Alberto Ayala-El Correo

Esta semana me he sentido como de vuelta al pasado. A cuento del impresentable chat de un grupo de exmandos militares nostálgicos de autoritarismos y dictaduras y de sus cartas al Rey. Y con el anuncio de EH Bildu de que ha llegado el momento de resucitar, otra vez, la cuestión navarra.

Los desahogos de los exmilitares, deslizando nada menos que habría que fusilar a veintiséis millones de españoles por rojos y pidiendo la intervención real, pone de manifiesto que en el 23-F no se acabó todo. Que en las Fuerzas Armadas se escondían personas que no merecían llevar el uniforme que portaban. Y lo peligroso de ciertas campañas de deslegitimación contra el Gobierno de coalición.

Por cierto, revelador el capotazo de Vox a quienes considera ‘de los suyos’. La ultraderecha sigue retratándose. Esa de la que Pablo Casado se desmarcó acertadamente, pero que sigue siendo sostén del poder autonómico del tándem PP-Ciudadanos, excepto en Galicia.

El movimiento de EH Bildu no sé cómo interpretarlo. No sé si los de Otegi han sentido la necesidad de agitar a los suyos tras el giro histórico que les ha llevado de despreciar la política española a apoyar los Presupuestos de Pedro Sánchez a cambio de muy poco. O que de verdad desean reabrir el melón navarro.

Pero venir a estas alturas con que ha llegado el momento de abordar el debate sobre Navarra. Sostener sin despeinarse que la comunidad foral «no ha decidido democráticamente ni su estatus jurídico-político, ni su relación con el resto de los territorios vascos, ni su vinculación con España» es del todo incierto.

Resulta curioso que la izquierda abertzale no moviera ficha la anterior legislatura navarra, cuando formó parte del Gobierno de la nacionalista Uxue Barkos. Aun así, es completamente legítimo que reivindique antes como ahora que Navarra y Euskadi deben formar una única comunidad política o establecer relaciones confederales. Tan legítimo como querer que el viejo reyno siga su camino en solitario.

No lo es falsear la historia. Una historia que nos muestra que Navarra negoció su particular ‘estatuto’ (la ley de Amejoramiento del Fuero) durante dos años con el Estado. Que lo aprobaron su Parlamento y las Cortes Generales. Y que no se sometió a referéndum porque sólo debían hacerlo los estatutos que se acogieron al artículo 151 de la Constitución: los de Euskadi, Cataluña, Galicia y Andalucía.

Además, la Transitoria Cuarta de la Constitución deja abierta la puerta a que en cualquier momento un partido pueda plantear el cambio de estatus de Navarra, por más que UPN lleve años clamando contra su supresión. En 1979, una coalición progresista ya extinta, UNAI (Unión Navarra de Izquierdas), presentó una iniciativa para que Navarra uniera su destino político a Euskadi. El Parlamento de Pamplona lo rechazó por amplia mayoría con los votos del centro derecha y la abstención de los socialistas. Al no pasar el corte, no hubo referendo.

Esos son los hechos. Qué quiere ahora EH Bildu deberán aclararlo ellos. No parece que su objetivo sea buscar el apoyo del Parlamento foral para cambiar el estatus de Navarra y que luego se pongan las urnas porque el centroderecha y los socialistas gozan de una cómoda mayoría (31 de 50 escaños) y lo rechazarían.

Quedamos a la espera de que la izquierda abertzale destape sus cartas. Si es que lo de esta semana no ha sido un simple farol de usar y tirar.