Pedro Chacón-El Correo
Todos los nacionalismos aprovechan el tirón de las competiciones deportivas para insuflar en sus seguidores el espíritu nacional. Sobre todo en aquellas disciplinas donde la ventaja es manifiesta. A nadie le gusta perder sin perspectiva de ganar, como le pasa a la derecha vasca desde 1979. El otro día, en un campeonato de pelota, la Liga de las Naciones, celebrado en Gernika, muchos asistieron al no va más -al «sumum» dijo alguien- de la política llevada al terreno deportivo: ver a Euskadi enfrentándose a España.
El primer enfrentamiento de la historia de ese deporte -¿o fue de todos los deportes?- entre ambas selecciones quedó como una prueba más de que nada es en la realidad lo que uno se imagina cuando tiene solo la forma del deseo. Aquello no fue lo que les hubiera gustado a muchos, sobre todo a quienes entendían muy bien que las jugadoras de Euskadi fueran de Berriatua pero, en cambio, no alcanzaban a comprender que las de España fueran sus vecinas de Markina. Aquello más bien parecía un interpueblos de Bizkaia, en el que todas las camisetas lucían bien destacado el logo Euskadi Basque Country. Las de España, en azul, con un ‘España’ detrás y el escudo muy poco resaltado. Y en el marcador luminoso ponía ‘Espainia’.
Todo resultó muy extraño, por no decir delirante. Pero es que el artículo 1 del Estatuto de Autonomía del País Vasco también es extraño y delirante cuando dice algo tan metafísico como que el pueblo vasco, o sea Euskal Herria, se constituye en una Comunidad Autónoma llamada País Vasco o Euskadi. Resulta entonces que Euskal Herria se encarna en Euskadi, a efectos políticos, siendo Euskadi una autonomía triprovincial. En Gernika, mientras la absurda realidad fue que Euskadi como autonomía se enfrentó al Estado al que pertenece, para los nacionalistas fue como si toda Euskal Herria, a través de su encarnación viviente en la Euskadi autonómica, se enfrentara a una España convertida en algo irreconocible, al aplicarle una muesca virtual a su mapa que dejaría fuera a las provincias vascongadas.
La conclusión es que la Euskal Herria nacionalista solo se entiende a sí misma por contraposición a España. De hecho, los enfrentamientos contra Francia, dentro del mismo campeonato, no levantaron ni de lejos la misma expectación, como si Francia fuera ajena (que lo es) a toda esta historia. Se demuestra así que España-Euskadi es la única contraposición que resulta morbosa y necesaria para algunos. Cuando, en realidad, a lo que hemos asistido es a un intento frustrado y frustrante de contraponer dos naciones que en realidad se superponen sobre un mismo suelo y donde sus elementos compartidos son incomparablemente superiores a los diferenciales. De hecho, a las cuatro jugadoras que se disputaron el primer Euskadi-España, a Erika, Arai, Elaia y Maia, era imposible distinguirlas por nada ajeno al color de sus camisetas.