Ignacio Marco-Gardoqui-EL Correo
- El sustituto de Calviño heredará muchos problemas, se encontrará con las restricciones del acuerdo de consolidación fiscal en Europa y el sudoku autonómico alterará su sueño
Casi sin tiempo para estrenar su nueva cartera de cuero que muestra su último título de vicepresidenta y ministra de Economía, recortado del añadido de Transformación Digital que ha recalado en José Luis Escriva, Nadia Calviño se nos va al Banco Europeo de Inversiones. Se va con indisimulado alivio. Se aleja de los líos internos de un Gobierno en el que su fuero interno no ha podido sentirse cómodo con la jaula permanentemente ocupada por los grillos, en constante combate con la siguiente vicepresidenta en el escalafón, con quien ha mantenido serios enfrentamientos en la pasada legislatura que, con seguridad, se iban a intensificar en la presente. Yolanda Díaz ve su proyecto amenazado tras la ruptura con Podemos y extremará, más, su perfil para mantener la identidad. Es evidente que los dirigentes de Sumar han preferido garantizarse el puesto y el sueldo y se han pasado con armas y bagajes a la parte controlada por Yolanda Díaz, pero nadie sabe cómo van a responder en el futuro las bases votantes de la efímera coalición, ni cuántos de ellos se mantendrán fieles al proyecto tradicional y apoyarán al tándem Montero-Belarra. El globo que infló Pablo Iglesias tras el 15-M ha perdido mucha presión, ¿pero cuánta mantiene?
Hay más. También deja atrás e irresoluto el complejísimo acuerdo de financiación que exigirán los independentistas catalanes y apoyará el presidente Sánchez, no por convicción sino por conveniencia y que incendiará al resto del país. Ahí le deja al mando a la cuarta vicepresidenta pero ella tendría que haber dado el visto bueno final, pues la solución afectará, sin duda, a la deuda del Estado y al déficit de los Presupuestos que han sido sus principales ámbitos de competencia.
Vuelve a la escena europea en donde tendrá que contentar a todos, pero en especial a alemanes y franceses que le han dado el apoyo definitivo. Así que veremos cosas curiosas como su decidido apoyo financiero a los proyectos nucleares que en España hemos abandonado tras la cerrada oposición del propio gobierno con una alegría incompatible con su costo real de 20.000 millones. Pero allí vivirá mucho más tranquila, regando el sistema de dinero, tal y como ha hecho aquí, pero con interlocutores más serenos, proyectos mejor estudiados y responsabilidades más difuminadas. Y cobrará mucho más, lo cual siempre contribuye a calmar los nervios del cargo y a superar las tensiones del ambiente.
Todavía no se conoce quién la sustituirá en su todavía actual cargo, pues Sánchez no ha dicho nada, en una actitud que es cuando menos sorprendente. ¿Es normal confirmar a toda una vicepresidenta primera a sabiendas de que tenía muchas posibilidades de durar unas pocas semanas al frente de algo tan importante como es la economía del país? ¿A qué se ha dedicado este tiempo, a preparar sus antiguas obligaciones o a prepararse para las nuevas? ¿No hubiera sido más lógico retirarle del Gobierno y nombrar al definitivo desde el principio? Tenía el riesgo de que no fuera elegida, pero era pequeño y deberían haberse priorizado los intereses del país sobre las conveniencias personales. Claro que en España ambos están tan íntimamente ligados que se confunden, de lejos y de cerca.
Para sustituirla suenan varios nombres, pero será una sorpresa y no se espera que sea nadie del equipo con el que ha trabajado estos años y que ha tenido numerosas fugas en los últimos tiempos. No es fácil diseñar su perfil. Tiene que ser un técnico, o técnica, de incontestada valía para lidiar con una coyuntura interna compleja y una externa incierta, y para satisfacer a los mercados internacionales a quienes tendrá que seguir pidiendo dinero durante mucho tiempo. Hereda muchos problemas y se encontrará con las restricciones impuestas por el reciente acuerdo de consolidación fiscal alcanzado en Europa, lo que reduce su terreno de juego. Por si fuera poco, el sudoku autonómico alterará su sueño y los envites y los embates de sus socios de gobierno le achicarán el espacio y condicionarán severamente su mandato.
Tampoco podrá eludir el dar cuentas de la promesa electoral más impactante: reducir el paro por debajo del 8%. Ahí queda eso, con la severa amenaza de unas estadísticas de empleo en clara pérdida de velocidad.