ABC-IGNACIO CAMACHO
Es el proyecto europeo el que va a naufragar si entrega el debate de política migratoria al oportunismo político
EL más pequeño y menos próspero de los países de la Unión Europea puede acoger sin apuros no a uno, sino a varios cientos de barcos de migrantes como el Open Arms. (Inciso terminológico: son emigrantes respecto a la tierra que abandonan, inmigrantes respecto a la que llegan y migrantes, de forma genérica, en ambos casos y especialmente durante el traslado). No se trata, pues, todavía de un problema de capacidad económica o social de acogida, sino de una cuestión de política de fronteras y, por tanto, de soberanía nacional. Sin fronteras no hay Estados y nadie, ni siquiera las oenegés humanitarias –menos aún las mafias de tráfico de personas–, puede suplantar el derecho de un Estado a gestionarlas y protegerlas. La UE carece de competencias sobre ello, pero también de criterios, y se muestra hasta el momento inepta para establecer una estrategia coordinada con mínima eficacia, lo que la aboca a un gigantesco fracaso estructural si no encuentra pronto una respuesta. Y es ese vacío de soluciones comunes lo que entrega el debate migratorio al oportunismo político, sea en forma de mano dura y populismo nacionalista como el de Salvini o de demagogia electoral como la de Sánchez con el Aquarius, ahora rectificada con la misma superficialidad que rigió en sentido inverso hace un año. Mientras Bruselas no halle –y ni siquiera lo tiene previsto– el modo de armonizar y regular la llegada de tanto desesperado, los gobernantes de las distintas naciones están obligados a fijar sus pautas de un modo comprensible y claro. Y eso implica una decisión antipática, que es la de definir quiénes pueden entrar, en qué condiciones y, sobre todo, cuántos.
Salvini lo ha hecho. De una manera brutal, insensible, inhumana. Está en campaña. Pero tiene un programa y lo cumple, y eso le da ventaja frente a quienes se mueven al albur de las circunstancias y según la ocasión hacen una cosa o su contraria. Frente a quienes carecen, en suma, de una idea o de un método que trascienda la improvisación a tenor del vaivén de los sondeos. Eso hace fuertes a los populistas y empuja su crecimiento: pueden mostrarse inaceptablemente fríos ante la tragedia, pero aplican sus recetas sin titubeos mientras los demás se debaten entre el pragmatismo de la política real y el impulso idealista de los brazos abiertos.
Cuando el Open Arms logre desembarcar en algún puerto su dramática carga, volverá a partir en busca de más náufragos. En alguna parte del Mediterráneo los traficantes, los negreros contemporáneos, lo están esperando para dejar en sus manos a un nuevo grupo de desventurados. Y habrá otro escándalo internacional, y luego otro y otro, hasta que alguien decida tomar la iniciativa de hacer algo más que someter cada contingente a reparto mediante un infame regateo entre Estados. No será pronto. No antes de que el proyecto europeo corra también riesgo de naufragio.