MIQUEL ESCUDERO-EL CORREO

El próximo 2 de abril se cumplirán cuarenta años de la guerra de las Malvinas. En los setenta días que duró, se perdió la vida de muchas personas; nunca son pocas las víctimas, y siempre se ha de incluir a los heridos. Se dice que hubo unos 250 muertos británicos y otros 650 argentinos. Este último número ascendía a 2.000 en otras cuentas.

Británico y marxista, el historiador Eric Hobsbawm analizó a fondo aquel conflicto. Denunció que su objetivo no fue resolver los problemas de las Malvinas, sino producir desfiles de la victoria. Margaret Thatcher aprovechó la ocasión para imperar en la política británica de forma incontestable.

Se desató en Reino Unido una ola patriotera que compensó la «desmoralización e inferioridad que siente la mayoría de la población» y lo polarizó. Según Hobsbawm, el 80% quedó arrastrado por una reacción patriótica instintiva. La línea pacifista y sensata corrió a cargo de una minoría sin apenas influencia política.

Thatcher se apoderó del orgullo patrio y en una declaración oficial criticó a los pusilánimes, a «quienes creían que nuestro declive era irreversible, que nunca podríamos ser lo que fuimos, que Gran Bretaña ya no era la nación que había construido un imperio y gobernado una cuarta parte del mundo. Pues bien, estaban equivocados».

¿A quién le interesaban de verdad las Malvinas? Sin duda, a sus 1.680 habitantes autóctonos, a los ornitólogos y al Scott Polar Research Institute (por ser la base de la investigación que se hace en la Antártida). Pero muy en especial a la Falkland Island Company, dueña de gran parte de las islas y un poder paralelo al de Londres. Nada es lo que parece.