PABLO MARTÍNEZ ZARRACINA-EL CORREO

Estamos a punto de ver a un responsable político comparecer ante los medios imitando el gesto de Merkel que su equipo ha estado enseñándole en el móvil y avisando (con esa entonación de Obama con la que tanto le insisten los asesores) de que los datos del coronavirus son malos y la situación muy preocupante. «Saben como soy, voy a hablarle claro a la ciudadanía», añadirá el responsable político levantando la mirada y fijándola en la cámara adecuada, tal y como le ha remarcado su equipo. «Aquí alguien va a tener que hacer algo, pero ya».

Ayer Ignacio Aguado, vicepresidente madrileño y especie de Andrés Iniesta del ICADE, salió a decir que la evolución del coronavirus en Madrid asusta, que hay que bajar las «pistolas dialécticas» y que el Gobierno debe «implicarse contundentemente» en el control de la epidemia en la región.

Esto Aguado lo dijo con la presidenta de la Comunidad desaparecida y dos días después de que un viceconsejero de Salud anunciase unos confinamientos selectivos que no podían aplazarse más y que como es natural se aplazaron de inmediato. Hay que recordar que, cuando el Gobierno se implicaba tanto que decretó un Estado de Alarma, en Madrid denunciaban la persecución a la que se les estaba sometiendo. Lo hizo Aguado y lo hizo Díaz Ayuso. «Nos tienen rehenes, nos tienen amordazados», llegó a decir la presidenta, que a veces desaparece y a veces solo disparata. Lo que se reirán en Soria o en Melilla cuando ven a un mandamás de Madrid, o de Barcelona, haciendo como que la discriminación que sufren ellos en España no lo sufren los rohinyás en Birmania.

Ayer, ante la llamada de Aguado, Carmen Calvo hizo de poli malo y dijo que es Ayuso quien debe actuar. Sonó como: «Pídeme ayuda más fuerte». Luego Pedro Sánchez hizo de presi bueno y se ofreció a reunirse con la presidenta de Madrid en la Puerta del Sol. Suena a tregua y suena bien. Pero no durará. El Gobierno central y el autonómico volverán a enzarzarse porque la confrontación es su propia naturaleza. Qué importa que, en medio de una epidemia de estas características, lo que ocurra en una metrópoli de más de siete millones de habitantes sea la clase de asunto que le concierne, sin más, a todo el país.

Torra No votarem

Quim Torra dijo ayer que dedica «veinticuatro horas al día» a luchar contra la pandemia. Lo dijo concretamente mientras dedicaba la mañana a otra cosa y asistía en el Tribunal Supremo a una vista de su recurso contra la sentencia que lo inhabilita por el asunto aquel de la pancarta en periodo electoral. «He venido aquí a mirar a los ojos del tribunal que quiere hacer caer a otro president de la Generalitat», dijo Torra solemnísimo. No se lo dijo a los jueces, eso sí. Se lo dijo a la prensa. Ni siquiera sabemos si en la sala llegaría a distinguir los ojos de los jueces porque asistió a la sesión como invitado y se sentó al fondo, con el público. Es que es un tipo de vista en la que los acusados al parecer no pintan mucho. Torra aprovechó el viaje para anunciar que si le inhabilitan no convocará elecciones. Su idea es fastidiar lo más posible a ERC. Se entiende que todo aquello de las urnas, los votos y la democracia era una forma de hablar.

Covid Pole Position

Tampoco es tranquilizador que hablen de uno en una revista que se llama ‘Zoological Research’. Oigan, sin señalar. Pero todo sea por la ciencia. El caso es que investigadores de la Universidad de Santiago han estudiado las cepas genéticas del coronavirus en España y sostienen que el lugar con más probabilidades de haber albergado el origen de la pandemia es el País Vasco. Vitoria, concretamente. Con un foco inicial que comenzó nada menos que el 5 de febrero. Supongo que hay una forma buena de verlo: al menos en eso sí nos anticipamos.