Juan Carlos Girauta-ABC
- La cumbrecita madrileña cumple estrictos fines políticos, en el peor sentido de la palabra
Cuando Sánchez se llevó la mano al corazón ante Ayuso estaba posando, lo que no tiene nada de reprobable en sí mismo. Ni de particular: Sánchez siempre está posando. El mérito de la foto es que capta un gran hito de la operación Madrid. Siempre hay una operación Madrid en marcha, con lo que esto tampoco es nuevo. La de ahora pasa por un presidente que salva a una comunidad del caos.
Iba a soltar lo de mucho ruido y pocas nueces, o lo del parto de los montes, pero es que ni pocas nueces ni ratón de Esopo. El resultado es nada, es decir, una comisión, un grupo que se reunirá cada semana para coordinarse, hacer seguimiento y el resto de sintagmas verbales hueros con que las burocracias nos adormecen. Una de las razones del sueño que le entra a uno en Bruselas, aparte de la intolerable dieta, es la maestría de sus burócratas a la hora de elaborar informes estructurados en párrafos que empiezan por verbos sin contenido.
Los grandes dormitorios colectivos con forma de hemiciclo sitos en Bruselas y Estrasburgo son lo primero que le viene a uno a la cabeza cuando, ante problemas acuciantes, busca y rebusca entre las resoluciones planes reales, acciones efectivas… para acabar hechizado por esos sintagmas en negrita que supuran un vacío narcótico. Con el tiempo te adiestras en la lectura veloz. Si los párrafos se abren con promover, impulsar, coordinar, establecer vínculos, avanzar, poner en común, afrontar, concienciar, profundizar o monitorizar, ya sabes lo que hay.
Lo que hay es lo mismo que ha producido esa cumbre ridícula, esa orgía de banderas y ese alfombrado rojo: nada. Las competencias, claro, siguen donde estaban, y quien con ellas podría resolver algo eficaz no es eficaz en el grupo. Illa y Darias a un lado de la mesa, al otro Aguado y Ruiz Escudero, que al menos es médico. Ah, y un portavoz técnico sanitario. Dos unidades de apoyo les propondrán cosas cada quince días. Verbo proponer: nada. Acción de proponer a una comisión sin competencias: menos que nada.
Cuando Illa era el responsable nacional de un mando único, durante el estado de alarma, habrían podido tomar decisiones informadas centradas en Madrid. Pero en esa etapa brilló por su ausencia la coordinación con las comunidades autónomas, e Illa estaba ocupado corrigiendo tarde y mal su error de no dotarse del material sanitario recomendado por Europa et altri en el momento en que se necesitaba. Y poniendo a su otra mitad, Simón, a desaconsejar las mascarillas.
Otra cosa que uno aprende en Bruselas es a buscar el cuánto una vez obviados los fárragos comentados. ¿Cuánto dinero se dedica a esto? Si no constaba, el informe podía ir directamente a la papelera porque la única decisión que se esperaba del europarlamentario era de tipo simbólico. Y se suscitaban cuestiones tan interesantes como: ¿debo votar en contra para denunciar que todo esto es palabrería inútil, a precio de parecer un desalmado que no se suma a las causas justas, o debo votar a favor para que no digan que nuestro partido es insolidario, que no está dispuesto a promover tal solución y poner en común tal visión?
Del mismo modo, la cumbrecita madrileña cumple estrictos fines políticos, en el peor sentido de la palabra. Fines espurios. Ahí sí hay alguien que ha avanzado: Sánchez, que después de calificar el gobierno Ayuso de «fallido» y de soltar a Lastra un rato para que despotrique de la presidenta con sus habituales recursos retóricos, tiende su mano (se la lleva al corazón) y deja las cosas como están. Salvo por un mensaje deletéreo que queda flotando: ese gobierno fallido necesita tutela. Mientras, Podemos y PSOE agitan las calles en nombre de los pobres.