Editorial-El Español

Volodímir Zelenski y Donald Trump han hablado por primera vez desde que él y JD Vance acorralasen al presidente ucraniano en el Despacho Oval el pasado 28 de febrero, lo que frustró el acuerdo que se disponían a firmar Washington y Kiev a cambio de las tierras raras ucranianas.

La llamada de este miércoles se ha desarrollado en un tono diametralmente opuesto. Trump ha calificado la conversación de «excelente». Y Zelenski, de «positiva y muy sustanciosa».

Es legítimo preguntarse entonces qué sentido tuvo la bronca a la que Trump y Vance sometieron a Zelenski hace menos de un mes.

¿Se trató de uno más de los derrapes a los que nos ha acostumbrado la personalidad volcánica del presidente?

¿Está acaso queriendo resarcir su imagen después del bochornoso espectáculo de humillación que ofreció en directo al mundo entero desde la Casa Blanca?

Lo que está más claro es que a Trump le interesaba reanudar las negociaciones con Kiev para el armisticio con Rusia. Su prioridad es que EEUU salga cuanto antes de Ucrania, como prueba su presión a Zelenski a cuenta de la retirada de la ayuda económica, militar y de seguridad estadounidense. Y los sectores más recalcitrantes del republicanismo MAGA le están apremiando para que no dilate el proceso con componendas con Kiev.

El problema de esta búsqueda a toda costa de un alto el fuego es que fortalece la posición de Rusia. Porque la urgencia que le mueve obliga a Trump a adoptar una actitud aquiescente hacia las exigencias de Putin, empleando con él la actitud pacífica que no demostró con Zelenski, y a asimilar la narrativa del Kremlin sobre la guerra.

Al mismo tiempo, al estadounidense tampoco le interesa quedar de agente prorruso a ojos de la comunidad internacional. Y probablemente eso explique la sorprendente cordialidad mostrada ahora hacia Zelenski, así como las amenazas puntuales de imponer aranceles que EEUU ha lanzado contra Rusia.

Pero la realidad es que Putin no se ha movido de sus posiciones maximalistas. El martes rechazó el plan para una tregua de treinta días que habían negociado Washington y Kiev en Riad, aceptando únicamente detener los ataques contra las infraestructuras energéticas ucranianas.

No está en los planes de Moscú un cese definitivo de las hostilidades. Y por eso al Kremlin le interesa que Washington se retire rápidamente de Ucrania, sin preocuparse por establecer garantías de seguridad.

Este sería el escenario soñado para Putin: un acuerdo con EEUU para recobrar el tratamiento de gran potencia global (la obsesión de Rusia desde que cayó la URSS) sin ceder a sus ambiciones territoriales sobre Ucrania.

Pero Ucrania está decidida a vender cara la soberanía que Putin aspira a quebrantar. El ataque de drones sobre Moscú de la semana pasada trasladó el mensaje de que Kiev puede seguir resistiendo aun sin la ayuda de Washington, gracias también a la aparente determinación de Europa de suplir la asistencia estadounidense.

Por eso, aunque el alto el fuego en Ucrania (que en las condiciones actuales sería muy frágil) pueda estar próximo, la paz se antoja lejana.