LIBERTAD DIGITAL, 12/2/12
Eguiguren le propuso avanzar hacia la anexión con la UE de modelo. El PSOE aceptó la existencia de Euskal Herria en los encuentros secretos de Loyola.
Las declaraciones de alto el fuego de ETA no han sido más que escenas de una obra cuyo guión escribían a dúo Batasuna y otra fuerza política del País Vasco. Si en el Pacto de Lizarra que dio origen a la tregua de septiembre de 1998 el brazo político de la banda terrorista lo hizo con el PNV, para el alto el fuego de marzo de 2006 los batasunos probaron suerte con el PSE. Más de una veintena de reuniones entre Arnaldo Otegi y el socialista Jesús Eguiguren (quien en medio de todo el proceso fue nombrado presidente del PSE) fraguaron la gran apuesta política del primer Gobierno Zapatero, con permiso del Estatuto de Cataluña. Se trataba de negociar con ETA y de hacerlo en dos planos paralelos pero complementarios. Las famosas dos mesas, carriles en el lenguaje de la llamada izquierda aberzale.
En la mesa de negociación, o carril de arriba, emisarios del Ejecutivo español (no necesariamente miembros del mismo) discutirían con la dirección de ETA los beneficios penitenciarios para sus presos y la relajación general en las actuaciones policiales y judiciales contra la banda. En la mesa política, ocarril de abajo, los partidos vascos, incluida la ilegal Batasuna, debatirían sobre la territorialidad. Es decir: sobre la soñada Euskal Herria. Y eso, claro, pasaba por uno de los principales escollos que ha tenido siempre el nacionalismo vasco en general y ETA en particular: Navarra.
En vez de verificar, acelerar
Sin duda, el expresidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, quedará para la historia como un continuo inventor de frases con las que afrontar determinados debates políticos. Si su «nación, concepto discutido y discutible» marcó la negociación del Estatuto catalán, para el proceso con ETA quedará, entre otras, su máxima «primero la paz, luego la política». Una máxima que, como tantas, hubo de adaptarse a los estrechos márgenes de la realidad.
Muy pronto ETA y su entorno empezaron a dar muestras de lo endeble de su compromiso de alto el fuego que el Gobierno socialista se comprometió a verificar. Justo un mes después del comunicado de los encapuchados etarras, el 22 de abril de 2006, los terroristas incendiaban la ferretería de José Antonio Mendibe, concejal de UPN en Barañain. Muchos lo atribuyeron al llamado terrorismo callejero, aunque lo cierto es que el atentado dejó cuatro heridos, uno de ellos un bebé, y sus consecuencias pudieron haber sido más graves. El recién nombrado ministro de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, dijo que era un acto «incompatible» con el alto el fuego anunciado y los principales periódicos del día siguiente abrieron sus portadas con la impactante foto de la ferretería en llamas. Libertad Digital publicaba un artículo del diputado del PP y hoy Director General de la Policía, Ignacio Cosidó, en el que recordaba también la extorsión terrorista vigente como prueba de que las intenciones etarras no estaban en la senda del pregonado Proceso de Paz.
Pese a actos como el de Barañain y otros –en la Semana Grande de San Sebastián los terroristas callejeros incendiaron un autobús tras obligar a sus pasajeros a bajar de él- el Gobierno decidió pisar el acelerador. De ahí el anuncio del encuentro que en el Hotel Amara de San Sebastián tendrían Patxi López y Rodolfo Arescon la cúpula de Batasuna, encabezada por Otegi. Una reunión que se le ocultó al líder de la OposiciónMariano Rajoy, que tuvo que enterarse de la misma cuando estaba en el Congreso de los Diputados el 30 de mayo realizando un Debate sobre el Estado de la Nación en el que se había pactado excluir la materia antiterrorista. Ello derivó en el surrealista espectáculo de un presidente del Gobierno y un líder de la oposición enzarzados en la estadística de criminalidad como gran y casi único asunto de Estado. El engaño al PP en este terreno se omite en el relato de la negociación hecho en el libro ETA. Las claves de la paz en el que Eguiguren se confiesa con el periodista Luis R. Aizpeolea. También pisó fuerte Zapatero un mes después, el 29 de junio, cuando anunciaba en los pasillos del Congreso la apertura de la negociación con ETA. Lo hizo sin papeles, para internar ocultar que no hablaba motu proprio, sino que declamaba un texto pactado con los terroristas.
Junto a la Basílica de Loyola, por la puerta de atrás
Pronto se invirtieron los términos enunciados por Zapatero y la política empezó a ser más importante que la paz en el esquema de los actores del proceso. Dicho de otra manera: enseguida se evidenció que Batasuna-ETA ponía sus sueños territoriales como condición sine qua non para cualquier acuerdo de fin del terrorismo. Había que activar la mesa de partidos cuanto antes, y así se lo propuso a Eguiguren el propio Otegi. Pese a que el ministro de Interior se habría opuesto en principio, Eguiguren consideraba que la ruptura de la hoja de ruta era solo relativa «…porque lo que se pretendía no dejaba de ser un preacuerdo. El PSE apoyó mi propuesta y el PNV, aunque con escepticismo, también. Me encargué yo mismo de hablar con Imaz (Josu Jon) para convencerle. Ése fue el germen de las conversaciones de Loyola».
Durante doce intensas sesiones, la primera el 20 de septiembre de aquel 2006 y la última el 15 de noviembre, tres delegaciones de PSE, PNV y Batasuna se reunieron en el Centro Arrupe, una casa de huéspedes regentada por los jesuitas junto a la Basílica de San Ignacio de Loyola. Hasta ese lugar, ubicado entre Azpeitia y Azkoitia, llegaba cada mañana, con unas gafas de sol y una visera, el entonces presidente del PNV, Josu Jon Imaz, al que acompañaba su líder en Vizcaya, Iñigo Urkullu, quien un año después le sustituiría como líder peneuvista. A Eguiguren le acompañaba el número dos del PSE y hoy consejero de Interior vasco, Rodolfo Ares, y la delegación de Batasuna, que encabezaba Otegi, se completaba con Rufi Etxeberria y Arantza Santesteban. Al PP, tercera fuerza política en el Parlamento de Vitoria, ni estaba ni se le esperaba.
Se trataba de desbloquear el proceso. Pero, ¿cómo? Habla Eguiguren: «Otegi me propuso que la forma de desbloquearlo era llegar a una especie de preacuerdo entre el PSE, Batasuna y el PNV para demostrar a ETA que no estábamos ante el mero objetivo de su rendición, sino con una voluntad real de llegar a un arreglo político que pusiera las bases de una solución de lo que ellos llaman el conflicto».
El arreglo político no podía dejar al margen Navarra, a cuya integración en el País Vasco la Constitución abre una puerta en su disposición transitoria cuarta. Un capítulo que Mariano Rajoy propuso derogar en la última campaña electoral. La versión del PSOE es que nunca se negoció ni se puso en juego la integridad territorial de la Comunidad Foral. Lo cierto es que era el punto central de lo hablado en el otoño de 2006 en Loyola, como reflejan los textos de allí emanados. Pero también algunos aspectos formales e incluso anecdóticos.
Muchos atribuyen a las desavenencias internas en el PNV la ausencia en los encuentros de Loyola del entonces lehendakari Juan José Ibarretxe. Al margen de sus relaciones con Imaz y Urkullu, Batasuna se negaba a que acudiera precisamente por su condición de mero jefe del gobierno regional vasco. Lo explicaba Arnaldo Otegi en declaraciones a Imanol Murua Uria, recogidas en su libro El Triángulo de Loiola: «El PNV proponía que estuviese Ibarretxe, pero nosotros no lo veíamos. Y no lo veíamos por una razón muy simple. La solución que queríamos negociar con el Estado debía afectar a los cuatro territorios [sic], y, desde esa perspectiva la presencia de Ibarretxe sería una distorsión. Por ejemplo, en un momento determinado se planteó que el Partido Socialista Navarro participaría en las reuniones. Y veíamos muy difícil que ningún representante del PSN participara en una mesa donde estuviese el lehendakari vascongado. Ahora, si ellos podían asegurar la presencia de Ibarretxe y de Miguel Sanz [entonces presidente del Gobierno de Navarra], nosotros no tendríamos ningún problema. Pero la presencia solamente de Ibarretxe era una distorsión, por lo que dijimos que no».
En resumen: tres partidos políticos, uno de ellos ilegalizado por formar parte de la estrategia de ETA, y sin contar con la primera fuerza en Navarra, UPN, y la tercera en Euskadi, el PP, pretendían diseñar la futura configuración territorial de esas dos comunidades. Que se trataba de Navarra lo prueba también una anécdota del transcurso de esas conversaciones. El Correo informó en exclusiva de los encuentros, pero con algunas imprecisiones. Por ejemplo situar como integrante de la delegación del PSE a Patxi López y decir que las conversaciones estaban teniendo lugar en la localidad navarra de Elizondo, algo que Otegi atribuye a una mala traducción de las escuchas filtradas a los miembros de Batasuna y a la confusión de ese nombre con la expresión en euskera «eliz ondoan», que significa «al lado de la iglesia». Esa localidad de la Comunidad Foral era desconocida para el socialista Ares, algo que movió a bromas entre los interlocutores, como relata el propio Otegi: «comentamos que la llevábamos clara si queríamos solucionar la cuestión de la territorialidad con alguien que no sabía dónde estaba Elizondo».
En medio de las conversaciones de Loyola, el 23 de octubre, Mariano Rajoy tenía que darle «su palabra de honor» a Iñaki Gabilondo en los micrófonos de la SER (uno de los medios que más remó a favor de la negociación con ETA) de que «Batasuna y el PSE-EE están hablando de Navarra», al tiempo que le pedía a Zapatero un compromiso público de no firmar ningún pacto con quienes estuviesen de acuerdo con la anexión. La advertencia servía para la formación ilegal, pero también para Nafarroa Bai.
En Loyola, durante doce reuniones -en las que se hizo creer a los religiosos que acudían al Centro Arrupe y que tras los biombos que no se podían traspasar se encontraban reunidos unos profesores de Deusto-, Batasuna, el PNV y el PSE elaboraron un Acuerdo-Marco. Todos aceptaban «que existe una realidad conformada por vínculos sociales, lingüísticos, históricos, económicos y culturales llamada Euskal Herria que se constata en los territorios de Araba, Nafarroa, Bizkaia y Gipuzkoa en el Estado Español y Lapurdi, Zuberoa y Baxenafarroa en el Estado Francés» y se comprometían «a promover la creación de un órgano institucional común para los cuatro territorios comprendidos en dichos ámbitos [La Comunidad Autónoma del País Vasco y la Comunidad Foral Navarra]» y planeaban que una delegación del PSN-PSOE se incorporase a los trabajos de la Comisión «a partir de enero de 2007».
La pizarra de Eguiguren, medio año después del atentado de la T-4.
Dijo Zapatero que la situación de la lucha antiterrorista solo podía ir a mejor y atentó al día siguiente ETA, destrozando el aparcamiento de la Terminal 4 de Barajas y acabando con la vida de dos personas. Dio el Gobierno por roto el proceso pero volvió a las andadas pocos meses después, mientras la actuación providencial de la Fiscalía permitía concurrir a las elecciones municipales a buena parte de las listas de ANV, la nueva franquicia de Batasuna-ETA. Se negoció de nuevo y, de creer a Eguiguren, el hombre clave en esa decisión no formaba parte del Gobierno español, ni del país. Fue el ex primer ministro británico, Tony Blair, quien habría convencido a Zapatero que no diese por finiquitada la negociación política con los terroristas.
Así se llegó a los encuentros entre el 14 y el 16 de mayo en Ginebra. Un cónclave que se celebraba en plena campaña de las municipales y autonómicas de 2007, con el centro Henry Dunant de anfitrión, y con la asistencia de un dirigente del Sinn Fein, Gerry Kelly, y un asesor de Blair, Jonathan Powell. En esta ocasión la mesa negociadora o carril de arriba y la mesa política o carril de abajo coincidían. Como representantes de la primera el jefe de ETA Thierry y José Manuel Gómez Benítez, el jurista al que un año después el PSOE haría miembro del CGPJ. Como representantes del segundo de esos órganos Otegi, Rufi Etcheverría, Rodolfo Ares y Eguiguren, si bien éste último había sido protagonista de las dos mesas y llevaba más de un lustro negociando tanto con los miembros de Batasuna como con etarras como Josu Ternera.
El 15 de mayo, el representante del brazo político del IRA le afeaba a los socialistas que no hubiesen dejado a Batasuna concurrir a los comicios (sí pudo hacerlo buena parte de sus listas, que conquistó concejalías y Ayuntamientos enteros) cuando Eguiguren decidió levantarse y ponerse a dibujar en una pizarra de papel que había en la sala. Un papel que arrancó y guardó al final de la explicación un miembro de la Henri Dunant. Por ello debemos conformarnos con las versiones de Otegi y Eguiguren. El presidente del PSE asegura que propuso una comunidad no única «pero sí compartida» entre el País Vasco y Navarra. Y para ello trazó un paralelismo con la construcción europea desde los lejanos tiempos de la comunidad del carbón y el acero y la interparlamentaria de los estados miembros. Un proceso que, según sus propias palabras, «podía terminar en una comunidad unificada». Otegi asegura que desde el primer momento él y Rufi Etcheverría lo consideraron una «propuesta constructiva» y que, tras preguntarle por la misma uno de los mediadores internacionales presente, le dijo que si eso se ponía sobre el papel habría «seguro» acuerdo. Eguiguren, sin embargo, asegura que Otegi le reprochó que no tuviesen voluntad de acuerdo y que al día siguiente, en la reunión con los jefes de ETA, se puso punto final al encuentro.
El fracaso de la negociación, que ETA certificó en un comunicado días después, evidenció lo imposible de la premisa de Zapatero. La política, la territorialidad, la gran Euskal Herria, son ideales irrenunciables para Batasuna-ETA. Y cualquier negociación sobre el cese del terrorismo debería ocuparse de eso preferentemente.
LIBERTAD DIGITAL, 12/2/12