Tonia Etxarri-El Correo
Navarra, como oscuro objeto del deseo de los nacionalistas vascos, ha vuelto a brotar entre la maleza de los pactos postelectorales. A partir del momento en que se supo que el centro derecha había ganado las elecciones, que el Gobierno de Uxue Barkos las había perdido y que el PSN tenía la llave de la gobernabilidad, el PNV quiso cortar de cuajo las especulaciones. Y, sobre todo, las tentaciones. Y, ante el temor a posibles veleidades de Pedro Sánchez (¡ay qué trueque más sugerente la posible abstención de Ciudadanos en su investidura a cambio de que los socialistas navarros apoyaran al centro derecha en la comunidad foral!), el PNV puso precio a sus alianzas. La advertencia que ya habíamos avanzado en este mismo espacio: si los pactos en Navarra dejaran a los nacionalistas fuera de juego, ese movimiento repercutiría directamente en las relaciones entre Pedro Sánchez y uno de sus socios preferidos. Un aviso que incomodó tanto a la secretaria general de los socialistas vascos, Idoia Mendia, que ayer quiso acotar el territorio. Para afear, de paso, al PNV su afán expansionista. Ella sólo habla de pactos en Euskadi. No como otros. Por eso cuando la máxima dirigente del PSE reivindica la coherencia de que sea el partido más votado el que pueda gobernar, como es el caso de Irún, mantiene silencio cuando se le pregunta si se podría aplicar la misma lógica en Navarra. Que gobierne quien ha ganado. Lo mismo vale en Irún que en Pamplona o Estella, por ejemplo, ¿no? Es decir, ‘Navarra suma’. Pero Mendia no quiere traspasar fronteras. No le toca hablar de otra comunidad que no sea la vasca. Un límite que se ha autoimpuesto para no tener que pisar terrenos pantanosos. Porque su partido en Navarra ha sufrido, tradicionalmente, injerencias de la dirección federal que, en ocasiones, terminaron con sonadas dimisiones como la de su candidato Fernando Puras en 2007. Crisis que casi siempre venían motivadas por las dudas entre favorecer los gobiernos del centro derecha, generalmente los más votados, o pactar con el independentismo. No se trata de coherencias. Aquí lo que vuelve a estar en juego son los intereses partidistas de las formaciones independentistas. Lo que no les da las urnas lo pretenden a través de transacciones. Cuando Uxue Barkos llegó al poder en Navarra, necesitó del apoyo de cuatro partidos (Geroa Bai, EH Bildu, Podemos e Izquierda-Ezkerra) para desbancar a UPN. Ella misma se definió como presidenta de un Gobierno «minoritario». Ahora las urnas les han vuelto a poner en su sitio. Pero el PNV no está dispuesto a perder la joya de la corona. El viejo partido nacionalista puso su pica en Navarra en la pasada legislatura y ahora no espera otra cosa del PSOE que le devuelva tantos favores como los jelkides le han brindado a Pedro Sánchez. La socialista Chivite ya lo ha dicho. No quiere pactar con la derecha. Le mueve idéntica pulsión que a Sánchez. ¿Pero qué alternativa le queda? ¿Gobernar ella apoyada por los independentistas? Quiere formar gobiernos progresistas, entendiendo por progresistas a quienes siguen homenajeando a exactivistas de ETA. A quienes ‘desinfectan’ con lejía los lugares por donde ha pasado Ciudadanos. Si Rivera accediera a abstenerse en la investidura de Sánchez, ¿el PSOE aceptaría dejar gobernar a ‘Navarra suma’? División de opiniones. En la misma familia socialista. Si favorecen al centro derecha, el PNV saca tarjeta roja. Si acepta el apoyo de EH Bildu, que el PSOE se vaya despidiendo de la ayuda de Ciudadanos. Un papelón.