Nacionalismos paralelos

ALBERTO AYALA, EL CORREO – 24/08/14

· El PNV comprueba que acertó al distanciarse de CiU en su desafío al Estado. ¿Qué hará si su ‘moderación’ no le da réditos?

Los nacionalismos hasta ahora mayoritarios en Euskadi y Cataluña, es decir el PNV y CiU, han funcionado desde el restablecimiento de las libertades en nuestro país prácticamente como líneas paralelas. Casi nunca han coincidido en sus grandes estrategias.

En la transición, los jeltzales tiraron de historia y apostaron fuerte por el Concierto Económico. Lo hicieron pese a lo impopular de asumir la recaudación de impuestos en un Estado a cuyos ciudadanos había habituado el franquismo a no tener que pasar cada año por la ventanilla de Hacienda.

Pujol renunció a librar semejante batalla (amén de que resulta altamente improbable que Madrid se hubiera dejado ganar semejante pulso), y el nacionalismo catalán aún se arrepiente. Como advirtió a finales de los años 70 el convergente Ramón Trías Fargas, ya fallecido, «a mayor nivel competencial mayor agujero económico si no se fijan elementos correctores». Y algo así ha ocurrido.

CiU aparcó en las décadas siguientes toda veleidad independentista. Optó por la moderación y el pactismo. Y se lanzó a usar su peso en Madrid para obtener réditos políticos y económicos. Era «el nacionalismo tranquilo» en contraste con lo que se vivía en Euskadi, con una ETA empeñada en ensangrentar la convivencia jaleada por HB, y un PNV que amagaba de forma cíclica con echarse al monte.

El Pacto de Lizarra vino a consolidar las líneas paralelas. La apuesta soberanista de Ibarretxe fracturó la sociedad vasca y condujo a Euskadi a un callejón sin salida. El nacionalismo catalán saludó el plan con la palabra y el voto, sí, pero de inmediato cogió toda la distancia que pudo y siguió a lo suyo.

Relaciones frías

Las tornas se han invertido. Ahora son los catalanes quienes han lanzado el desafío al Estado y es el PNV quien se ha refugiado en la frialdad. Palmadas en la espalda, palabras de aliento y solidaridad, todas, pero a observar los toros desde la barrera.

En ello han influido dos tipos de razones. Las frías relaciones que históricamente ha mantenido el actual núcleo dirigente del PNV que encabezan Ortuzar y Urkullu con Pujol, Mas y la nueva generación de cuadros que asumió hace unos años el poder en Convergencia (sus verdaderos ‘amigos’ están en Unió, aunque entre ellos no destaca su líder, Durán Lleida). Y las consecuencias del ‘plan Ibarretxe’. Primero, un ligero retroceso en las urnas; luego, la pérdida de Ajuria Enea, al unirse PSE y PP para desalojarles del poder, aprovechando la ilegalización de Batasuna.

Hoy, a punto de cumplirse dos años del arranque del actual proceso catalán, cuando Mas optó por subirse a la ola secesionista tras la multitudinaria Diada del 11 de septiembre de 2012, la plana mayor jeltzale comprueba el acierto de su decisión de tomar distancias y seguir su propio camino.

Los datos no hacen sino certificarlo. CiU está rota. ERC ha logrado el ‘sorpasso’ y es ya la primera fuerza política de Cataluña. Y el desafío independentista se dirige hacia un callejón sin salida. Sobre todo si aciertan las encuestas y Escocia rechaza escindirse del Reino Unido. Lo contrario activaría sendas bombas de relojería en España.

El descubrimiento de que Jordi Pujol ha ocultado durante décadas cuentas opacas en el extranjero puede haber sido la puntilla. Desde luego para Convergencia. Pero, además, ha enfriado muchos ánimos en el movimiento secesionista que han impulsado con éxito convergentes y republicanos al grito de «España nos roba».

Orfandad

En Barcelona se percibe estos días el sentimiento de orfandad que ha dejado en un segmento significativo de la sociedad civil el reprobable comportamiento de quien hasta ahora era el respetado padre del catalanismo moderno. Suyo y el de su familia, cuyas presuntas tropelías ocupan miles de folios de instrucciones judiciales.

Tras el probabilísimo veto a la consulta del 9 de noviembre llegarán unas elecciones de corte plebiscitario. El día después, un nuevo mapa político a buen seguro que bien diferente del actual y un callejón de muy difícil salida, mayor según los números que obtengan la o las planchas secesionistas. Planchas en las que no estará Durán Lleida que, todo apunta, liderará un nuevo partido pensado para cobijar a ese electorado del nacionalismo moderado que ya no se siente cómodo en CiU.

El escenario ocupa y preocupa tanto en Sabin Etxea como en Ajuria Enea. Y es que la efervescencia separatista que llegará en las próximas semanas del Principado no será sencilla de administrar para los jeltzales. Sobre todo porque su gran adversario en casa, EH Bildu la aprovechará para cuestionar el verdadero abertzalismo de los peneuvistas entre las propias bases jeltzales.

Las dudas de Ortuzar y Urkullu se acentuarán si observan que su ‘moderación’ no rinde frutos. Si constatan que Rajoy no se muestra dispuesto a hacer concesiones políticas relevantes en lo que respecta al nuevo estatus al que aspiran para Euskadi. Y muchos indicios apuntan en esa dirección.

¿Momento de elevar el diapasón? El lehendakari, molesto porque Euskadi ha pasado a un segundo plano en la política española, recordó a Rajoy en julio que no tiene un problema (Cataluña) sino dos (Euskadi, también).

Con las posibles andanadas al Concierto vasco y al Convenio navarro que parecen otearse en el horizonte, y un mapa político estatal instalado de momento en la confusión, igual no resulta tan desacertado optar por la prudencia hasta ver por dónde escampa. El EBB tiene la palabra.

ALBERTO AYALA, EL CORREO – 24/08/14