EL MUNDO 31/12/13
ARCADI ESPADA
Llega Catalanistas en adobo (Antonio López, 1903), el recuento de artículos de Marsillach el viejo. Emoción difícil de explicar. El encuentro con un semblable, incluso un frère, que vivió hace cien años, y que luchó. La emoción, melancólica, se agrava porque no es preciso hacer con estos artículos lo que conviene en llamarse una lectura, es decir, trasladarlos del tiempo que fueron escritos al tiempo en que son leídos. Nada de lecturas. Sólo es preciso leerlos. La operación demuestra qué grado de congelación exhiben las ideas nacionalistas, que pueden ser contestadas con los argumentos y la prosa de un opúsculo de 1903. Lo que ellos llaman, obviamente, persistencia de la llama catalanista en el tiempo y que no es más que la cíclica convocatoria de la mentira primordial.
Y vengan ya esas Dos palabras del principio del adobo.
«He formado este libro con artículos míos preinsertos en El Diluvio, nada más que por capricho. Creo que esta es una razón poderosísima para hacer lo que he hecho, eximiéndome de dar mayores explicaciones. Cuanto á la acritud conque trato á los catalanistas afiliados á La Lliga Regionalista, vulgarmente llamados perdigots*, he de disculparme manifestando que ellos, con su insoportable vanidad, su exagerado chauvinisme, su actitud de perdonavidas, su insaciable ambición; la ordinariez y grosería de que hacen gala en sus campañas periodísticas; las injurias y calumnias con que han pretendido manchar con su lengua de víbora el nombre, honra y fama de personas y colectividades dignas de toda consideración; y el daño, el grave daño que han hecho y están haciendo á Cataluña con su insensato empeño de encender ódios entre regiones hermanas, hanme obligado á ser con ellos agresivo, á tratarles como en justicia se merecen, si bien, al combatirles, he procurado, consiguiéndolo, no descender al nivel moral á que han llegado los Washington regionalistas de Cataluña en su desesperada lucha por la existencia.»
*Alusión a la perdiz cuatribarrada que Lluis Doménech i Montaner dibujó para la cabecera de La Veu de Catalunya en 1899 y que se convirtió en el símbolo gráfico del diario.