Jesús Cacho-Vozpópuli
- El que manda sigue siendo el mismo: el gran capo al frente del Gobierno
A Javier de Paz lo echa Carlos Ocaña, dos cuñas de una misma madera crecida en el bosque socialista, ramas del árbol de Rodríguez Zapatero, el primero; de Pedro Sánchez, el segundo. Venganza a primera sangre en el seno de la familia del puño y la rosa. Diez minutos antes de que diera comienzo la reunión del Consejo de Administración de Telefónica celebrado el miércoles 22, Ocaña, miembro de ese Consejo desde que fuera nombrado por Moncloa en representación de SEPI, entró en el despacho de Marc Murtra en el Distrito C portando una orden ejecutiva.
—¡Javier de Paz, a la calle!…
Murtra rostro pálido se queda blanco y pide explicaciones, pero eso, pero eso, a santo de qué, quién lo manda…
Quien tiene la facultad para mandarlo, dice Ocaña por toda respuesta. El gran jefe Pedro, el que te nombró presidente de Indra y luego te elevó de rango haciéndote presidente ejecutivo de Telefónica, dice ahora que De Paz tiene que dejar el Consejo de Administración.
De modo que cuando el aludido, su rostro tan empequeñecido como confiado, hace acto de presencia en el complejo de Las Tablas, se encuentra a pie de estribo con un Murtra que le agarra del brazo y le da la mala nueva. Te tienes que ir. Órdenes de arriba. Y De Paz se marcha dando un sonoro portazo. Pronto vuelve sobre sus pasos porque la noticia es demasiado gorda y se trata de minimizar daños. Murtra le explica que le ha preparado una serie de alternativas para enmascarar el despido de forma que parezca incluso que sale reforzado de la carnicería. Los miembros del Consejo se enteran del asesinato cuando el presidente se lo comunica en plena sesión. Lo mismo que los integrantes de la rumbosa Comisión de Nombramientos, Retribuciones y Buen Gobierno que preside la reverenda Laura Abasolo.
—Por lo menos dame lo que me ofrecía Pallete cuando en diciembre quiso sacarme del Consejo…
Y le han dado, sí, le han colmado de títulos y honores y funciones, que la “famiglia” nunca deja en el arroyo a quienes le han servido fielmente tirando de recortada. Sigue como presidente no ejecutivo de Movistar Plus, de modo que seguirá conservando su despacho en Tres Cantos, el comedor de Tres Cantos por donde ha desfilado lo más granado del socialismo patrio, el refugio secreto donde Zapatero pasa la mayor parte del día, y a él, que nunca le ha gustado dar palo al agua más allá de reunirse para conspirar (“es como tener a Zapatero deambulando por la sede todo el día”) le han encargado los Activos Inmobiliarios (donde siempre podrá pescar a lazo alguna comisión), y rizando el rizo del absurdo le han puesto al frente de esa cosa llamada Responsabilidad Social Corporativa. Por encima de todo, le han asegurado el condumio, le han conservado los garbanzos, seguirá cobrando el suculento estipendio, cerca del millón de euros año entre pitos y flautas, que lleva sacando de Telefónica desde hace 18 años por ser vos quien sois, por ser amigo íntimo, correa de transmisión y correveidile del ex presidente Rodríguez Zapatero. Pero le han echado del Consejo, le han quitado el oropel, le han borrado del podio que durante estos años exhibió como símbolo de su poder e influencia, el que le permitía llenar el comedor de su casa en las Salesas los sábados noche, cenas a las que acudía siempre Zapatero y Pepiño y Zaplana y el lucero del alba y muchos más, con señoras o sin ellas.
Ha llegado demasiado lejos. El chico nacido en Valladolid y crecido con sus abuelos en el humilde Barrio del Cristo de Palencia, porque sus padres estaban trabajando en Alemania, ha llegado casi a la cúspide. No ha necesitado grandes títulos universitarios (discretos “estudios de Derecho” y diplomado en información y publicidad); le ha bastado su determinación para aferrarse a las faldas del PSOE como una lapa toda su vida. Ese ascensor social que ha sido siempre la PSOE para sus fieles servants. Seguramente aún no se ha repuesto del susto, no se le ha quitado la cara de sorpresa. Porque Javier de Paz no quería irse. Ni a tiros. “No, no, yo me quedo con seguridad”. Es más, estaba seguro de ser el consejero que tenía su sillón en el Consejo de Telefónica más firmemente trincado. Durante mucho tiempo incluso pensó, se visualizó como presidente de Telefónica en sustitución de José María Álvarez-Pallete.
Hace menos de un año, en diciembre de 2024, después de que el accionariado de Telefónica se convirtiera en una especie de camarote de los hermanos Marx superpoblado de SEPI, árabes, Caixa, BBVA, BlackRock y demás, Pallete se vio en la tesitura de pedirle que dejara libre su sillón en el Consejo para dar acomodo en el mismo a alguno de los nuevos accionistas. La respuesta del aludido fue tajante: “Ni lo sueñes. Ni ahora ni nunca. Vamos, eso por encima de mi cadáver”. Y Pallete se la envaina. De Paz se siente tan seguro, tan respaldado por el tándem Sánchez-Zapatero que a partir de entonces empieza a conspirar para moverle la silla a José María, tal vez incluso soñando con ocuparla él mismo. Y de hecho dura lo que un caramelo a la puerta de un colegio. El viernes 17 de enero salta la liebre. Álvarez-Pallete a la calle. Le da la noticia en la propia Moncloa el Jefe de la oficina —la oficina del trinque— de Asuntos Económicos del presidente, Manuel de la Rocha. Uno de esos escándalos inconcebibles en un Estado de Derecho y en una economía de libre mercado. (“Pedro se cepilla a Pallete”, Vozpópuli, 19 de enero de 2025). De Manuel de la Rocha ha oficiado ahora Carlos Ocaña. El que manda sigue siendo el mismo: Pedro Sánchez Pérez-Castejón, el gran capo al frente del Gobierno de España.
Telefónica se ha convertido en una empresa pública a las órdenes del sindicato del crimen que nos gobierna, porque el jefe de la banda tiene un diseño para tomar posiciones en las grandes empresas del Ibex, desde luego en Telefónica, un verdadero manantial del que, desde los tiempos de César Alierta, ha salido dinero para mantener el entero ecosistema mediático español y multitud de cosas más a cual más variopinta, desde la Casa Real hasta la última ONG del reino, una fuente inagotable de recursos (“una máquina de ingresar dinero, más de 3.000 millones cash todos los días del año” que decía en su tiempo Juan Villalonga), recursos con los que el grupo de delincuentes que nos preside piensa ponerse hasta las talanqueras, con Telefónica ya digo, pero también con Indra, con Criteria (intento fallido), con Talgo, y con todas aquellas que, con problemas de capitalización, el Estado, es decir, Pedro, vía SEPI, pueda tomar un 10% del capital convirtiéndolas en empresas públicas. Un territorio virgen, un Eldorado plagado de puestos bien remunerados con los que ir pagando favores y comprando silencios de conmilitones descabezados. Corrupción al por mayor. Dice Le Clézio, Nobel de Literatura en 2008, que “el poder en Francia es un sistema muy abstracto, un sistema de casta, una casta política que tiene sus ideas y prejuicios totalmente formados”. El poder económico en España es un equilibrio inestable presidido por el miedo. Mediocridad y miedo. El único poder claro aquí se apellida Sánchez, un tipo que maneja el BOE a discreción, un pobre diablo desahogado, un simple sin más fundamento que su descaro. Eso es España hoy. No hay más.
Y Pallete se va sin oponer resistencia. Se va porque no manda. En realidad el que ha mandado ha sido Emilio Gayo, un zapaterista de primera hora que se desempeña como Consejero Delegado de la operadora. Ha mandado Eduardo Navarro, director de Comunicación y Marketing Corporativo, otro socialista puro protegido en Madrid por el presidente brasileño Lula da Silva, que ahora escapa del incendio en el Distrito C para exiliarse como presidente de Telefónica Brasil, y que ha tenido en Mauricio Casals a uno de sus grandes amigos. (“Eduardo optó desde el principio por obedecer a Javier de Paz en lugar de obedecerme a mí, qué le vamos a hacer, es la verdad”). Ha mandado Pablo de Carvajal, otro socialista que ocupa el cargo de Secretario General y del Consejo, además de director global de Regulación. Y ha mandado Marta Machicot, socialista pata negra, cómo no, que opera como “Directora Global de Personas” (sic), la jefe de Recursos Humanos de toda la vida. Cuatro patas del universo Zapatero para un banco en el que se sentaba como líder del grupo en la sombra el propio De Paz. “Ellos han dirigido la compañía estos años, con Pallete al margen”, porque a Pallete, seguramente el ejecutivo mejor formado en lo que a conocimiento del negocio mundial de las telecos se refiere, apenas le quedaba nada por mandar. Y cuando sale Pallete, Javier de Paz se queda con esas cuatro áreas y además pide la televisión, asienta también sus reales en Tres Cantos. De modo que cuando llega Murtra, se encuentra con todo el pescado vendido. Y es entonces cuando David Madí, el hombre que lo sabe todo de los clanes catalanes de poder, pronuncia su lapidaria frase: “El dueño de Telefónica es Zapatero y su representante en la operadora es Javier de Paz”. De Paz como contramaestre de ZP en Telefónica, el “nostromo” de Conrad sin pizca de heroísmo.
Hace semanas, sin embargo, es posible incluso que meses, por el perímetro de la M-30 madrileña empezó a correr la especie de que De Paz había perdido el favor de Moncloa, que De Paz empezaba a estar cuestionado por Sánchez y sus edecanes. Porque, ¿cómo explicar una cirugía tan dramática dentro de la estructura de poder de la operadora como este despido a menos de 15 días de la trascendental cita del 4 de noviembre, en la que Murtra deberá retratarse ante el mercado con la presentación de su Plan Estratégico? Solo hay una explicación: Venezuela. En Moncloa hay estos días auténtico acollono con lo que está ocurriendo en el Caribe venezolano. El CNI lleva tiempo dedicado en exclusiva a captar información sobre los planes de Trump para con el dictador caraqueño. Y todas las noticias que llegan son malas. La decisión, este mismo jueves, de enviar a aguas del Caribe al carrier strike group del Gerald Ford, el último y más poderoso portaaviones de la armada norteamericana, no ha hecho sino elevar esa preocupación hasta el puro miedo. Esto va en serio. Todo apunta a que Washington ha decidido que Nicolás Maduro no pase de noviembre, y si eso es así hay quien sostiene en Madrid que Pedro Sánchez no pasará de diciembre, no se comerá el turrón, no celebrará el Año Nuevo en Moncloa, porque el tufo de las alfombras que volarán en Caracas hará irrespirable la vida en Madrid. Es este un riesgo mucho más cercano, más nítido, más temido por el sátrapa que todos los escándalos que afectan al personaje, Begoña, el hermano, el suegro, los amigos, los colegas del Peugeot y sursuncorda. Es Zapatero, el arbotante sobre el que descansan casi todas las tropelías de este Gobierno, es Delcy Rodríguez y sus maletas en Barajas, es la financiación exterior del PSOE, es Dominicana, es Cuba…
“España ha sido un socio importante de Estados Unidos, pero comparto la preocupación del presidente Trump respecto al compromiso de España con nuestros intereses comunes. España fue uno de los primeros países en cometer el grave error de reconocer un Estado palestino y ha pedido un embargo de armas contra Israel, lo que solo recompensa a los terroristas que desestabilizan Oriente Medio. Ese tipo de acciones alientan a Hamás en lugar de disuadirlo. España es el único aliado de la OTAN que se ha negado a comprometer el 5% de su PIB en gasto de defensa. Y España no ha abordado los riesgos de seguridad que plantea China para la comunidad transatlántica, en particular al mantener contratos públicos con Huawei y buscar una relación económica más estrecha con Pekín. Ambas cosas son muy peligrosas”. Palabras este jueves del senador Jim Risch, presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, en la comparecencia del nuevo embajador USA en Madrid, Benjamín León Jr. Zapatero es Venezuela y es China. Zapatero es Maduro y es Xi Jinping. Y Washington le ha tomado la matrícula, especialmente tras las revelaciones efectuadas por el Pollo Carvajal a la fiscalía norteamericana, hasta el punto de que ahora mismo es el quinto en la lista de los enemigos de la Administración Trump, lista encabezada por el propio Maduro y en la que se incluyen, por este orden, Diosdado Cabello, Delcy Rodríguez, Vladimir Padrino (ministro de Defensa del régimen), y José Luis Rodríguez Zapatero. “Lo tienen muy claro”. Servicios de inteligencia extranjeros, incluido el MI6 británico, recorren estos días Madrid pidiendo información sobre el ex presidente. “Zapatero ha sido soporte y oxígeno del régimen criminal de Maduro en sus momentos de mayor debilidad”, palabras de Pedro Urruchurtu, quizá la cabeza mejor amueblada de la oposición venezolana tras la propia María Corina Machado.
Zapatero va a tener difícil encontrar un refugio lo suficientemente seguro donde ocultarse. “Nuestro mensaje a los cárteles es claro: les trataremos como tratamos a Al Qaeda y al ISIS. Te encontraremos, mapearemos tus redes, te cazaremos y te mataremos”, palabras del secretario de Guerra norteamericano, Pete Hegseth. El narcoestado venezolano está sentenciado. Y mientras tanto, un Sánchez asustado, un Sánchez al que no le llega la camisa al cuello, un Sánchez que como ayer publicaba este diario busca fondos bajo las piedras para, al margen del Parlamento, cumplir precipitadamente con las exigencias del amo de Washington con el gasto en Defensa, ha dado orden de cortar con Zapatero, esconder a Zapatero allí donde sea posible y de forma urgente. Tal que en Telefónica, una multinacional que mientras desinvierte, mientras malvende sus filiales en la práctica totalidad de Sudamérica, anuncia una inversión nada menos que de 500 millones en la Venezuela de Maduro, bajo los auspicios de ese siniestro personaje que es ZP.
A esta clave de carácter estructural hay que añadirle otra de matiz coyuntural, como es el cabreo que en Moncloa ha provocado la exhibición de la serie sobre los cuatro ex presidentes del Gobierno en ‘La última llamada’, el documental de Movistar Plus+ que reúne a Felipe González, José María Aznar, Zapatero y Mariano Rajoy, estrenada la semana pasada. Una “ideica” de Javier de Paz para encumbrar a su amo y señor, en la que se incluye con calzador a Aznar (y sus negocios con Rosauro Varo, íntimo de De Paz y empresario “modelo” socialista) y al sinsorgo de Rajoy, que como todo el mundo sabe es un tipo inofensivo y muy gracioso. Y De Paz organiza un festejo por todo lo alto el 13 de octubre en la Fundación Telefónica al que acuden los cuatro ex presidentes y al que invita al establishment patrio, fiestuqui que aprovecha Marc Murtra para fotografiarse orgulloso justo en medio de los cuatro galardonados. Y la foto llega enseguida a manos de Sánchez, y Sánchez monta en cólera y empieza a dar patadas a puertas y muebles, habitual en él cuando pierde los estribos, y al cabreo se suma Begoña que manda mucho en casa, y Sánchez llama a De la Rocha y a Ocaña, “¿pero qué coño es esto? ¿Para esto le hemos nombrado…?”, de manera que no montan Telepedro como habíamos quedado, no compran Prisa, no sacan mi serie, que sigue escondida en un cajón, y sin embargo son capaces de reunir a estos cuatro mamones para ponerme a parir… ¡Hasta ahí podíamos llegar! Y Ocaña recibe el encargo de llevar el finiquito de Javier de Paz y de sacar tarjeta amarilla al propio Murtra con advertencia de roja.
Marc Thomas Murtra Millar, 53, más conocido como Marc Murtra, presidente ejecutivo de Telefónica tras haber presidido Indra entre 2021 y 2025 a propuesta del Gobierno Sánchez, previa nominación de Salvador Illa. Una vida ligada al PSC (jefe de gabinete del ministro de Industria Joan Clos bajo el Gobierno Zapatero), enfrentada hoy al que sin duda es el mayor reto gerencial del panorama empresarial español, con un currículum brillante pero con escasa experiencia en el sector de las telecomunicaciones, razón por la cual alguien dijo en enero pasado que “este Murtra, por catalán y PSC, vale para presidir Indra, para presidir Telefónica o para operarte de apendicitis”. El desafío es mayúsculo: diseñar una hoja de ruta creíble para una compañía que llegó a valer en Bolsa 110.000 millones y que ahora vale menos de la cuarta parte; dotar a Telefónica de un modelo de negocio susceptible de generar valor; invertir la deriva de una multinacional que lleva años retirándose a sus cuarteles de invierno y vendiendo las joyas de la abuela. El horizonte no invita al optimismo. La cuenta de resultados del tercer trimestre podría también acabar en pérdidas, con el riesgo de cerrar el ejercicio 25 en números rojos y tener que afrontar el castigo de una eventual bajada del rating crediticio. El mercado aguarda expectante la presentación del Plan Estratégico. Si a los signos externos hemos de ceñirnos, parece que Murtra abraza la idea de alguna operación corporativa para ganar tamaño, asunto complicado porque todo, hasta los chicharros, se han puesto muy caros y porque ello exigiría una ampliación de capital con la consiguiente congelación del dividendo, una decisión que pondría en un brete a accionistas tan relevantes para Telefónica como Isidro Fainé y su Fundación Bancaria La Caixa. El desafío es doble: convencer al mercado y convencer a los accionistas históricos, entre los que hay que incluir al grupo saudí STC, dueño del 9,97% del capital, y del que hay que excluir a la SEPI (10%), porque lo de Sánchez con Telefónica y el Ibex 35 va de otra cosa que tiene que ver más con la corrupción pura y dura que con la obligación de hacer empresa. Como dirían los Corleone, no hay nada personal en esto. No es ideología, es solo pasta.
Convencer al mercado y a los accionistas de que Telefónica tiene futuro pasa ineludiblemente por convencerles en paralelo de que en Murtra hay un gestor profesional dispuesto a batirse el cobre con este Gobierno y con el que venga, dispuesto por tanto a sacudirse cuanto antes la escarapela del paracaidista caído en el sillón de mando por obra y gracia del dedo todopoderoso del gran corruptor. El aludido insiste en enfatizar su condición de gestor, porque de ello depende su carrera profesional, una carrera llamada por edad a durar más allá de la singladura Telefónica. Tendrá que demostrarlo. Y para ello deberá empezar por desembarazarse cuanto antes de esa columna vertebral zapaterista (los Gayo, Carvajal, Machicot, y naturalmente el inaudito De Paz) que ha venido mangoneando en la operadora de espaldas a Pallete hasta hundirla en el barro. Murtra no será creíble si sigue rodeado de la misma fauna, fundamentalmente porque en tal caso, como le ocurrió a Pallete, el poder real no estaría en sus manos sino en las de sus enemigos. Ayer supimos que la operadora está estudiando “reestructurar” (es decir, cerrar) Telefónica Infra, la filial de Infraestructuras de la que el tantas veces citado De Paz acaba de ser nombrado archipámpano, vale decir presidente ejecutivo. El chico de los recados de ZP (“No me gusta que me relacionen con Zapatero porque no tengo nada que ver con él”) se dirige aceleradamente hacia la puerta de salida del Distrito C, adiós que se concretará el día que Murtra le asigne las funciones correspondientes a su nueva condición de “adjunto al presidente”, funciones que se pueden resumir sin miedo al equívoco en “ninguna”. El catalán no tiene demasiado tiempo. Algo menos de un año, porque las próximas generales tendrán lugar como muy tarde en el otoño de 2026, por mucho que Sánchez pretenda alargar el chicle en este pegajoso invivible país en que ha convertido España. Y lo normal es que pretenda seguir siendo presidente de Telefónica en el probable caso de que dentro de un año el Gobierno de la nación esté en manos del Partido Popular. Lo cual reclama con urgencia la obligación de despojarse de la barretina PSC y enfundarse el gorro de gestor profesional empeñado en hacer rentable la compañía más allá del Gobierno de turno. Tendrá que hacerlo solo, porque en el desierto que le espera podrá contar con muy pocos amigos de verdad y muchos enemigos. Telefónica se juega su futuro el martes 4. Murtra se juega el suyo el miércoles 5. El mercado tiene la palabra. Suerte, Marc.