Óscar Monsalvo-Vozpópuli
- La banalización del término es transversal. Lo política y éticamente inaceptable recibe el mismo tratamiento simplista. El terrorismo, sin duda
Benjamin Netanyahu defendió el jueves pasado a Elon Musk con unas palabras muy claras.
“Elon es un gran amigo de Israel. Visitó Israel tras la masacre del 7 de octubre en la que los terroristas de Hamás cometieron la mayor atrocidad contra el pueblo judío desde el Holocausto. Desde entonces ha defendido repetida e insistentemente el derecho de Israel a defenderse de regímenes y terroristas genocidas que buscan la aniquilación del único Estado judío del mundo. Le doy las gracias por ello”.
Con taras éticas y cognitivas tan claras puedes perfectamente hacer una carrera de analista en emisoras como La SER, periódicos como eldiario o canales como La Sexta. Puedes incluso, seguramente, sentar cátedra en alguna prestigiosa universidad española. Y desde luego puedes llegar a ministro
Evidentemente que Netanyahu, judío, defienda a Musk sólo podía ser tomado en nuestro ecosistema opinativo como la confirmación de que Musk no sólo hizo el saludo nazi, sino de que es un auténtico nazi. Porque Netanyahu, por si no lo sabían, es nazi. Israel entero, de hecho, es un régimen nazi. Y en los rincones más profundos de la izquierda mainstream los judíos son y han sido siempre, por naturaleza, nazis.
Es absurdo pretender cambiar el actual estado de las cosas. El significado de las palabras, al contrario que la guerra, nunca permanece. “Nazi” sirvió durante un tiempo para referirse a los nazis, y los nazis fueron durante un tiempo quienes cometieron un genocidio -exterminio planificado, sistemático y racional de una población concreta por la mera razón de su existencia, y siendo ese exterminio un fin en sí mismo- contra los judíos europeos. Ya no. Hoy en día, decir que los judíos son nazis no te coloca a las puertas de una clínica mental, y mucho menos te cierra las del prestigio académico o periodístico. Con taras éticas y cognitivas tan claras puedes perfectamente hacer una carrera de analista en emisoras como La SER, periódicos como eldiario o canales como La Sexta. Puedes incluso, seguramente, sentar cátedra en alguna prestigiosa universidad española. Y desde luego puedes llegar a ministro.
La deformación de las palabras es el reflejo de la deformación de la sensibilidad, que a su vez es un reflejo de la deformación del espíritu. No sirve de nada insistir en que el actual uso de “nazi” es erróneo, porque la cuestión no se dirime en el ámbito de los hechos, sino en el de los sentimientos. Los creadores de opinión sienten que los judíos son malos, son el mal, y como el mal son los nazis, entonces los judíos han de ser necesariamente nazis. Así matan dos pájaros de un tiro: refuerzan el odio a los judíos -tienes que odiarlos, son nazis- y alejan su odio de incómodas asociaciones -puedes odiarlos sin sentirte mal, los nazis son ellos-. Una vez se entiende esto, se entiende que se aplique a tantas otras manifestaciones políticas y sociales tan distintas.
La extrema derecha, que hoy engloba a toda la derecha, sería equivalente a “nazi”. Las posiciones políticas y morales asociadas tradicionalmente a la derecha, desde el liberalismo hasta el conservadurismo, hoy se incluyen en un genérico “nazismo” que vale para todo. Albert Rivera era nazi, José María Aznar era nazi, Mariano Rajoy probablemente también lo fuera, desde luego ha de serlo Santiago Abascal, e incluso habrá quien defienda que el socialista Alberto Núñez Feijóo, que si de algo es nostálgico es del PSOE, es un nazi. Esta asociación inmediata salta especialmente cuando se ponen sobre la mesa dos cuestiones relacionadas: inmigración e islamismo.
Preocuparse por los efectos actuales y futuros de la inmigración es ya propio de nazis. No hace falta ni siquiera que sea una preocupación genérica y desacomplejada. No es necesario que la preocupación se centre en una cuestión incómoda como los efectos en el paisaje social o en las instituciones nacionales tradicionales. Basta con referirse a la mucho más aceptable y centrista “inmigración desordenada” o “irregular”, como si el hecho de regularizarla transformase radicalmente su naturaleza y sus efectos. También acelera la entrada en el bando de Hitler cualquier referencia a las barbaridades cometidas en nombre del islamismo, desde las lejanas masacres de ISIS o Boko Haram hasta las prácticas de nuestros islamistas locales, esta especie de sharia occidentalizada que va camino de convertirse en uno de los pilares de Europa.
Por último, para no alargarnos demasiado, las respuestas violentas al terrorismo conducen al mismo camino. Por eso, como decíamos al principio, Israel es un Estado nazi.
Aceptemos que la democracia es algo más que el simple y estúpido “una persona, un voto” de Sánchez. Aceptemos que es aquel sistema político en el que la voluntad de un Gobierno se ve necesariamente limitada por diferentes mecanismos de control
Hasta aquí hemos visto las deformaciones propias de la izquierda. Pero en esto no hay diferencias. La banalización del término es transversal. Lo política y éticamente inaceptable recibe el mismo tratamiento simplista. El terrorismo, sin duda. Así, la izquierda abertzale sería nazi. Nazis eran los etarras, decimos, nazis los que los jalean, nazis los que los incluyen en listas electorales.
Lo verdaderamente antidemocrático no puede ser otra cosa que nazi. Esto daría para otro análisis, pero aceptemos que la democracia es algo más que el simple y estúpido “una persona, un voto” de Sánchez. Aceptemos que es aquel sistema político en el que la voluntad de un Gobierno se ve necesariamente limitada por diferentes mecanismos de control. Bien, pues el PSOE, Podemos o los diferentes canales de distribución de la mercancía gubernamental serían nazis. No pueden ser, por ejemplo, comunistas, a pesar de que comparten muchos más elementos con los soviético que con la Alemania del s. XX, porque en la desnaturalización del concepto vamos todos de la mano.
El antijudaísmo nos parece indudablemente nazi, y parece lógico, pero es un error. Se puede odiar a los judíos -no solamente a Israel- sin ser un nazi. Cuando reducimos ese odio al nazismo estamos defendiendo una especie de superioridad ética de la izquierda, aunque no nos demos cuenta. Como si alguien de izquierdas no pudiera odiarlos. Como si hoy en día la probabilidad de que alguien con un discurso antisemita sea de extrema izquierda no fuera enorme.
‘Para que no se repita’
Terminamos con el antijudaísmo eliminacionista. Ninguna organización mundial representaría mejor lo nazi que Hamás, según esta lógica. Porque lo malo es nazi, el antisemitismo es nazi, el terrorismo es sólo nazi. Y no sólo eso: como la respuesta violenta al terrorismo también es propia de nazis, quienes defienden abiertamente la eliminación de Hamás son exactamente lo mismo. Es decir: estaríamos ante una guerra de nazis contra nazis.
Así es como se ha llegado a la situación actual. La palabra “nazi”, cuando se usa para referirse a los nazis de verdad, ya no evoca los horrores del siglo XX y del totalitarismo. Cuando los jóvenes escuchan la palabra “nazi”, a veces dirigida contra ellos, se encogen de hombros. Hoy se conmemora el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto. Los mismos que han contribuido a pervertir el significado concreto de ese horror fingirán hoy un sobrecogimiento inexistente y recordarán que tenemos que estar alerta para “que no se repita” algo que ya han borrado de la historia