ABC-IGNACIO CAMACHO
El político más interesado en la reelección de Sánchez es Rufián, o sea, Junqueras. Se juegan la gestión de la sentencia
LA persona que más interés tiene en la reelección de Sánchez, tal vez incluso más que el propio presidente, es ahora mismo Gabriel Rufián. Es decir, Oriol Junqueras, que es quien muñe desde la cárcel la estrategia de Esquerra. Tras el fracaso de la revuelta, el independentismo más pragmático necesita una dosis de sosiego para gestionar la inminente sentencia y sabe que sólo el actual statu quo político puede ofrecérsela. En julio, Rufián y la representante de Bildu fueron los que más empujaron a favor de la alianza de izquierdas, ofreciendo su colaboración para la investidura con una impaciencia patética. Los soberanistas sienten pánico ante la posibilidad de que una repetición electoral altere la correlación de fuerzas y están ayudando al PSOE a meter presión a Pablo Iglesias. Ya hasta les da igual que los socialistas descarten el referéndum en sus trescientas propuestas: su prioridad es ahora el indulto o en su defecto una aplicación benévola de las penas. Menos da una piedra.
Sánchez cuenta con ellos. Aunque tampoco sea su opción preferida, se conformará si no hay más remedio. Quizá en otras elecciones podría sacárselos de encima, pero hay que correr el riesgo y afrontar la hipótesis nunca descartable de un tropiezo. Sin embargo, cuando el martes dijo que no quería «votos gratis» se le vio el cartón a su táctica de postureo: sin la abstención de ERC no sale reelegido en el segundo intento. Claro que eso no sería de balde y él conoce el precio, como conocía el de Bildu en Navarra y lo está pagando –en Huarte, por ejemplo– desde el primer momento. Su advertencia, casi un ruego, iba a dirigida a Podemos; la idea, que va adquiriendo cada vez más cuerpo, de que Iglesias lo apoye al final sin contrapartidas y lo tome como rehén no le gusta un pelo. Sólo que esa decisión no depende de él, salvo que haga «un Rajoy» y se niegue a presentar su candidatura sin un pacto previo. Pero entonces su famoso «relato» de inculpación general quedaría sin crédito. No puede permitirse una espantá después de tan pregonado empeño en que le permitan formar Gobierno.
El rechazo al apoyo gratuito es tan pueril como falso. Se trata de lo que cualquier gobernante querría: ser investido sin nada a cambio. Simplemente, resulta imposible con 123 escaños. Por eso ha empezado a acordar los pagos con el PNV y con el partidito regionalista cántabro. Y no van a salir baratos. Los compromisos con los independentistas no le conviene revelarlos y le falta encontrar el modo de que Iglesias tuerza el brazo, con el peligro de que lo acabe haciendo bajo la fórmula que le cause más daño. La alternativa es quedar desenmascarado como responsable de los nuevos comicios y dejar que se venga abajo su propagandística impostura del verano. En cualquiera de los casos quedará patente el engaño. Pero eso nunca ha importado a quien considera la mentira parte de su trabajo.