IGNACIO CAMACHO, ABC – 31/07/14
· Es perfectamente posible que el pujolazo quedase encapsulado en la entrevista como un sombrío sobrentendido elíptico.
Sería fantástico que no hubiesen hablado del tema. Que se hubieran pasado la mañana discutiendo de la consulta de noviembre, de la financiación, de las inversiones, de las infraestructuras y de las 23 propuestas de cooperación institucional que el presidente catalán llevaba en su cartera de peticiones. Que charlasen de sus respectivos lugares de veraneo. Y que al cabo de ciento cuarenta minutos ninguno de los dos, ni Rajoy ni Mas, hubiesen efectuado la más mínima alusión al asunto que flotaba entre ambos como una invisible cortina de hierro.
Y sin embargo es perfectamente posible. Que el pujolazo quedase encapsulado en la cita como un sombrío sobrentendido elíptico, como un desagradable limbo tácito, como una inquietante burbuja atmosférica. Que ambos hombres hiciesen abstracción de ese contexto eléctrico para mostrar una ficticia cortesía de jugadores de póker. Los dos saben lo que ha ocurrido, cómo ha ocurrido y por qué ha ocurrido. Conocen el significado preciso, la dimensión exacta del escándalo y su peso específico en el entorno ambiental del encuentro. Y resulta del todo verosímil que ninguno quisiera violentar el protocolo con una mención extemporánea y de mal gusto al apellido nefando, a la vidriosa cuestión que habría convertido la entrevista de dos próceres en una inelegante reyerta corralera.
Pero, ocurriese lo que ocurriese, lo de Pujol estaba allí. Como una de esas presencias fantasmales, presentidas, que abundan en los relatos paranormales, como una de esas latentes amenazas, tipo cabeza de caballo, frecuentes en los guiones de cine negro. Sobrecargando el equipaje simbólico de Mas, petrificando la expresión siempre ambigua de Rajoy. En las miradas rocosas y los gestos gélidos del saludo de bienvenida. Se diría que al líder catalán le pesaban los bolsillos cuando subía los escalones del palacio. Y que el presidente del Gobierno andaba más liviano que de costumbre, más suelto y más seguro en el lenguaje no verbal que escenifica los estados de ánimo de la política.
En realidad, el caso Pujol estará ya siempre detrás de cada paso que dé Artur Mas i Gavarró. Porque cuando hable del referéndum le preguntarán por Pujol. Porque cuando ordene recortes financieros le invocarán el dinero que se llevó Pujol. Porque cuando aluda al expolio fiscal le confrontarán el fraude fiscal de Pujol. Porque cuando presuma de patriotismo le pondrán delante las cuentas en paraísos fiscales de Pujol. Porque cuando reivindique su liderazgo le recordarán que lo nombró Pujol y que fue consejero ¡de Hacienda! de Pujol. Porque allá donde vaya será siempre el heredero de Pujol. Y la palabra herencia se ha vuelto muy polisémica en el contexto reciente de la Cataluña soberanista.
Por todo eso tal vez no hizo falta que ayer se hablara de ello en La Moncloa. Los caballeros no hacen alusiones incómodas. No se trataba de nada personal, sólo negocios. Los negocios del poder.
IGNACIO CAMACHO, ABC – 31/07/14