Ignacio Varela-El Confidencial
- Todo el mundo lo entendió. Lo entendieron los talibanes, que en unas semanas han recuperado el control del país sin encontrar apenas resistencia. Cuando lean estas líneas, Kabul estará ya en su poder
El 23 de abril, en uno de los últimos artículos que le permitieron publicar en El País antes de la gran purga, Antonio Caño predijo con total precisión lo que sucedería en Afganistán tras la decisión del presidente Biden de retirar las escasas tropas norteamericanas que permanecían allí (más para testimoniar apoyo al Gobierno legítimo frente a la presión de los talibanes que como despliegue militar efectivamente operativo y disuasorio).
La decisión de Biden contenía un mensaje inequívoco para el interior de su país y para el mundo entero: hasta aquí hemos llegado. A partir de ese momento, los Estados Unidos se desentienden por completo de lo que suceda en Afganistán y no emplearán un dólar más ni arriesgarán la vida de uno de sus soldados por un territorio inaccesible que desconoce lo que es la paz, incapaz de gobernarse y en el que ninguna potencia extranjera ha ganado jamás una guerra.
Todo el mundo lo entendió. Lo entendieron los talibanes, que en unas semanas han recuperado el control del país sin encontrar apenas resistencia. Cuando lean estas líneas, Kabul estará ya en su poder. Lo entendió el Gobierno afgano, sostenido hasta ahora por Estados Unidos y la OTAN, que no ha intentado siquiera defenderse (les basta con salvar sus vidas). Lo entendieron todas las potencias de la zona, que se dispusieron a reacomodar sus estrategias para obtener el máximo partido de la nueva situación. Lo entendió sobre todo Pakistán, que está indudablemente detrás de la fulminante operación militar de los talibanes y cuyo papel en todo lo que sucede en Oriente Medio siempre es turbio e inquietante. Y lo entendió muy bien China, triunfadora de esta crisis tanto en lo geoestratégico como en lo económico.
Aparentemente, la decisión de Biden está cargada de lógica política. Hace mucho que los Estados Unidos saben que Afganistán es una guerra siempre perdida para quien se meta en ella, un cementerio de miles de millones de dólares y de decenas de miles de vidas en el empeño inútil de dar estabilidad a ese territorio y alinearlo con los intereses de occidente. Antes lo aprendieron los soviéticos, que también quisieron jugar la pieza afgana y salieron de allí tan escaldados como ahora los yanquis.
El propio Trump, en un ultimo intento antes de salir de allí por patas, autorizó una negociación en la que los americanos entregaron demasiadas cosas y demasiado pronto y los talibanes traicionaron todos sus compromisos, fingiendo una inexistente voluntad de paz. La constatación de ese fracaso precipitó también la escabullida de Biden. Y no olvidar la dimensión doméstica: en la Casa Blanca se sabe que a los estadounidenses les trae sin cuidado lo que suceda en Afganistán, les irrita ver a su país atrapado en un lugar en el que no ven otra cosa que desierto y montes plagados de fanáticos, y no comprenden ni les interesa la dimensión geoestratégica del conflicto. El precedente de Irak pesa. Es muy dudoso que Biden pague un precio político inmediato por esta decisión, más allá de la sensación de derrota con sabor a Vietnam.
Pero esto va mucho más allá de entregar un país a una banda de criminales alucinados y asistir pasivamente a la masacre que se avecina. La huida de Afganistán tiene connotaciones morales difíciles de digerir para las conciencias civilizadas y resultará en una tragedia humanitaria (lo peor que puede ocurrirle a alguien en estos días es ser mujer y estar allí); pero, además, tendrá consecuencias prácticas que hacen ilusoria la pretensión de que los Estados Unidos y sus aliados europeos pueden taparse los ojos y la nariz y desentenderse sin más de la catástrofe afgana.
Para empezar, antes de que termine el año -incluso antes de que llegue el otoño- tendremos una nueva crisis de refugiados a las puertas de Europa. Cientos de miles de personas tratarán de escapar de aquella ratonera y llamarán a nuestra puerta. Como en otras ocasiones, tendremos que negociar vergonzantemente con los países de tránsito para que los contengan, y es dudoso que se consiga.
¿Qué sucederá con el terrorismo? Afganistán fue durante muchos años el santuario y el refugio de todos los grupos terroristas del yihadismo. De hecho, se invadió Afganistán como represalia de Bush tras el atentado del 11 de septiembre. No es alarmista anticipar que el territorio afgano en manos de los talibanes (terroristas ellos mismos) volverá a ser el paraíso del terrorismo islamista. Todos los expertos señalan que esta generación de talibanes es aún más fanática, más agresiva y, en definitiva, más criminal que la que fue expulsada del poder hace 20 años. Y siente una furiosa sed de venganza,
Es cierto, como señala Ahmed Rashid, que los islamistas violentos aprendieron la lección y no repetirán el error de atacar a los Estados Unidos en su casa. Su objetivo actual es asentar en Afganistán un nuevo Estado Islámico más salvaje aún que el ISIS y condicionar desde ahí toda la política de la región, desestabilizando a todos los gobiernos que se resistan al imperio del fundamentalismo o sientan la tentación de entenderse con occidente. Pueden conseguirlo porque, además del brillo de haber humillado y ahuyentado al Gran Satán, cuentan con poderosos aliados en la zona. A partir de hoy, Oriente Medio, la primera amenaza global para la paz mundial, se ha hecho aún más explosivo. Mientras tanto, la ONU sigue de adorno, en esto como en la pandemia.
Como señaló Caño en su texto clarividente de abril, este no es sólo un fracaso de Estados Unidos en Afganistán y el regreso de un régimen oscuro y asesino: envía un mensaje peligroso a todas las fuerzas que actúan el mundo, de forma crecientemente concertada, para hundir la llamada “democracia liberal” y todo el universo de valores que contiene ese concepto. Ahí están potencias globales como Rusia y China, todo el mundo del fundamentalismo islamista, el eje populista autoritario que resurge en Latinoamérica, los nuevos/viejos nacionalismos y la asociación de los populismos de extrema derecha y extrema izquierda en Europa.
Sí, la democracia está en peligro. Hoy, un poco más que ayer y, me temo, menos que mañana.