Francisco Llera-El País

Euskadi ha transitado durante dos siglos acrisolando un resistente pluralismo político y social, clave de su modernización

El nacionalismo vasco recicló la munición identitaria y discursiva del foralismo tradicionalista para, sin dejar de defender los ancestrales privilegios conservados por sus élites, construir un movimiento reivindicativo de corte popular y antiliberal, que encontró en las heridas de las crisis decimonónicas y las fracturas sociales de la revolución industrial los materiales complementarios y la ventana de oportunidad para instalarse en la sociedad vasca como un actor político con proyección hegemónica secular. Desde la revelación fundacional sabiniana del día de Pascua de 1882, ha pasado un siglo largo en el que el PNV ha logrado mantener el movimiento a flote. Ha sabido manejar el timón, conjugando, según la coyuntura, sus dos almas (pragmática o radical), pero sin romper, a pesar de que la violencia de la guerra civil y del franquismo, por un lado, y la de ETA, por el otro, estuvieran a punto de dar al traste con la hoja de ruta de su singladura histórica. Sin embargo, sus éxitos han sido mayores cuando ha hecho una interpretación abierta e integradora de la sociedad vasca, cuando su alma pragmática ha hecho del interclasismo, la transversalidad/dualidad identitaria y el pacto, hacia dentro y con los poderes del Estado, los pilares de una hegemonía asentada sobre la política del acomodo, que no es otra que la del autogobierno, siempre con el horizonte de la plena reintegración foral en su imaginario.

La sociedad vasca, por su lado, ha transitado por su azarosa historia de dos siglos de guerras civiles, transformación socioeconómica, inestabilidad política y azote terrorista acrisolando un resistente y arraigado pluralismo político y social, que ha sido la clave de su modernización y el cultivo de una cultura del pacto y la transacción transversal en múltiples direcciones. En su seno conviven nacionalistas y no nacionalistas a partes casi iguales (45% versus 51%, según los últimos datos de nuestro Euskobarómetro), su identidad dual vasco/española es, claramente, predominante (65%) y con acentos distintos, su cota de satisfacción vital es envidiable (75%), como lo es su nivel de vida, lo que no impide que exprese un extendido grado de malestar con el funcionamiento de nuestras instituciones democráticas (81%). Es verdad que, dentro de esa minoría que se siente nacionalista (45%), hay un consistente núcleo que vive su identidad vasca de forma excluyente (28%) y que trata, por todos los medios, de imponer sus rituales y aparentar mayoría. Pero esta minoría con vocación hegemónica y homogeneizadora solo es mayoritaria en el seno de la izquierda abertzale (67%), mientras que no pasa de una cuarta parte del electorado del PNV (23%). De celebrarse ahora mismo un eventual referéndum de independencia sería para rechazarla por las dudas que genera y porque el nivel de satisfacción con el autogobierno alcanzado es altísimo (81%) y el Estatuto de Gernika mantiene, 38 años después, el mismo nivel de apoyo obtenido en el referéndum de 1979, pero, sobre todo, tras recuperar más de 20 puntos en los últimos cuatro años. Sin embargo, las demandas de la matizada insatisfacción nacionalista no desembocan, necesariamente, en cualquier tipo de ruptura o crisis soberanista. Por el contrario, la inmensa mayoría (84%) apuesta por el pragmatismo y la transacción, dejándolo como está si no es posible un mejor consenso (20%), negociando y completando las transferencias pendientes (36%) o reformándolo para enriquecer el nivel actual de autogobierno (28%), pero lejos del rupturismo soberanista (9%), que solo encandila a un tercio de los votantes de la izquierda abertzale. Es obvio que el consenso y la transversalidad en la sociedad vasca no pasan por el soberanismo y, menos aún, por la ruptura, como ha mostrado esta misma sociedad al tomar clara distancia respecto al procés catalán.

La nación vasca podrá ser, pero, por el momento no es, la que se imaginan y tratan de imponer los nacionalistas

Por todo ello, no dejan de ser chocantes y disfuncionales las definiciones y propuestas de las dos familias nacionalistas en el seno de la Ponencia de Autogobierno del Parlamento Vasco. Basándose en la aritmética parlamentaria y democrática, se interpreta la mayoría electoral nacionalista (nunca superior al 47% del censo obtenido en 1986) como expresión de una indiscutible y homogénea “voluntad nacional”. Un espejismo ideológico, a todas luces. Si la posición de la izquierda abertzale es nítida y coherente con sus antecedentes terroristas, no sucede lo mismo con la de un PNV. Su vieja aspiración a la plena reintegración foral ha convertido la sustancia del pacto foral medieval en el actual desarrollo soberanista de la foralidad (la “nación foral”), como fuente de legitimación de su estrategia de construcción nacional, con la que cortocircuitar la presión de la izquierda abertzale, por un lado, al tiempo que se les ofrece a los vascos ser, de facto y sin que lo parezca, “españoles de primera”, a lo que es difícil negarse, por otro. La nación vasca podrá ser, pero, por el momento no es, la que se imaginan y tratan de imponer los nacionalistas.