JON JUARISTI – ABC – 11/12/16
· Desalienta ver lo poco que ha aprendido el partido del Gobierno acerca del PNV.
La semana que hoy termina ha presenciado dos curiosas incidencias relacionadas con el nacionalismo vasco: la interpretación que Luisa Fernanda Rudi (asumiendo como presidenta del comité organizador del Congreso Nacional del PP cierta representatividad de su partido) ha hecho de la «soberanía compartida» reclamada por el lehendakari Urkullu como un intento de relanzar el Plan Ibarretxe, y el desconcierto de los medios ante la felicitación de Bildu al presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump. En mi opinión, ni la interpretación de Rudi es acertada ni el desconcierto mediático justificable.
Cuando Urkullu apela a la «soberanía compartida» o a la «doble soberanía» no introduce innovación alguna en el discurso del PNV, mucho más antiguo que el Plan Ibarretxe. Este, que apuntaba a una solución portorriqueña para Euskadi como Estado Libre Asociado con España, trataba de salvar la coalición frentista abertzale tras el morrocotudo fracaso del Pacto de Estella. Era una improvisación chapucera, porque nunca antes el PNV lo había apostado todo a una propuesta concreta. No, al menos, durante la etapa democrática que arranca de la Transición.
Mario Onaindía solía sostener que el PNV, en vez de hacer política, jugaba con el Estado una interminable partida de mus en la que, gobierno tras gobierno y del signo que fueran, todos se iban achantando ante los envites de los nacionalistas vascos, que ni siquiera miraban sus cartas. Más claramente: lo de la «soberanía compartida» no pasa de ser un «envido a pares» lanzado desde la certidumbre de que es inaceptable. Rudi se hace un lío al explicar los motivos por los que no puede aceptarse, pero es que el PNV nunca ha tenido la esperanza ni la intención de que se acepte, porque es una petición de principio.
La soberanía no se comparte. Incluso a una derecha que no lee ni a sus clásicos le suena aquello de que soberano es quien puede declarar el estado de excepción, lo que constituye por definición un atributo no compartible, como el de declarar la guerra o pulsar el botón del holocausto nuclear. Es incomprensible que, a estas alturas de la partida, alguien se plantee que detrás del envido a pares pueda haber duples, o sea, un Plan Ibarretxe o cosa similar.
En realidad, lo de la «soberanía compartida», como lo de la «nación foral», no pasa de ser una advertencia al PP del riesgo que supondría, en el caso de la apertura de un proceso de reforma de la Constitución, o de un nuevo proceso constituyente, la eliminación de aquel texto que sustenta la excepcionalidad vasca, y que no está en el Título Preliminar ni en el Capítulo Tercero de la vigente Constitución, sino en la Disposición Adicional Primera, bastión de la «nación foral».
Entonces el pueblo vasco –he ahí la advertencia tácita o implícita en la críptica alusión de Aitor Esteban, en el último debate de investidura, a «la batalla de Padura» (mítica bronca del Pleistoceno en la que unos pocos vascos masacraron a miles de invasores españoles)– se echaría de nuevo al monte en defensa de su intocable soberanía originaria, que por supuesto los nacionalistas vascos no están dispuestos a compartir con nadie. Y ya sabemos lo que suele pasar cuando los vascos y vascas se echan al monte, ¿no?
O sea, tras el «envido a pares», y por si no os habéis enterado, españoles y españolas, órdago a la grande.
En fin, que la semana próxima les contaré a ustedes de qué va lo de Bildu y Trump. Adelanto que nada tiene que ver con el telegrama de Sabino Arana Goiri a Theodore Roosevelt para agradecerle el apoyo de los Estados Unidos a la independencia de Cuba. Se parece mucho más al primer abrazo aquel entre Franco y Eisenhower.
JON JUARISTI – ABC – 11/12/16