TONIA ETXARRI-EL CORREO

  • PNV y EH Bildu tienen difícil encontrar su sitio en estos días de guerra a las puertas de Europa

No pudieron evitar que la sombra de la pesada losa de la invasión de Putin sobre Ucrania se proyectara sobre la celebración del Aberri Eguna. Los nacionalistas vascos conmemoraron su Día de la Patria por excelencia. Los unos y los otros. La primera y la segunda fuerza política de la comunidad autónoma vasca. Los gobernantes pragmáticos, el PNV, en Bilbao. La izquierda abertzale, EH Bildu, en Pamplona, capital de la Navarra foral; la obsesión de su razón de ser.

Los dos han tenido un comportamiento sutilmente distinto con la guerra de Putin. El PNV apoyó, en el Congreso de los Diputados, el envío de armas a Ucrania mientras que Bildu susurraba un ‘no a la guerra’ oponiéndose, como las ministras de Podemos, al envío de ayuda armamentística al pueblo de Zelenski atacado por el Kremlin. Pero a la hora de concretar la solidaridad con el pueblo ucraniano, más allá de las soflamas, los distintos matices han derivado en coincidencias. Hemos visto una cadena simbólica de exhibición de los colores de la bandera ucraniana por los edificios más emblemáticos de ciudades y pueblos, festivales y eventos deportivos a lo largo y ancho del planeta. Pero en Euskadi, en la mayoría de los municipios gobernados por los nacionalistas, ese clamor de solidaridad con el pueblo ucraniano ha brillado por su ausencia. Habrá habido alguna excepción. Seguro. Pero la norma ha sido la ausencia de empatía y la indiferencia más allá de la acogida humanitaria.

«Al PNV no le habría costado colocar una bandera ucraniana en el escenario»

«Los pueblos también son responsables de aquello que deciden ignorar», decía Milan Kundera. Y la solidaridad humanitaria no cubre la necesidad de un pronunciamiento político claro y contundente. Al PNV, tan proclive a la exhibición de banderas, no le habría costado tanto colocar ayer una enseña ucraniana en el escenario de su acto político en donde el lehendakari Urkullu hizo una defensa cerrada de la Unión Europea y Ortuzar juntó en la misma marmita a Euskadi, Ucrania y el Sáhara.

Pero no lo hicieron porque más allá de miles de exiliados y un país devastado que está haciendo temblar a Europa, lo que realmente les importa es no quedar fuera de los pactos con el Gobierno central. Con unos socios o con otros, si ayer con Podemos, mañana con Feijóo. El caso es no quedar defenestrados del poder. El PNV olfatea la alternancia en La Moncloa desde que los sondeos han disparado a Feijóo y por eso ofrece al PSOE y al PP apoyos para expulsar a «los fachas de Vox» del paraíso. Por miedo a que en la próxima legislatura acabe gobernando el PP con Vox. Y ahí los nacionalistas dejarían de ser influyentes. No hay ningún reparo a que Sánchez gobierne apoyado por EH Bildu, aunque sigan sin sacudirse el lastre de ETA. Se les critica, claro, sobre todo en precampaña de las elecciones municipales, pero no se les considera fachas, ni autoritarios.

La invasión ucraniana está marcada por el nacionalismo. El de un Putin nostálgico de la Unión Soviética que tiene ensoñaciones expansionistas y está sometiendo a pueblos soberanos limítrofes a sangre y fuego. Quiere ampliar sus fronteras con la anexión forzosa. La misma aspiración que tiene Bildu con Navarra, la de la anexión. Muchos mandatarios europeos han rescatado de los archivos la sentencia del socialista François Mitterrand cuando en su discurso ante el Parlamento europeo afirmó rotundo que «el nacionalismo es la guerra» al relatar sus vivencias durante la Segunda Guerra Mundial. Una papeleta difícil, estos días de guerra en las puertas de Europa, para que los nacionalistas encuentren su sitio.