NAVARRA Y LA IDEA DE ESPAÑA

ABC-IGNACIO CAMACHO

Sánchez sabrá si su partido puede o debe servir de punta de lanza a la ambición nacionalista de euskaldunizar Navarra

NAVARRA no se puede comparar con Madrid en relieve social, en foco mediático ni en simbolismo, pero ocupa una posición de esencial importancia en el tablero político de un país cuyo modelo de convivencia territorial lleva décadas sometido a la tensión de un fuerte conflicto. Tanto es así que es la única región que tiene reconocido, mediante una disposición transitoria de la Constitución, una especie de derecho de autodeterminación matizado o relativo: puede decidir si se incorpora a la comunidad autónoma vasca o si mantiene su actual modelo acogido a las peculiaridades históricas del foralismo. Por tanto, constituye para el imaginario étnico nacionalista una pieza clave en la forja de su mito: su anexión duplicaría la extensión física de Euskadi, incrementaría significativamente su población y reforzaría en términos económicos su ya valioso peso específico. Solo hay un pequeño problema: la contumaz resistencia de la mayoría de los navarros, orgullosos de su españolidad, a integrarse en ese proyecto expansivo.

En este contexto, las elecciones de mayo han pintado un mapa muy enrevesado. La coalición constitucionalista (UPN, PP y Ciudadanos) ha obtenido una victoria clara pero insuficiente sobre las franquicias del nacionalismo vasco, a las que Podemos se suma siempre con entusiasmo. En el eje de esa correlación de fuerzas, el PSOE tiene la decisión en sus manos y parece más inclinado a ejercer de parte que de juez, de jugador que de árbitro. Su candidata regional, aferrada al sectario «noesnoísmo» que predicó su jefe para cerrarle a la derecha cualquier vía de paso, aspira a gobernar al frente de un pequeño Frankenstein navarro, para el que necesita a Bildu como colaborador necesario. Y Sánchez, con su ambigüedad de cálculo, le deja hacer mientras mantiene la pelota en el tejado. Ni autoriza ni prohíbe, como si pudiese dejar esa casilla en blanco. UPN, en un movimiento inteligente, le ha ofrecido colaboración en su investidura a cambio de reciprocidad de trato. Pero frente a sus dos solitarios diputados en el Congreso, el PNV va a negociar con el valor estratégico de seis escaños.

Esta vez, sin embargo, el presidente no tiene mucho margen de jugada, ni siquiera demasiado tiempo para la dilación táctica. Se va a tener que retratar: o apoya a la alianza constitucional o entrega la llave de las instituciones autónomas a los legatarios etarras. Ese es el panorama. No valen casuismos hipócritas: la abstención de Bildu sería una complicidad mal camuflada. Esta dialéctica no va de izquierda contra derecha ni de Chivite contra Esparza, sino de defensa de la foralidad contra la pretensión históricamente contrastada de euskaldunizar Navarra. Sánchez sabrá si su partido puede o debe servir a esa ambición actuando como punta de lanza. Es muy sencillo: se trata de apretar o aflojar los desgastados pernos que sostienen la idea de España.