Santos Juliá-El País

Pujol afirmó que “nacionalidades” significaba “auténtica voluntad de integración en el quehacer del conjunto español”

Era urgente rehacer el Estado español sobre sus bases naturales y para lograrlo tenía ese Estado que reconocer “a sus diferentes nacionalidades el derecho a gobernarse con la más plena autonomía”: así aparece la voz nacionalitats, en plural, en el manifiesto que la Lliga Regionalista de Cataluña publicó el 6 de abril de 1904 para comunicar su acuerdo de no enviar ninguna representación a ningún acto que se organizara en obsequio del rey con motivo de su anunciado viaje a Barcelona. “Nacionalidad” tuvo desde su aparición en el léxico político catalán un significado plural, había muchas nacionalidades en ese Estado, y una connotación regeneracionista: hablar de nacionalidades era hablar de un Estado que reconoce su autonomía a todos los pueblos que lo forman y que, por el mismo hecho de reconocerla, se regenera.

¿Cuántas eran esas nacionalidades? Tres años después de este manifiesto, un fraile catalán, Salvador Font, celebrando el triunfo de Solidaritat Catalana en las elecciones de 1907, lamentaba que habiendo sido Castilla “la nacionalidad hispana más potente”, sobre ella pesaba ahora, como una losa de plomo, el doble despotismo del cacique lugareño y del poder central. Castilla era, pues, también una nacionalidad, como lo eran medio siglo después, según Pere Bosch Gimpera, todos los pueblos de España, no solo los vascos, los catalanes y los gallegos, sino los castellanos, los andaluces, los manchegos y todos los demás, a los que habría que aplicar el calificativo de nacionalidades, sin reducir nunca ese concepto a una idea exclusivamente política y simple, para “llegar a la supernacionalidad española en la que caben todas las nacionalidades”.

Otro cuarto de siglo había pasado cuando Julián Marías desechaba como espurio el uso de esta palabra, que atribuía a una recientísima moda de importación británica, juzgando como grave error que se incorporara al proyecto de Constitución que se debatía en las Cortes. Fueron un mallorquín y un catalán, Josep Melià y Josep Benet, quienes hubieron de recordarle que el uso del concepto no era tan reciente, y fueron diputados catalanes los que consideraron la incorporación de “nacionalidades” por vez primera a una Constitución española como condición indispensable para no romper el pacto constitucional. Cuando esto ocurría, “nacionalidades”, siempre en plural, llevaba pegado a su espalda el término regiones: el Estado democrático español no podía concebirse sin el reconocimiento de la autonomía para sus nacionalidades y regiones. Esa era cabalmente la tesis fundante del catalanismo político, tesis que había hecho suya toda la oposición democrática de ámbito español en sus múltiples contactos con la oposición catalana bajo la dictadura.

De manera que la pareja “nacionalidades” y “regiones” desembarcó finalmente en el anteproyecto de Constitución, no sin tener que sortear barreras y obstáculos. Lo hizo en dos ocasiones, y solo en una, en el famoso artícu­lo 2, llegó a puerto. La segunda, en el artícu­lo 128, relativo al ejercicio del derecho de autonomía reconocido en el 2, fue sustituida en el texto final por “las provincias limítrofes con características históricas, culturales y económicas comunes” (dos líneas literalmente copiadas de la Constitución de la República), únicos titulares, con los territorios insulares y las provincias con identidad regional histórica, del ejercicio de aquel derecho. Y este fue el pacto, celebrado en este punto por los nacionalistas vascos —jamás “nacionalidad” servirá de trampolín a la secesión, afirmó Xabier Arzalluz con el fervor que le caracterizaba— y por los nacionalistas catalanes, que afirmaron, por boca de Jordi Pujol, que “nacionalidad” no significaba privilegio alguno, sino “auténtica voluntad de integración en el quehacer del conjunto español”.

Pasados 40 años de aquellos entusiasmos, resulta que “nacionalidades” ha sido, si se cree a un ilustre expresidente del Tribunal Constitucional, Pedro Cruz Villalón, “un fiasco”. ¿Un fiasco? Tal vez, pero un fiasco tan exitoso que se ha merendado a “regiones” y está a punto de convertirse en “naciones”, que serán tantas como pueblos. Habrá que ver cuántos y cuáles son esos pueblos de España que formarán dentro de otro cuarto de siglo un Estado en el que la divisoria nacionalidades / regiones quedará solo como una pesadilla de tiempos pasados. Y al despertar, descubrirán todos, como escribía Bosch Gimpera, que gallegos, catalanes, vascos, manchegos, andaluces, castellanos… “no hemos estado tan lejos los unos de los otros”.