César Vidal, LA RAZÓN, 6/8/12
El nacionalismo catalán está en las últimas y lo está no por culpa de «Madrit» sino, única y exclusivamente, por sus pecados. No es la primera vez. Nacido hace ya más de un siglo –que no antes– como una ideología racista y depredadora que inspiraría los dislates de Sabino Arana, fundador del PNV, sólo se diferenciaba de las majaderías del morrosko en que creía y afirmaba firmemente que España tenía que ser una colonia de Cataluña de la misma manera que la India lo era para Inglaterra o Argelia para Francia. Ese nacionalismo logró no pocos privilegios criminales como el arancel Cambó y, oportunista y codicioso hasta la médula, no dudó en apoyar el golpe de estado de Primo de Rivera en la medida en que le sirvió para liquidar, en el sentido más literal y peor del término, la actividad sindical en Cataluña. Traidor y desleal por naturaleza, tampoco dudó a la hora de volverse contra Primo de Rivera y retomar la tarea de minar, en comandita con la izquierda cerril del PSOE, el régimen de la Restauración. En 1930, se sumó a un pacto de San Sebastián que pretendía articular un golpe de estado que acabara con la Constitución y estableciera un régimen republicano en el que Cataluña contaría con «autonomía». El intentó fracasó inicialmente, pero se consumó tras una suma de manipulación electoral, desfondamiento regio y descaro republicano en abril de 1931. Como otras fuerzas que habían contribuido a destruir el orden que más paz, sosiego y avance había dado a España en muchas décadas, el nacionalismo no tardó en dividirse y en violar la legalidad cuando le convino. La Generalidad de Cataluña se vio envuelta casi desde el principio en contenciosos legales con el gobierno central. En 1934, con su presidente Companys a la cabeza, se sumó al golpe de estado del PSOE y otras fuerzas de izquierdas contra el gobierno legítimo de la nación. Fue entonces cuando algunos nacionalistas catalanes llegaron a la conclusión de que el proceso estaba yendo demasiado lejos y de que lo que hasta entonces había proporcionado canallescos privilegios podía concluir en una deriva política perjudicial. Al estallar la guerra, Cambó –que tanto daño había causado a España y a Cataluña– decidió financiar a los golpistas de julio de 1936 mientras que Companys, de nuevo presidente de la Generalidad, ostentaría el honor de presidir un gobierno bajo el que se fusiló en Cataluña a un número de personas extraordinariamente superior a las que corrieron esa suerte con Franco en la región durante y después de la guerra. En el terreno de las checas y del paredón, el nacionalismo catalán pobló con más profusión el más allá que la dictadura de Franco. Antes de que acabara la guerra, se había colapsado entre los que traicionaban a la república y los que pedían a Franco que les devolviera la «fabriqueta».
César Vidal, LA RAZÓN, 6/8/12