Pedro García Cuartango-ABC
- Nunca en los 46 años de democracia una persona había acumulado tanto poder y había actuado con ese desprecio a las instituciones
Sigo todavía perplejo con las palabras de Pedro Sánchez de que el Gobierno agotará la legislatura «con o sin el concurso del poder legislativo». Algunos creíamos ingenuamente que España es una democracia parlamentaria y que, como dice la Constitución, el Parlamento es el depositario de la soberanía nacional.
Ahora resulta que se puede gobernar sin mayoría parlamentaria. Es decir, sin Presupuestos, sin leyes, sin el control de las Cámaras. Montesquieu debe de estar revolviéndose en su tumba. No deja de ser sorprendente el poco eco que han tenido estas palabras del presidente, que, por enésima vez, se contradice a sí mismo. Hace ocho años, decía lo contrario, pero entonces gobernaba Rajoy.
Sánchez cree ahora que se puede «avanzar» sin mayoría en el Congreso y en el Senado, contra los jueces, contra la prensa y contra la oposición. Quien disiente y le crítica forma parte de la ‘fachosfera’, de esa España de charanga y pandereta que está contra el progreso que él encarna.
Lo que sí le hace falta es el apoyo del partido y sus barones. Nadie que ose cuestionarle desde dentro podrá seguir tras el congreso en el que piensa arrasar. Obsérvese que la fuente de legitimidad para Sánchez es su partido y no la soberanía popular. Hasta la fecha, se jactaba de haber aglutinado un bloque mayoritario frente a la derecha. Ahora parece haber llegado a la conclusión de que ya no es necesario, a juzgar por sus palabras.
Se ha escrito que el acuerdo de la ‘financiación singular’ para Cataluña supone un cambio de modelo, una mutación constitucional. Es cierto. Pero la gran mutación que se ha producido es el presidencialismo hacia el que ha derivado nuestra democracia parlamentaria. El propio Sánchez parece certificar su defunción al sostener que es posible gobernar sin mayoría en el Congreso y en un permanente enfrentamiento con el poder judicial.
Nunca en los 46 años de democracia una persona había acumulado tanto poder y había actuado con ese desprecio a las instituciones y los contrapesos y la ignorancia de normas no escritas que sustentan la convivencia. Sostenían Levitsky y Ziblatt en ‘Cómo mueren las democracias’ que la senda hacia el autoritarismo viene hoy de la mano de la utilización de las instituciones y de la patrimonialización de poder. Los golpes de Estado son innecesarios e incluso contraproducentes en un mundo donde los populismos y los dictadores como Maduro manipulan la democracia para destruirla.
No digo que Sánchez vaya a destruir la democracia, pero sí que su forma de gobernar ha derivado en un presidencialismo que tiende a desdeñar al Parlamento, desmantelar los controles, designar a amigos y subordinados en las instituciones y deslegitimar a quienes le critican. Falta finura, como diría Andreotti, y sobran caudillismo y sectarismo.