ENRIC GONZÁLEZ – EL MUNDO – 09/06/16
· El camino hacia la independencia está muerto, pero la mentira sigue viva. Aunque sabe que no puede seguir, Puigdemont reclamará en septiembre la confianza del Parlamento catalán. El caso es seguir simulando que las dificultades no son insalvables.
Hacer cosas malas es malo. Pero a veces es peor hacer las cosas mal. Ese es el problema de la política catalana: cosas malas y mal hechas. En otras circunstancias, se habría llegado ya al final del camino. Aquí queda todavía un buen rato de delirio. Aunque el procés hacia la independencia, o la soberanía, o cuarto y mitad, está muerto, sigue viva la mentira, que fue su caldo de cultivo. La gestión de la cosa pública en Cataluña, uno de los grandes vectores populares de la Transición española (recuérdese lo de Llibertat, amnistia i estatut d´autonomia), continuará cayendo hasta no se sabe dónde.
Cuando hablamos de cosas malas no nos referimos al independentismo, tan legítimo como, pese a las gigantescas trabas reglamentarias, constitucional. Lo malo es confundir el sueño con la realidad. Y lo peor es tratar de encajar el sueño en la realidad. Han ocurrido muchas cosas lamentables en Cataluña durante los últimos años. La más perniciosa y risible fue la proclamación de victoria por parte de Artur Mas el 27 de septiembre del año pasado.
Se quiso hacer pasar una mayoría relativa de la coalición Junts pel Sí por un sí en un pseudoreferéndum sobre la independencia. Luego cayó Mas, se echó mano del alcalde de Gerona, se alcanzó un pacto de investidura con la CUP y se prometió una legislatura estable de 18 meses que culminaría con la proclamación del Estado soberano catalán. Resulta poco probable que la legislatura vaya a durar tanto como año y medio. Habrá otra vez elecciones anticipadas, y habrá que enfrentarse de nuevo con la puñetera realidad: los partidarios de la independencia no alcanzan el 50% del censo, y entre esos partidarios hay pocos dispuestos a aceptar que un proceso de ruptura implica, en el mejor de los casos, riesgos y cosas desagradables.
El presidente Puigdemont reclamará la confianza del Parlamento en septiembre. Sabe que no puede seguir. Otra cosa es que siga, y no crean que este opinador se contradice: la lógica resulta de poca utilidad ante situaciones psicóticas. Cataluña es una comunidad autónoma (y una nación, si quieren) cuyas cuentas están en la práctica intervenidas, que depende de los préstamos del Gobierno central, que tiene una solvencia pública comparable a la de Bangladesh y que cuenta con un Gobierno y una parte considerable de la población que tratan de actuar como si saltaran de éxito en éxito (pese a las trabas de Madrit) hacia la independencia final. Los choques con la realidad resultan duros.
La CUP, un grupo antisistema que recoge la herencia del romanticismo decimonónico catalán, en su vertiente libertaria, es señalada como culpable. Los artistas anteriormente conocidos como Convergència y Esquerra Republicana se sienten estafados porque la CUP rechaza el presupuesto y, contra lo firmado en el pacto de legislatura, vota junto al PP, Ciudadanos y PSC. Vaya. Que uno recuerde, fue el entonces líder de la CUP, Antonio Baños, el único dirigente independentista que reconoció la falta de una mayoría suficiente por parte del sí. La CUP planteó exigencias maximalistas que los Junqueras y compañía aceptaron, a sabiendas de que no se podrían cumplir. El caso, como siempre, era simular. Simular que se había ganado un referéndum inexistente, simular que se disponía de una mayoría absoluta, simular que el procés era imparable.
Ahora se intenta simular que las dificultades del procés no son insalvables. Da igual. La ciudadanía ya es consciente de que no va a ninguna parte. Lo peor radica en el perjuicio moral y en el perjuicio económico. En lo moral, se han destruido principios como el de legalidad y el de autoridad. Costará décadas recuperarlos, si las cosas van bien. En lo económico, la prórroga de un presupuesto cuyo esquema arranca de lo más profundo de la crisis impedirá el uso de unos mil millones que el Gobierno central está en condiciones de aportar. El actual Gobierno de la Generalitat mantendrá el gasto social bajo mínimos. Se trata de un fiasco de proporciones colosales.
Próxima estación, pues, septiembre. Para entonces, En Comú Podem ya habrá ganado las elecciones generales en Cataluña y Podemos tendrá en España más fuerza que ahora. Esquerra Republicana tendrá casi asegurada la victoria en unas hipotéticas autonómicas. Y es posible que se haya consolidado la marcha atrás del independentismo oficial y se recupere la vieja reclamación del referéndum. Nadie pedirá disculpas por haber confundido unas elecciones, las de 2015, con un referéndum; nadie pedirá disculpas por haber confundido un no por un sí.
Hay quien dice que la política catalana deriva hacia el protofascismo. No fastidiemos. Deriva hacia el desastre, que no es lo mismo. La impunidad de la policía autonómica (véase la omertà en el caso Quintana), la impunidad de quienes provocan y agreden a la policía autonómica, la impunidad de quienes hacen negocio con el independentismo, la impunidad de la mentira, tiene menos que ver con Mussolini que con Rufus T. Firefly, el primer ministro de Libertonia. Ocurre que Sopa de ganso era una película cómica. Lo de Cataluña no es lo uno ni, aunque lo parezca, lo otro.
ENRIC GONZÁLEZ – EL MUNDO – 09/06/16