Jon Juaristi-ABC

  • Hay matasietes de esquina que se hacen a sí mismos, y otros que parecen haber nacido así

En ‘The Apprentice’ (2024), la película de Ali Abbasi sobre los años de formación de Trump, este recibe de su mentor, el abogado neoyorquino Roy Cohn –muerto de sida en 1986–, tres consejos que seguirá escrupulosamente a lo largo de su vida: el primero, «atacar, atacar, atacar y nunca disculparse». Los otros dos son más interesantes: considerar que la verdad, siempre relativa, será lo que te favorezca en cada momento, y sostener que cada derrota que te inflijan (¡no ‘infrinjan’, ojo, pájaras locas!) es, en realidad, una victoria tuya. Cumpliendo estas tres reglas, el joven trepa que frecuentaba por las noches los clubs para vips de la Quinta Avenida, mientras cobraba durante el día los recibos de alquiler a los inquilinos morosos de los míseros tugurios de su señor padre, se va convirtiendo en el Pedro Navaja inmobiliario de la Gran Manzana, antes de, llegado a su edad crítica, meterse en política aplicando el mismo recetario básico, o sea, morder, mentir y negar lo evidente.

Hay Pedros Navaja que se hacen y otros que nacen así: por ejemplo, los socialcomunistas (para qué vas a perder el tiempo concretando en un Pedro o en un Pablo, en un matón de sauna o en una navajita plateá, si están todos sacados del mismo molde). Sin embargo, hay en estos últimos un cuarto principio o antiprincipio que no figuraba en el prontuario de Cohn (si bien Trump ha recurrido incesantemente al mismo desde que perdió las elecciones de 2020 frente a Biden): hazte siempre la víctima, pero sobre todo cuando te dispongas a atacar. Viejo truco ya empleado por el lobo de la fábula antes de comerse al corderito junto al arroyuelo («si no tú, tus antepasados se comieron a los míos, y además, si te dejo vivir, tú me comerás a mí»). La Fontaine en versión PSOE, Sumar o Podemos, aunque los verdaderos maestros de este género fueron siempre el PNV y ETA, de los que lo han aprendido todo los ‘indepes’. Véase el caso del traspaso, transferencia o delegación, que ya nada es lo que era, del palacete de la avenue Marceau, un clásico contemporáneo (corre por España la especie de que la palabra abertzale no es auténticamente eusquérica, sino una contracción de la frase medio hispana y medio galicista «a ver chalés»).

En fin. Lo que urge desmontar ahora es el mantra trumpista de que Europa occidental ha estado chuleando a los Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial, cuando lo cierto es que cumplió para aquellos la misma función defensiva que los países del Pacto de Varsovia para la URSS. Si alguien cree que las bases de Torrejón y Rota se pusieron para salvar a Franco, es aún más gilipollas que Trump. España, gracias a los americanos, asumió el riesgo de ser un objetivo de la panoplia nuclear soviética (o incluso de la americana, recuérdese Palomares). O sea que, menos lobos, pato Donald.