Victoria Prego, EL MUNDO, 20/3/12
Regresa de nuevo la reivindicación de la Nación española. Regresa con el más amplio apoyo institucional que haya conocido nuestra democracia. Regresa de la mano del presidente Rajoy, un convencido profundo de que sólo una España socialmente articulada, y administrativa y políticamente vertebrada, tiene posibilidades de recuperar su sitio en Europa y en América. Y regresa con más fuerza aún que en el año 2000, bajo la presidencia de Aznar, porque el partido que hoy gobierna lo hace en todo el país y a todos los niveles, y no digamos ya si a partir del próximo domingo asume también el poder en Andalucía.
En realidad, al margen del rotundo respaldo a la institución monárquica que expresaron todas las autoridades presentes, y por encima de las demás consideraciones que se escucharon en el Oratorio de San Felipe Neri sobre los derechos y libertades de los ciudadanos, ésa de la unidad de la Nación fue la idea madre que ayer impregnó los actos conmemorativos de la primera Constitución española.
Son 200 años los que cumple la Pepa y había motivo sobrado para la celebración de los fastos, eso no se discute. Pero el enorme eco político que ha tenido este aniversario tiene que ver, sobre todo, con las carencias e incertidumbres de hoy; con los desgarrones que se le ven desde lejos a nuestra actual Constitución y con los miedos de muchos a que la España en la que vivieron sus abuelos, sus padres y ellos mismos no esté suficientemente apuntalada y no se pueda mantener firme y reconocible cuando la habiten sus nietos.
Los nacionalistas catalanes y vascos no asistieron a los actos de ayer en Cádiz. Y no porque tengan ni un pero que ponerle a muchos de los valores que el texto de 1812 consagra. No vinieron porque lo que se conmemoraba, de verdad, era la constitucionalización de la Nación española –Cataluña y las Provincias Vascongadas incluidas– y los efectos que de esa realidad se derivaron entonces: el fuero legal único para todos, las contribuciones repartidas sin excepciones ni privilegios y un plan de enseñanza igual para todo el Reino. Todo eso que acompaño en su día a aquella declaración de soberanía popular y proclamación de las libertades individuales supone hoy una amenaza para los proyectos políticos del nacionalismo que se formulan ya en términos abiertamente secesionistas.
Pero precisamente por todo eso, y en defensa –o quizá tan sólo añoranza– de muchos de los principios políticos que hoy se tambalean o han dejado directamente de existir, este segundo centenario de aquella Carta Magna ha sido la ocasión para que Mariano Rajoy formulara algo parecido a un manifiesto político que podría formar parte de un proyecto de actuación o quedarse en una mera confesión de convicciones. De él y de los dirigentes del principal partido de la oposición depende que eso que dijo el presidente –«formamos parte de un proyecto común y diverso que es España»– siga teniendo amarre en la realidad o acabe pronto por ser una frase hueca.
Victoria Prego, EL MUNDO, 20/3/12