Tonia Etxarri-El Correo
Degenerando. Así se ha llegado poco a poco a la conmemoración actual del 11 de setiembre en Cataluña desde que los gobernantes nacionalistas orillaron su política pragmática y su ‘sentido de Estado’ para convertirse al secesionismo e inventarse el ‘procés’. Antes de que se declarase la Fiesta de los catalanes, en 1980, vía decreto a través del Parlamento autonómico, la ‘Diada’ había sido, desde la Transición democrática, un festejo conjunto. La referencia a la caída de la ciudad, en 1714, ante las tropas borbónicas de Felipe V quedaba para los anales de la historia. Los ciudadanos celebraban el 11 de setiembre sin plantearse ningún trasfondo partidista. Si la victoria o la derrota. Lo vivían como un festejo. Sin partidismos. Reclamando libertad, amnistía y estatuto de autonomía. El día de Cataluña. Y punto. Luego devino en conmemoraciones de unos contra otros. Cuando los constitucionalistas aguantaban, estoicamente, la ofrenda floral a Rafael de Casanova, ente insultos y abucheos. En la actualidad, los nacionalistas catalanes han utilizado las instituciones para violentar la normalidad constitucional, intentar organizar un Estado paralelo y envolverse en una bandera ‘estelada’ que ha ido sustituyendo progresivamente a la ‘senyera’. Aquellos catalanes, pragmáticos y amables de los que se llegó a decir incluso que eran modélicos, se han reconvertido en independentistas que están gobernando forzando la clasificación de los ciudadanos en dos clases. Asfixiando a empresas y comercios que no se someten al adoctrinamiento nacionalista. La intención de la ANC de que los ayuntamientos catalanes sólo contraten los servicios de las empresas proindependentistas, aparte de la inmoralidad que supone una iniciativa totalitaria que anula la libertad de la competencia, revela su intención de excluir a la mitad de la ciudadanía. Es una forma de violentar la convivencia democrática. Son estos rupturistas los que organizan ahora la fiesta de unos sin otros.
La celebración de ayer, que registró la participación de manifestantes más baja desde que comenzó el ‘procés’ (600.000), reflejó un ‘pinchazo’ como fruto del cansancio y el hastío de ciudadanos que ya no siguen la estela de los independentistas divididos. Desde que formalizaron la Declaración Unilateral de Independencia (DUI) que duró ocho segundos, la brecha entre los prófugos de la justicia y los que están esperando sentencia del juicio se ha ido agrandando sin visos de recuperación. El tiempo ha ido haciendo mella en el ánimo de unos políticos que no creyeron que el Estado fuera a aguantar impidiendo, con la ley en la mano, su desafío. A estas alturas saben que la independencia unilateral que plantean no es que sea un ideal. Es que es ilegal. Pero como seguirán intentando su plan de ruptura, a pesar de su pérdida de fuerza, el Gobierno de turno tendrá que afrontar el segundo gran problema de este país, después de la situación económica. Ayer en el Congreso quedó en evidencia la incapacidad de los políticos que ganaron las últimas elecciones para formar un Ejecutivo estable. Con desconfianza mutua entre Pedro y Pablo. Y la insistencia de Pedro a todos los demás para que se aparten del camino y le regalen una abstención. Con el deseo de que la Diada llegue a ser un día la fiesta de todos, como llegó a expresar Sánchez, no se aporta nada nuevo. Menos palabrería hueca y más determinación sin sectarismo es lo que necesita este país. Mientras tanto, el 11 de setiembre, que en sus inicios fue una fiesta unitaria, figurará en el calendario de la democracia con un punto negro.