Manuel Marín-Vozpópuli

  • Sanchez quiere quemar también a Illa, como a otros aspirantes a sucederle, y ya tiene su propia “foto con narco”

Hace un tiempo había una teoría. Cuando Pedro Sánchez caiga, el PSOE será un solar y un partido tan necesitado de liderazgo, que sólo Sánchez podrá sucederse a sí mismo. Su cruel proceso de laminaciones, los que quedan en el camino por corrupción, el desprecio a los socialdemócratas clásicos, la huida de la moderación, el muro… Únicamente Sánchez y sus incondicionales quedarán en pie. El resto, habrá sido enterrado en vida. Esa teoría añadía que si pierde las próximas elecciones de 2027, Sánchez seguiría como secretario general del PSOE, pasaría a liderar una oposición drásticamente destructiva e incendiaría la calle contra la alternancia política. No habría ni un segundo de tregua en una legislatura corta del PP, inestable y convulsa, y se darían las condiciones necesarias para regresar a la presidencia del Gobierno.

Hoy esa teoría de perder para continuar y después ganar de nuevo ha decaído. En el PSOE cunde esa neurosis propia de los fines de ciclo. Sánchez tiene abandonados a los cuadros medios, no cultiva las agrupaciones desde su clausura en La Moncloa y ha atemorizado a alcaldes, concejales o miembros de diputaciones que aún no se han repuesto de la mayor pérdida de poder local y autonómico… La sucesión es el elefante en la habitación, aquello de lo que nadie habla, pero que está ahí, camuflado en la falsa mitología de que Sánchez es inmune a todo y a todos. Las danzas de apareamiento preparatorias de la sucesión aún no son visibles, pero nadie en su sano juicio con aspiraciones puede dejar de pensar en lo evidente. El visible deterioro de Sánchez, el rechazo social que genera, su irrelevancia internacional y su imagen de pobre mendicante del separatismo son irreversibles.

La única evidencia posible es que si alguien sucede a Sánchez -en algún momento ocurrirá- será sanchista. No es imaginable en este un PSOE un giro al pasado ni a la lógica. No existirá un retorno, ni siquiera emocional. Ahí está Salvador Illa, enviado especial de Sánchez a preparar el regreso de Puigdemont a España. Un presidente legítimo de la Generalitat catalana, arrobado ante un presidente que dice serlo también, pero en su falso exilio. Insólito. Agasajando a un huido. Dos siesos demostrando que jamás serán animadores de piscina en un crucero rumbo a Copacabana. Illa viajó a Bruselas con la desgana con la que Fernando Simón nos dijo que las almendras provocan tos. Participó en 2017 en las manifestaciones contra el golpe de Puigdemont, admitió que la amnistía era ilegal, participó de un sanchismo que prometió traer al fugado detenido, y fue artífice de la intervención del Estado en Cataluña, vía artículo 155. Hoy, en cambio, anda de risitas fingidas con un prófugo, desairando el discurso del Rey en 2017, desautorizando al Tribunal Supremo, y abrazado al tole tole de la “normalización” porque “el diálogo es el motor de la democracia”. La clave es que Illa ya sabe que si un día sucediese a Sánchez, ya tiene su propia ”foto con narco”. O sea, otro sacrificio deliberado de un peón.

¿Óscar Puente aspira? Sepa Dios. Pero lo parece. Se coloca, trastea sibilinamente en el PSOE, hace ruido para enfervorecer a su parroquia, va de azote con látigo y elude la gestión que le desgasta. Es más, ironiza con ella y nos inunda las estaciones con un “Disculpen las mejoras”. No es broma. Lo cierto es que no parece estar demasiado indignado por que los trenes no funcionen y se limita a exigir resignación. No está en la gestión, sino en forjar una imagen de dóberman implacable y desacomplejado que agrada a la militancia para rebañar liderazgo por si sonase la flauta. Sanchista de primera generación, mimético a Sánchez, no pide perdón por los errores. Se regodea en ellos y exige a los viajeros claudicación. Lo relevante en su baza es sacudir porque además cree tener opciones y no lo oculta.

Hace tiempo que Félix Bolaños dejó de ser aquel cerebrito de La Moncloa, ese einstein en segundo plano que nos vendieron como el jurista al que el Estado le cabía entero en la cabeza. Como a Fraga. Medró, llegó a ministro, enredó, manejó y pronto se obnubiló con la magia de los focos y los canutazos periodísticos. Y se gustó. Mandaba, decidía, influía y su ego crecía. Hoy está fallando al jefe. No ha podido cumplir -de momento- la orden de dar un vuelco ideológico a la Justicia en España desguazando su estructura. Le ha pasado como a Carmen Calvo, hoy premiada con la presidencia del Consejo de Estado como consuelo. Calvo recibió la orden de que el TC jamás sentenciase como inconstitucional el estado de alarma aprobado en la pandemia. Pero sus presiones al TC, algunas de ellas obscenas, fracasaron. Hoy Bolaños da la impresión de haber perdido el favor y fervor del jefe. Anda de capa caída y la judicatura lo huele porque el aplauso a la presidenta del Supremo el viernes no fue sino una bofetada con la mano abierta a Bolaños. En condiciones normales, habría aspirado a la sucesión porque se fabricó la imagen idónea para ello. Hoy, si acaso, no deja de ser una ilusión óptica. Nadie en el PSOE lo percibe como un líder orgánico. Ni siquiera Sánchez.

Pilar Alegría, de quien tanto se ha especulado -es mujer, es joven, es sanchista-, fue promocionada a portavoz del Gobierno. En Ferraz se le atribuía un futuro glorioso. Y ella ha creído siempre ser una elegida. La elegida. Pero ha sido enviada al matadero autonómico, como Óscar López, perfecto conocedor del PSOE, odiador sanchista ayer, y hoy acérrimo del líder por aquello del indulto que le preparó Rodríguez Zapatero para ser rescatado de su confinamiento. También como María Jesús Montero. Sánchez viste bien sus operaciones de derribo. Cualquiera que emerja en el PSOE como futurible, es “ascendido” a destinos imposibles y se convierte en otro alfil que va quemando a conveniencia de su propia supervivencia. Y ahí se anda el PSOE, cegato, nervioso, con agazapados inconexos como el asturiano Barbón, rebeldes con causa como García Page, y dos secretarios de Organización imputados. Uno, en prisión.

No es casual la salida de Jaume Giró de Junts. Era el instigador de un vuelco que terminase por jubilar a Puigdemont. Quería a Junts incrustado en la crema madrileña, en el negocio, en no tensar todo al límite. Quería prolongar la vida útil de este sanchismo decadente con un separatismo catalán de nueva generación y apariencia constructiva. Su adiós puede ser una señal de que Puigdemont tiene ya diseñado el golpe definitivo a Sánchez cuando le venga en gana. Los aspirantes en el PSOE también harán lecturas similares porque ha sido un golpe telúrico en Junts. Giró no era un ‘outsider’ irrelevante ni un pepito grillo. Tenía un objetivo y le han dicho que no, que el plan es otro.

En paralelo, Sánchez aprende de Zapatero por si acaso. No es casual su mirada obsesiva a China, donde hay amigos, hay dinero, hay corrupción y hay futuro por si el PSOE lo funde de una vez por todas. Crucificado en la esfera internacional como aspirante a un cargo digno en cualquier estructura europea o mundial, a Sánchez se le agotan las opciones. Hay un elefante sucesorio en la habitación. Nadie habla en público del paquidermo, pero todos lo ven. Y así debe ser si aún quedan residuos de inteligencia en ese partido. Todavía no es imaginable que el PSOE haya planeado suicidarse. Ni siquiera por Sánchez.