Isabel San Sebastián-ABC

  • Hacienda, la cueva de Alí Babá de este Gobierno, está haciendo su agosto a costa de nuestras penurias

La escalada que están protagonizando los precios no alcanza las mismas proporciones en todas partes ni perjudica a todo el mundo por igual. De hecho, en España hay una ventanilla del Estado que está haciendo su agosto gracias a nuestras penurias. Es el Ministerio de Hacienda, la cueva de Alí Babá de este Gobierno, cuya recaudación ha aumentado un 21 por ciento en los dos primeros meses del año, hasta un total de 42.359 millones euros, mientras los contribuyentes nos las vemos y deseamos para llegar a fin de mes con unos precios desbocados y unos tributos de hormigón que cargan porcentajes idénticos a cantidades cada vez más altas.

La muy ‘progresista’ Administración social-comunista ha conseguido que los españoles seamos hoy mucho más pobres de lo que éramos antes de su llegada al poder, dado que la inflación se ha disparado hasta el 9,8 por ciento, cifra inédita desde los años ochenta. La culpa, nos dicen, no es del presidente, víctima inocente de esta adversidad global, sino del malvado Putin y su invasión de Ucrania. Pero sucede que países como Alemania, Francia o Italia, tan afectados al menos como el nuestro por esa guerra criminal, manejan porcentajes del 7,6, 5,1 y 7,0 respectivamente. Y si nos vamos más cerca, a Portugal, se queda en el 5,5. O sea, que pensando bien llegamos a la conclusión de que nos gobierna un inepto, incapaz de adoptar políticas adecuadas para frenar ese ascenso, y pensando mal sospechamos que el Ejecutivo alimenta las subidas o cuando menos evita tomar medidas paliativas, con el ánimo de seguir haciendo caja a nuestra costa. En cualquiera de los casos estamos ante un desprecio absoluto del ciudadano, impotente ante la voracidad del Gobierno más elefantiásico que ha conocido nuestro país. Porque la austeridad, esa palabra maldita para la izquierda caviar, se ha impuesto a golpe de realidad en todos los hogares españoles, mientras los gobernantes siguen usando el coche oficial o el Falcon como si no pasara nada y en el Congreso el termostato está a 23 grados, que para eso sus señorías no pagan la calefacción.

Esquilmar al contribuyente es la actividad favorita de cualquier ‘progresista’ que se precie, porque el progreso bien entendido empieza por el suyo propio y el de sus amiguetes. ¿Que se calienta la calle y es preciso aliviar la presión? Se expolia al empresario con medidas como la rebaja de veinte céntimos en el precio de la gasolina, que sufragarán los propietarios de gasolineras hasta que la señora Montero tenga a bien transferirles los fondos prometidos, o no. Es el Estado del bienestar, dicen. Nos exprimen para construir carreteras y hospitales. Pero seguimos circulando por las carreteras de los noventa y cuando Ayuso construye el Zendal la sucursal madrileña de Frankenstein se le echa encima. El bienestar ‘c´est moi’, debe de pensar Sánchez.