Desde el primer avance de participación que se dio a la una de la tarde, se notó que la abstención había crecido 12 puntos desde las elecciones de 2017. A las 6, la abstención era 22 puntos y medio más alta que hace cuatro años. Al cierre de las urnas, la diferencia a favor de la abstención había aumentado algo más: 27,11 puntos, rozando el 50%.
Entre las majaderías que el candidato Illa pronunció en campaña figuraba esta perla del más acabado nacionalismo: “hasta ahora estábamos en un ‘todos contra Illa’, ahora es un ‘contra Illa vale todo, incluso la calumnia”. Y lo remató con analogía descabellada: media docena de veces se quejó del compromiso de los golpistas para no pactar. Contra el PSC era una versión independentista de la foto de Colón, prueba evidente de que cuando uno de empieza a deslizar por la pendiente de las majaderías todo es un no parar. A lo que de verdad se parece es al Pacto del Tinell que firmaron el 14 de diciembre de 2003 el PSC, ERC e ICV para apartar al PP. Lo de formalizar sus fobias mediante compromisos más o menos solemnes es asunto muy adictivo para los catalanes, aunque no se debe tomar muy en serio. También Artur Mas fue a comprometerse solemnemente ante notario de que jamás pactaría con el PP poco antes de cerrar su campaña ante la tumba del Pilós para ponerle como testigo de su compromiso con Cataluña. Lo cierto es que Mas, el increíble hombre menguante del nacionalismo catalán pactó presupuestos con Alicia Sánchez Camacho, entonces presidenta del PPC.
Los resultados estaban casi tan previstos como los de aquel referendum en el que se llevaban las urnas ya llenas de casa. Han ganado los nacionalistas, todo en orden, con victoria del PSC en virtual empate técnico con Esquerra Republicana y JxCat, el partido cuya lista encabeza un huido de la Justicia, que cederá el paso a su número 2, Laura Borrás, imputada por varios delitos de corrupción. Salvo los ajustes que puedan efectuar los 265.000 votos por correo pendientes de escrutinio, naturalmente.
Por lo demás, el resultado supone un acto de justicia poética y una injusticia dramática. Vox ha sido la cuarta fuerza política de Cataluña, superando a la CUP, al partido de las Jessis, otro palo para el Coletas y en un sorpasso espectacular a Ciudadanos y al Partido Popular, que no llegan a igualarle ni sumando sus votos. La injusticia dramática es el mal resultado de Alejandro Fernández, que era, a mi modo de ver, el mejor de los candidatos. La justicia poética es que este resultado ha sido trabajosamente perseguido por el par director del PP: Pablo Casado y Teodoro García. Después de la destitución de la mejor portavoz parlamentaria que pudieron soñar, sirvieron en bandeja a Santiago Abascal una victoria que era lejana en el planteamiento de la moción de censura. ¿Dónde le habrán enseñado a este chico que la mejor manera de seducir a los votantes de Vox es mediante una guerra sin cuartel, sin desdeñar los ataques personales? No les bastó con privar a Alejandro Fernández del apoyo electoral de Cayetana, que solo acudió simbólicamente a la campaña, hubo que ponerle de segunda y terce a dos perfectas medianías, como Lorena Roldán y Eva Parera.
¿Quién podría decir, por otra parte, que la antigua esperanza blanca del constitucionalismo catalán, cuyas somantas dialécticas a Artur Mas llevaba yo muy gustoso a mi blog, iba a perder de una tacada 30 escaños en una sola legislatura, bajando desde el primer puesto hasta un honroso, pero modesto, séptimo lugar?