiento de la capital huertana que se verá el jueves.
Siete mociones en menos de tres años son muchas mociones. Cualquier observador desacomplejado podría sacar la impresión de que en la nueva normalidad las elecciones han sido sustituidas por la moción de censura como forma de acceso al poder. Es el exceso de la versión constructiva que adoptaron los padres constituyentes. Cuánto mejor la destructiva, que obliga a la convocatoria de elecciones. De momento, sería urgente una reforma legal para que nadie pueda plantear una moción de censura contra el Gobierno con el que estaba coligado. Los desacuerdos entre socios de Gobierno se dirimen con la ruptura y ahí te espero, en el debate de los presupuestos.
El doctor Sánchez explicó en su día los motivos de la suya: recuperar la dignidad de nuestra democracia y las reglas del juego, defender nuestra Constitución, recuperar la normalidad en nuestra vida pública y sacar a la política y el debate político de esta novela negra de corrupción, (la que afecta al PP, como especificaban los cintillos de El País).
¿Era eso lo que pretendías, hermosa Inés? Ya habíamos dejado claro que Sánchez emputece todo cuanto toca, incluso en Murcia. Daba grima oír los motivos de su candidata murciana, aspirante a desbancar a López Miras con sus seis escaños y los 18 que le prestasen el PSOE y Podemos, sí, Podemos. Una moción contra su propio Gobierno para erradicar la corrupción. Era impresionante oír la palabra corrupción a Diego Conesa, el dirigente socialista murciano imputado por prevaricación. Y tachar de tránsfugas a sus compañeros que prefirieron atender las ofertas de Teodoro. Hay más, claro. No se entiende la presencia de Casado y su fiel Teodoro Gª Egea en Cartagena. En primer lugar porque nada se le había perdido allí. En segundo, porque no se entiende su ruptura con Vox en la moción de Abascal, para salvar el lío murciano con los votos de unos tipos expulsados de Vox por privatizarse las cuentas del partido en la región, haciendo consejera de Educación a la diputada expulsada Mabel Campuzano. El asunto es impresentable, aunque el PSOE les había hecho la misma oferta para atraerse a los tres. La extrema derecha es para los socialistas un espantajo que se redime y deja de ser tal cuando secunda sus fechorías. ¡Qué vergüenza!