ABC 06/05/15
DAVID GISTAU
· Por fin alguien da sentido a todo lo que Madrid apenas se atrevió a anhelar desde el preciso instante en que aceptó apodarse Foro
MALDICIÓN, mi voto ha salido disparado y se ha quedado pegado a Carmona como el anuncio imantado de una pizzería a domicilio en la puerta de la nevera. ¡Naumaquias! Repito. ¡Naumaquias! Por fin alguien da sentido a todo lo que Madrid apenas se atrevió a anhelar desde el preciso instante en que aceptó apodarse Foro. A un apasionado de la Roma antigua como lo es desde siempre este nuevo admirador de Carmona no se le puede pronunciar la palabra naumaquia sin que se activen, como en un reflejo de Pavlov, todas las fantasías y las añoranzas de lo no vivido que me traspasan cuando paseo el auténtico Foro tratando de imaginarlo vivo. Veo las trirremes de Augusto en las piscinas construidas junto al Tíber cuando inauguró el templo de Mars Ultor, por fin vengado su padre adoptivo con la muerte en Útica del último conspirador de los Idus. Veo a los tres mil prisioneros de guerra de Claudio resignados a ser carnaza en una batalla naval con muertes reales recreada para el esparcimiento de sus contemporáneos.
Veo todo eso, y me atrevo a pedir a Carmona que no se conforme, que siga pensando a lo grande, que imponga el uso de la toga. Que contemple la refundación de las escuelas de los lanistas para que podamos desertar del fútbol e intercambiar cromos de gladiadores. Que remedie con cuadrigas y una espina erizada por un obelisco la tristeza casi terminal del hipódromo de la Zarzuela, para que los madrileños, como antaño los romanos, podamos odiarnos en función de nuestra pertenencia al rojo, el azul o el verde. Que propicie un giro argumental a las corridas de toros en Las Ventas hasta recuperar el espíritu de las «venatios» en el Anfiteatro Flavio, sin descartar la posibilidad de entregar a los leones a aquellos cuya velocidad al volante sea afeada por los radares de la M-30 hasta tres veces. ¡O podemos crucificarlos en la Castellana, como a los esclavos de Espartaco! ¡Carmona, quiero ser concejal de ejecuciones en la arena! Carmona, te lo pido, llévame contigo al 46 D.C. El rostro solemne que tantas veces ensayaste en las tertulias parece pensado para enviar a un hombre a la muerte con sólo un ademán mientras la muchedumbre grita: «¡Yugula, yugula!».